Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Gracias a los acercamientos entre el Gobierno de Santos y la dirigencia de las Farc, para entablar diálogos, el país nuevamente piensa en que es posible poner fin a la guerra y quizás, superar el conflicto.
Eso sí, es posible que se alcance el fin de la guerra y se consiga un tipo de paz que no necesariamente significa superar circunstancias como la pobreza, la exclusión social y política y la violencia cotidiana, que no está asociada a las acciones de los actores armados. Una cosa, entonces, es ponerle fin a los enfrentamientos entre las fuerzas armadas del Estado y las Farc, y otra muy distinta alcanzar una paz duradera, justa y de claro beneficio colectivo.
El asunto de los diálogos y la paz misma tienen tal complejidad, que las esperanzas de los colombianos deben ser mesuradas porque el primer asunto que hay que discutir es qué idea de paz van a poner el Gobierno y las guerrillas (las Farc, inicialmente) en la mesa, para abrirle paso a una eventual negociación.
Luego, habrá que discutir qué es negociable y qué no lo es y hasta dónde los representantes del Establecimiento están dispuestos a ceder en privilegios, a modificar las estructuras y las relaciones de poder que permiten que hoy tengamos un Estado débil, precario y privatizado, con claros beneficios para unas reducidas élites.
Otro asunto que deberá ponerse de presente una vez se inauguren los diálogos entre las partes, es qué va a pasar con las guerrillas, es decir, con los combatientes rasos y con sus líderes. ¿Podrán y querrán hacer política sin armas sus líderes, por ejemplo, abriendo la posibilidad de que lleguen al Congreso? Es posible y deseable, pero ello no resuelve la situación del número, aún no determinado, de combatientes de las Farc. ¿Habrá, entonces, una ley de perdón y olvido? ¿Habrá reparación? ¿Qué pasará con las penas por la comisión de delitos de lesa humanidad? ¿Se repetirá el genocidio de la UP?
¿De cuántas mujeres, hombres y menores de edad estamos hablando? Insistirán los farianos en que no habrá desmovilización y dejación de armas, tal como lo aseguraban en sus momentos ