Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
La Universidad como escenario de investigación, de creación de explicaciones a fenómenos humanos, formadora de ciudadanos pensantes y no sólo de profesionales, así como generadora de pensamiento crítico, se encuentra en una difícil encrucijada: debe elegir entre continuar siendo un actor de socialización y de cambio social, o terminar siendo un estratégico, pero interesado centro de reproducción de relaciones, sistemas y escenarios de poder pensados para someter las conciencias colectivas, a través del adoctrinamiento académico, esto es, poniendo al servicio del Mercado los objetos de estudio, la reflexión y la investigación.
La Universidad, así como la escuela y el colegio, históricamente, es considerada como una institución socializadora y disciplinante, dispuesta por un tipo de orden social y político que autoriza y legitima sus funciones, en aras de que la formación impartida en sus aulas garantice la entrega a la sociedad de ciudadanos aptos no sólo para convivir y compartir culturalmente dentro de un territorio, sino en capacidad de aportar al sistema productivo y de mantener, por esa vía, las tradicionales formas en las que el poder logra someter y morigerar posturas y acciones disonantes de ciudadanos formados o no en los claustros universitarios.
Hace años atrás Zuleta advertía sobre lo que hoy es ya una constatación en materia educativa. Decía Estanislao Zuleta que,
“La educación está siendo pensada cada vez más con los métodos y los modelos de la industria. Ofrecer una cantidad vez mayor de información en el mínimo de tiempo y con el mínimo de esfuerzo. Eso no es otra cosa que hacer en la educación lo que hace la industria en el campo de la producción: mínimo de costos, mínimo de tiempo, máximo de tontería… A esto es a lo que se quiere llegar con la tecnología educativa y los métodos de enseñanza audiovisual, confundiendo educación con información…La educación se ocupa de preparar a los estudiantes para intervenir en las distintas formas de trabajo productivo en los diversos sectores de la economía. Así, la eficacia de la educación para preparar los futuros obreros, contabilistas, ingenieros, médicos o administradores, se mide por las habilidades que el individuos adquiera para realizar tareas, funciones u oficios dentro de un aparato productivo o burocrático”[1].
Las instituciones educativas acompañan a la familia en la tarea de construir el “ser social” como “ser productivo”, en un proceso en el que el sistema económico construye un tipo de ciudadano al que se le exige que rápidamente se inserte en las dinámicas de consumo y al propio sistema financiero.
A decir de Martha Nussbaum, “la educación nos prepara no sólo para la ciudadanía, sino también para el trabajo y, sobre todo darle sentido a nuestra vida”[2].
Es posible, entonces, que el sentido que el ciudadano le da a la vida esté relacionado de manera exclusiva con las ideas de bienestar, de felicidad, libertad y justicia que bien pueden discutirse en los campus universitarios o simplemente aceptarse de acuerdo con las condiciones que genera un modelo económico que exacerba el individualismo, en las que dichas nociones se internalizan alejadas de cualquier sentido de lo colectivo y de la solidaridad.
En esa dinámica, la Universidad ocupa un lugar especial dentro de la sociedad humana en tanto ella, depositaria y generadora de saber científico y de aceptadas formas de socialización, se erige como punto de partida y de llegada de una idea lo suficientemente universalizada, que señala que vivir la experiencia universitaria asegura actitudes y comportamientos liberales[3], donde el estudiante y el egresado universitario logra construir su propio proyecto de vida, alejado de la influencia de padres, del entorno familiar e incluso, de forzosos consensos sociales que por diversas vías buscan someter el espíritu libertario que aún acompaña a ese imaginario universal de universidad.
Para los que tienen la posibilidad de llegar a ella, esperan que sea un espacio de crecimiento libre, articulado, claro está, a perspectivas ideológicas y de clase que más o menos morigeran el talante de ese imaginario universal construido en torno a la Universidad. No se trata, por supuesto, de un universal sólido, inmodificable y rígido, pero sí persiste la idea de que la Universidad sirve para formar y educar ciudadanos capaces de generar cambios en el entorno. ¿Será cierto eso hoy, en especial en Colombia?
El espacio universitario atrae porque en él es posible el contacto con similares, con diversos y diferentes ciudadanos y grupos, y finalmente, el acceso a experiencias y la inclusión en redes de amigos que la familia no puede ofrecer.
Es decir, pasar por la Universidad significa alcanzar la ‘mayoría de edad’ en términos de que el estudiante toma decisiones[4] y se construye al margen de las pretensiones del núcleo familiar y de otras instituciones.
Claro está que dicha idea de crecimiento individual, de afianzamiento social y de autonomía individual resulta de complejas circunstancias contextuales en las aparecen tanto el papel y el carácter social y económico del Estado, como concepciones más o menos universales en torno a lo que se considera como madurez, individual y colectiva de hombres y mujeres, y el tiempo cronológico y social precisos para alcanzarla una vez insertos en la Universidad.
De igual manera, se hace presente el discurso de la modernidad en tanto determina condiciones, a veces ideales, alrededor de lo que se espera de una sociedad, de un Estado y de una serie de instituciones pretendidamente modernas. Se suma, también, el liberalismo como corriente de pensamiento y doctrina filosófica con claros efectos en los ámbitos social, económico y político.
Los individuos en este espacio académico construyen y moldean su identidad profesional, demarcada por las estructuras que organizan el conocimiento por departamentos desligados unos de otros, lo que acrecienta la incapacidad del ciudadano para comprender las complejidades de estas sociedades contemporáneas.
La identidad profesional del estudiante está dirigida a que esta sea capaz de adaptarse a las condiciones exigidas por las dinámicas del Mercado, que establece el tipo de profesional que necesita para incluirlo en sus bases de datos de empleados. Para ello requiere un conjunto de individuos impregnados de valores corporativos: calidad, exigencia, racionalidad, ahorro, sumisión, progreso, honestidad, fidelidad, responsabilidad y cumplimiento.
La Universidad ha sido una aliada sutil del proceso de modernización capitalista y convertida, por ese camino, en un instrumento eficaz para afianzar la idea de que egresando de ella se puede alcanzar la movilidad social esperada por todos los ciudadanos imbuidos en el sistema capitalista. De allí que se necesite reproducir ideas como emprendimiento, éxito profesional y empresarial, espíritu competitivo y competitividad, contrarias, claro está, a ideas como revolución, cambio social, pensamiento crítico conducente a desmontar ideales de progreso y desarrollo (evidentemente insostenibles), concebidas como inconvenientes y extrañas al nuevo espíritu empresarial que hoy ronda y caracteriza a la Universidad.
Botero Bernal sostiene que,
“En la contemporaneidad se ha impuesto, para la mayoría de los países latinoamericanos, un modelo fundado en una nueva fe en el mercado… Dicho modelo ha tenido momentos de auge y otros de fuerte crítica, pero a pesar de ello éste no dejó (ni deja) de afectar a la universidad y con ella su autonomía. Esto se evidencia con el surgimiento de la universidad empresaria y la universidad del empresariado. Resulta que, tal como se ha venido afirmando, la universidad, a través de los siglos y con el fin de protegerse de las incursiones de los poderes centrales (como la Iglesia y el Estado), ha desarrollado estructuras y procedimientos de gestión propios lo suficientemente complejos como para impedir la injerencia… Si estas estructuras y procedimientos logran alejar la abulia, estamos frente a ejercicios de autonomía en tanto efectivizan la labora académica. Pero lo que se está avizorando es que estas estructuras y procedimientos empiezan a ser copiados del sector privado, imbuido en la lógica neoliberal, reemplazando los que históricamente han servido a la universalidad, siendo los baluartes de este trastocamiento la universidad empresaria y la universidad del empresariado que acusan de ineficiente para el sistema económico el modelo de gestión…”[5].
A pesar del complejo contexto en el que hoy se mantiene la Universidad, hay quienes esperan que dentro de los campus universitarios se den actuaciones ciudadanas ejemplarizantes, en las que por ejemplo, sobresalgan el respeto, la tolerancia, la inclusión de la opinión divergente, pero especialmente, la reflexión a fondo de los asuntos públicos.
Pero el desengaño es mayúsculo al observar que en la Universidad colombiana coexisten, más o menos de forma cotidiana, los mismos problemas que afuera la sociedad entera enfrenta, acepta, critica, aprueba o desaprueba: desinterés, apatía, señalamientos y persecución ideológica, entre otros.
Quizás idealizar el escenario de académico universitario resulte de una inocencia no manifiesta, de quien lo caracteriza como un espacio óptimo para la discusión amplia, abierta, sin más armas y poder que las que nos ofrece el discurso.
Aceptemos por un momento que de un escenario en donde el discurso y el diálogo juegan un papel clave, se esperaría, por lo menos, un ejercicio ciudadano acorde con las condiciones de un entorno en el cual, por encima de cualquier ejercicio de poder y coerción, sobresalga el respeto por las ideas contrarias.
Pero al interior de las Universidades coexisten instituciones ya perennes en Colombia, como el clientelismo y la persecución o la discriminación ideológica, para nombrar dos de las más tradicionales y representativas políticamente hablando.
Lamentablemente, en universidades públicas y privadas hay serias manifestaciones de comportamientos clientelares, de fichaje político, que de forma clara definen no sólo oscuras y dañinas actitudes y aptitudes ciudadanas, sino el consecuentemente aletargamiento de las conciencias de quienes deberán guiar a la hoy más que nunca, confundida opinión pública nacional.
En el fichaje político de profesores juegan las negativas condiciones de un mercado laboral constreñido y por supuesto, los miedos naturales y justificados cuando la edad empieza a ser un factor para que los docentes decidan actuar o no actuar ideológica y políticamente, a través de la discusión abierta de asuntos públicos de especial importancia.
Quizás por lo anterior, haya docentes que decidieron jugar el papel más cómodo y fácil que cualquier ciudadano pueda escoger: el silencio. Hay quienes, incluso, se declaran, por franca comodidad, apolíticos o simplemente indiferentes frente a hechos públicos de los cuales difícilmente se puede estar al margen y que demandan un ejercicio ético claro y preciso.
El ejercicio efectivo, ejemplarizante y consecuente de la ciudadanía en Colombia, esto es, la participación activa en eventos electorales, pero especialmente la discusión de asuntos públicos y el respeto tanto de los deberes y los derechos consagrados en la carta política, es una tarea que se hace compleja de cumplir en Colombia, justamente porque la consolidación del Estado moderno es un asunto pendiente que nos debe preocupar y ocupar.
En el proceso de fortalecimiento de la acción ciudadana juegan, por supuesto, elementos y circunstancias culturales, políticas, económicas y psicosociales, asociadas a la historia individual y familiar de cada uno de los ciudadanos colombianos.
Es evidente que la polarización política e ideológica que el país enfrentó entre el 2002 y el 2010, con la llegada de Uribe Vélez a la Presidencia, se trasladó a los campus universitarios, exaltada, en muchos casos, por la presión de directivos y profesores que han visto favorecidos sus proyectos políticos personales, al sacar partido no sólo de la polarización, sino del ejercicio perverso del poder.
No es bueno para un país como Colombia, en el que la política ha estado al servicio de los más vivos, de los más poderosos, en un proceso de consolidación de mafias en corporaciones públicas decisorias, como el Congreso, Asambleas y Concejos, que en los espacios universitarios se fortalezcan instituciones tan dañinas como el clientelismo y la persecución ideológica. Y no se trata, hay que decirlo, de persecuciones abiertas que puedan servir para que los docentes las expongan y las denuncien ante los la ‘opinión pública’ e incluso, ante los jueces, sino de sutiles decisiones y actuaciones surgidas de esa animadversión que genera aún en Colombia el pensamiento crítico.
Por lo anterior, hay riesgos que van apareciendo en el escenario político y cultural que de manera clara involucran a la Universidad como espacio de formación y de educación, y por supuesto, a la democracia como posibilidad de un mejor desarrollo de la condición humana.
“Estamos en medio de una crisis de proporciones gigantescas y de enorme gravedad a nivel mundial…Me refiero a una crisis que, con el tiempo, puede llegar a ser mucho más perjudicial para el futuro de la democracia: la crisis mundial de la educación. Se están produciendo cambios drásticos en aquello que las sociedades democráticas enseñan a sus jóvenes, pero se trata de cambios que aún no se sometieron a un análisis profundo. Sedientos de dinero, los estados nacionales y su sistema de educación están descartando sin advertirlo ciertas aptitudes que son necesarias para mantener viva la democracia. Si esta tendencia se prolonga, las naciones de todo el mundo en breve producirán generaciones enteras de máquinas utilitarias, en lugar de ciudadanos cabales con la capacidad de pensar por sí mismos, poseer una mirada crítica sobre las tradiciones y comprender la importancia de los logros y los sufrimientos ajenos. El futuro de la democracia a escala mundial pende de un hilo” [6].
Con todo y lo anterior, la Universidad es un espacio privilegiado para el ser humano, en el que todavía es posible soñar con un país mejor. Corresponde a estudiantes y docentes reconocer la oportunidad única que tienen de pensar y dialogar aún, con alguna libertad, en las aulas.
[1] Zuleta, Estanislao. Educación y democracia, un campo de combate. Bogotá: Fundación Estanislao Zuleta y Corporación Tercer Milenio, 2da edición, 1995. p. 22-23-30.
[2] Nussbaum, Martha C. Sin fines de lucro, por qué la democracia necesita de las humanidades. Bogotá: Katz Discusiones. 2011. p. 28.
[3] Esta idea matizada, claro está, con el talante de universidades privadas con orientación conservadora y confesional, en las que se reproducen ideas que apuntan a conservar viejas estructuras de poder y prácticas asociadas a una moral religiosa y a un conservadurismo de vieja data. De igual manera, la idea de una universidad que libera está dada por los contextos políticos y por las políticas de Estado. Nota del autor.
[4] Algo sucede hoy en sectores societales en lo que concierne a la llegada a la Universidad de menores de edad (menores de 18 años). Pareciera que asistimos a una suerte de involución en términos de lo que se cree que es un estudiante universitario, en términos de su capacidad para tomar decisiones de forma autónoma, de enfrentar, en solitario, un escenario competitivo, pero que puede resultar violento. Hay evidencias ya en las universidades públicas y privadas de ciudadanos (menores y mayores de 18 años) que demandan el acompañamiento de la institución para adaptarse al nuevo mundo. Claro está que dicho acompañamiento y asesoría se ofrece desde la preocupación por los niveles altos de deserción que oscilan entre el 45 y el 50%. Por ejemplo, en universidades privadas encontramos que se hacen reuniones con los padres de familia de estudiantes de primer semestre. Estos encuentros son apoyados por instancias como Vicerrectorías de Bienestar o Bienestar Universitario, con el fin de informar a los padres acerca de las dinámicas de la Universidad y de los asuntos que tienen que ver con la adaptación de los ciudadanos- estudiantes y de los proto ciudadanos (menores de edad) al entorno universitario. De igual manera, las Universidades han dispuesto de recursos técnicos, humanos y económicos para atender a estos ciudadanos que requieren de un especial acompañamiento para asegurarles a la administración educativa bajos o aceptable niveles de deserción.
[5] Botero Bernal, Andrés. Autonomía Universitaria. Desarrollo e impacto del concepto en Colombia. Medellín: Universidad de Antioquia, Biogénesis, 2005. p. 136.
[6] Op cit. Nussbaum, Martha C. p. 20.
La Universidad como escenario de investigación, de creación de explicaciones a fenómenos humanos, formadora de ciudadanos pensantes y no sólo de profesionales, así como generadora de pensamiento crítico, se encuentra en una difícil encrucijada: debe elegir entre continuar siendo un actor de socialización y de cambio social, o terminar siendo un estratégico, pero interesado centro de reproducción de relaciones, sistemas y escenarios de poder pensados para someter las conciencias colectivas, a través del adoctrinamiento académico, esto es, poniendo al servicio del Mercado los objetos de estudio, la reflexión y la investigación.
La Universidad, así como la escuela y el colegio, históricamente, es considerada como una institución socializadora y disciplinante, dispuesta por un tipo de orden social y político que autoriza y legitima sus funciones, en aras de que la formación impartida en sus aulas garantice la entrega a la sociedad de ciudadanos aptos no sólo para convivir y compartir culturalmente dentro de un territorio, sino en capacidad de aportar al sistema productivo y de mantener, por esa vía, las tradicionales formas en las que el poder logra someter y morigerar posturas y acciones disonantes de ciudadanos formados o no en los claustros universitarios.
Hace años atrás Zuleta advertía sobre lo que hoy es ya una constatación en materia educativa. Decía Estanislao Zuleta que,
“La educación está siendo pensada cada vez más con los métodos y los modelos de la industria. Ofrecer una cantidad vez mayor de información en el mínimo de tiempo y con el mínimo de esfuerzo. Eso no es otra cosa que hacer en la educación lo que hace la industria en el campo de la producción: mínimo de costos, mínimo de tiempo, máximo de tontería… A esto es a lo que se quiere llegar con la tecnología educativa y los métodos de enseñanza audiovisual, confundiendo educación con información…La educación se ocupa de preparar a los estudiantes para intervenir en las distintas formas de trabajo productivo en los diversos sectores de la economía. Así, la eficacia de la educación para preparar los futuros obreros, contabilistas, ingenieros, médicos o administradores, se mide por las habilidades que el individuos adquiera para realizar tareas, funciones u oficios dentro de un aparato productivo o burocrático”[1].
Las instituciones educativas acompañan a la familia en la tarea de construir el “ser social” como “ser productivo”, en un proceso en el que el sistema económico construye un tipo de ciudadano al que se le exige que rápidamente se inserte en las dinámicas de consumo y al propio sistema financiero.
A decir de Martha Nussbaum, “la educación nos prepara no sólo para la ciudadanía, sino también para el trabajo y, sobre todo darle sentido a nuestra vida”[2].
Es posible, entonces, que el sentido que el ciudadano le da a la vida esté relacionado de manera exclusiva con las ideas de bienestar, de felicidad, libertad y justicia que bien pueden discutirse en los campus universitarios o simplemente aceptarse de acuerdo con las condiciones que genera un modelo económico que exacerba el individualismo, en las que dichas nociones se internalizan alejadas de cualquier sentido de lo colectivo y de la solidaridad.
En esa dinámica, la Universidad ocupa un lugar especial dentro de la sociedad humana en tanto ella, depositaria y generadora de saber científico y de aceptadas formas de socialización, se erige como punto de partida y de llegada de una idea lo suficientemente universalizada, que señala que vivir la experiencia universitaria asegura actitudes y comportamientos liberales[3], donde el estudiante y el egresado universitario logra construir su propio proyecto de vida, alejado de la influencia de padres, del entorno familiar e incluso, de forzosos consensos sociales que por diversas vías buscan someter el espíritu libertario que aún acompaña a ese imaginario universal de universidad.
Para los que tienen la posibilidad de llegar a ella, esperan que sea un espacio de crecimiento libre, articulado, claro está, a perspectivas ideológicas y de clase que más o menos morigeran el talante de ese imaginario universal construido en torno a la Universidad. No se trata, por supuesto, de un universal sólido, inmodificable y rígido, pero sí persiste la idea de que la Universidad sirve para formar y educar ciudadanos capaces de generar cambios en el entorno. ¿Será cierto eso hoy, en especial en Colombia?
El espacio universitario atrae porque en él es posible el contacto con similares, con diversos y diferentes ciudadanos y grupos, y finalmente, el acceso a experiencias y la inclusión en redes de amigos que la familia no puede ofrecer.
Es decir, pasar por la Universidad significa alcanzar la ‘mayoría de edad’ en términos de que el estudiante toma decisiones[4] y se construye al margen de las pretensiones del núcleo familiar y de otras instituciones.
Claro está que dicha idea de crecimiento individual, de afianzamiento social y de autonomía individual resulta de complejas circunstancias contextuales en las aparecen tanto el papel y el carácter social y económico del Estado, como concepciones más o menos universales en torno a lo que se considera como madurez, individual y colectiva de hombres y mujeres, y el tiempo cronológico y social precisos para alcanzarla una vez insertos en la Universidad.
De igual manera, se hace presente el discurso de la modernidad en tanto determina condiciones, a veces ideales, alrededor de lo que se espera de una sociedad, de un Estado y de una serie de instituciones pretendidamente modernas. Se suma, también, el liberalismo como corriente de pensamiento y doctrina filosófica con claros efectos en los ámbitos social, económico y político.
Los individuos en este espacio académico construyen y moldean su identidad profesional, demarcada por las estructuras que organizan el conocimiento por departamentos desligados unos de otros, lo que acrecienta la incapacidad del ciudadano para comprender las complejidades de estas sociedades contemporáneas.
La identidad profesional del estudiante está dirigida a que esta sea capaz de adaptarse a las condiciones exigidas por las dinámicas del Mercado, que establece el tipo de profesional que necesita para incluirlo en sus bases de datos de empleados. Para ello requiere un conjunto de individuos impregnados de valores corporativos: calidad, exigencia, racionalidad, ahorro, sumisión, progreso, honestidad, fidelidad, responsabilidad y cumplimiento.
La Universidad ha sido una aliada sutil del proceso de modernización capitalista y convertida, por ese camino, en un instrumento eficaz para afianzar la idea de que egresando de ella se puede alcanzar la movilidad social esperada por todos los ciudadanos imbuidos en el sistema capitalista. De allí que se necesite reproducir ideas como emprendimiento, éxito profesional y empresarial, espíritu competitivo y competitividad, contrarias, claro está, a ideas como revolución, cambio social, pensamiento crítico conducente a desmontar ideales de progreso y desarrollo (evidentemente insostenibles), concebidas como inconvenientes y extrañas al nuevo espíritu empresarial que hoy ronda y caracteriza a la Universidad.
Botero Bernal sostiene que,
“En la contemporaneidad se ha impuesto, para la mayoría de los países latinoamericanos, un modelo fundado en una nueva fe en el mercado… Dicho modelo ha tenido momentos de auge y otros de fuerte crítica, pero a pesar de ello éste no dejó (ni deja) de afectar a la universidad y con ella su autonomía. Esto se evidencia con el surgimiento de la universidad empresaria y la universidad del empresariado. Resulta que, tal como se ha venido afirmando, la universidad, a través de los siglos y con el fin de protegerse de las incursiones de los poderes centrales (como la Iglesia y el Estado), ha desarrollado estructuras y procedimientos de gestión propios lo suficientemente complejos como para impedir la injerencia… Si estas estructuras y procedimientos logran alejar la abulia, estamos frente a ejercicios de autonomía en tanto efectivizan la labora académica. Pero lo que se está avizorando es que estas estructuras y procedimientos empiezan a ser copiados del sector privado, imbuido en la lógica neoliberal, reemplazando los que históricamente han servido a la universalidad, siendo los baluartes de este trastocamiento la universidad empresaria y la universidad del empresariado que acusan de ineficiente para el sistema económico el modelo de gestión…”[5].
A pesar del complejo contexto en el que hoy se mantiene la Universidad, hay quienes esperan que dentro de los campus universitarios se den actuaciones ciudadanas ejemplarizantes, en las que por ejemplo, sobresalgan el respeto, la tolerancia, la inclusión de la opinión divergente, pero especialmente, la reflexión a fondo de los asuntos públicos.
Pero el desengaño es mayúsculo al observar que en la Universidad colombiana coexisten, más o menos de forma cotidiana, los mismos problemas que afuera la sociedad entera enfrenta, acepta, critica, aprueba o desaprueba: desinterés, apatía, señalamientos y persecución ideológica, entre otros.
Quizás idealizar el escenario de académico universitario resulte de una inocencia no manifiesta, de quien lo caracteriza como un espacio óptimo para la discusión amplia, abierta, sin más armas y poder que las que nos ofrece el discurso.
Aceptemos por un momento que de un escenario en donde el discurso y el diálogo juegan un papel clave, se esperaría, por lo menos, un ejercicio ciudadano acorde con las condiciones de un entorno en el cual, por encima de cualquier ejercicio de poder y coerción, sobresalga el respeto por las ideas contrarias.
Pero al interior de las Universidades coexisten instituciones ya perennes en Colombia, como el clientelismo y la persecución o la discriminación ideológica, para nombrar dos de las más tradicionales y representativas políticamente hablando.
Lamentablemente, en universidades públicas y privadas hay serias manifestaciones de comportamientos clientelares, de fichaje político, que de forma clara definen no sólo oscuras y dañinas actitudes y aptitudes ciudadanas, sino el consecuentemente aletargamiento de las conciencias de quienes deberán guiar a la hoy más que nunca, confundida opinión pública nacional.
En el fichaje político de profesores juegan las negativas condiciones de un mercado laboral constreñido y por supuesto, los miedos naturales y justificados cuando la edad empieza a ser un factor para que los docentes decidan actuar o no actuar ideológica y políticamente, a través de la discusión abierta de asuntos públicos de especial importancia.
Quizás por lo anterior, haya docentes que decidieron jugar el papel más cómodo y fácil que cualquier ciudadano pueda escoger: el silencio. Hay quienes, incluso, se declaran, por franca comodidad, apolíticos o simplemente indiferentes frente a hechos públicos de los cuales difícilmente se puede estar al margen y que demandan un ejercicio ético claro y preciso.
El ejercicio efectivo, ejemplarizante y consecuente de la ciudadanía en Colombia, esto es, la participación activa en eventos electorales, pero especialmente la discusión de asuntos públicos y el respeto tanto de los deberes y los derechos consagrados en la carta política, es una tarea que se hace compleja de cumplir en Colombia, justamente porque la consolidación del Estado moderno es un asunto pendiente que nos debe preocupar y ocupar.
En el proceso de fortalecimiento de la acción ciudadana juegan, por supuesto, elementos y circunstancias culturales, políticas, económicas y psicosociales, asociadas a la historia individual y familiar de cada uno de los ciudadanos colombianos.
Es evidente que la polarización política e ideológica que el país enfrentó entre el 2002 y el 2010, con la llegada de Uribe Vélez a la Presidencia, se trasladó a los campus universitarios, exaltada, en muchos casos, por la presión de directivos y profesores que han visto favorecidos sus proyectos políticos personales, al sacar partido no sólo de la polarización, sino del ejercicio perverso del poder.
No es bueno para un país como Colombia, en el que la política ha estado al servicio de los más vivos, de los más poderosos, en un proceso de consolidación de mafias en corporaciones públicas decisorias, como el Congreso, Asambleas y Concejos, que en los espacios universitarios se fortalezcan instituciones tan dañinas como el clientelismo y la persecución ideológica. Y no se trata, hay que decirlo, de persecuciones abiertas que puedan servir para que los docentes las expongan y las denuncien ante los la ‘opinión pública’ e incluso, ante los jueces, sino de sutiles decisiones y actuaciones surgidas de esa animadversión que genera aún en Colombia el pensamiento crítico.
Por lo anterior, hay riesgos que van apareciendo en el escenario político y cultural que de manera clara involucran a la Universidad como espacio de formación y de educación, y por supuesto, a la democracia como posibilidad de un mejor desarrollo de la condición humana.
“Estamos en medio de una crisis de proporciones gigantescas y de enorme gravedad a nivel mundial…Me refiero a una crisis que, con el tiempo, puede llegar a ser mucho más perjudicial para el futuro de la democracia: la crisis mundial de la educación. Se están produciendo cambios drásticos en aquello que las sociedades democráticas enseñan a sus jóvenes, pero se trata de cambios que aún no se sometieron a un análisis profundo. Sedientos de dinero, los estados nacionales y su sistema de educación están descartando sin advertirlo ciertas aptitudes que son necesarias para mantener viva la democracia. Si esta tendencia se prolonga, las naciones de todo el mundo en breve producirán generaciones enteras de máquinas utilitarias, en lugar de ciudadanos cabales con la capacidad de pensar por sí mismos, poseer una mirada crítica sobre las tradiciones y comprender la importancia de los logros y los sufrimientos ajenos. El futuro de la democracia a escala mundial pende de un hilo” [6].
Con todo y lo anterior, la Universidad es un espacio privilegiado para el ser humano, en el que todavía es posible soñar con un país mejor. Corresponde a estudiantes y docentes reconocer la oportunidad única que tienen de pensar y dialogar aún, con alguna libertad, en las aulas.
[1] Zuleta, Estanislao. Educación y democracia, un campo de combate. Bogotá: Fundación Estanislao Zuleta y Corporación Tercer Milenio, 2da edición, 1995. p. 22-23-30.
[2] Nussbaum, Martha C. Sin fines de lucro, por qué la democracia necesita de las humanidades. Bogotá: Katz Discusiones. 2011. p. 28.
[3] Esta idea matizada, claro está, con el talante de universidades privadas con orientación conservadora y confesional, en las que se reproducen ideas que apuntan a conservar viejas estructuras de poder y prácticas asociadas a una moral religiosa y a un conservadurismo de vieja data. De igual manera, la idea de una universidad que libera está dada por los contextos políticos y por las políticas de Estado. Nota del autor.
[4] Algo sucede hoy en sectores societales en lo que concierne a la llegada a la Universidad de menores de edad (menores de 18 años). Pareciera que asistimos a una suerte de involución en términos de lo que se cree que es un estudiante universitario, en términos de su capacidad para tomar decisiones de forma autónoma, de enfrentar, en solitario, un escenario competitivo, pero que puede resultar violento. Hay evidencias ya en las universidades públicas y privadas de ciudadanos (menores y mayores de 18 años) que demandan el acompañamiento de la institución para adaptarse al nuevo mundo. Claro está que dicho acompañamiento y asesoría se ofrece desde la preocupación por los niveles altos de deserción que oscilan entre el 45 y el 50%. Por ejemplo, en universidades privadas encontramos que se hacen reuniones con los padres de familia de estudiantes de primer semestre. Estos encuentros son apoyados por instancias como Vicerrectorías de Bienestar o Bienestar Universitario, con el fin de informar a los padres acerca de las dinámicas de la Universidad y de los asuntos que tienen que ver con la adaptación de los ciudadanos- estudiantes y de los proto ciudadanos (menores de edad) al entorno universitario. De igual manera, las Universidades han dispuesto de recursos técnicos, humanos y económicos para atender a estos ciudadanos que requieren de un especial acompañamiento para asegurarles a la administración educativa bajos o aceptable niveles de deserción.
[5] Botero Bernal, Andrés. Autonomía Universitaria. Desarrollo e impacto del concepto en Colombia. Medellín: Universidad de Antioquia, Biogénesis, 2005. p. 136.
[6] Op cit. Nussbaum, Martha C. p. 20.
1 comentario:
Uribiño:
En esta semana estuviste muy productivo y generoso en la extensión. Deberías considerar la posibilidad de hacer varias entregas cuando trates temas tan importantes y profundos.
Luis F.
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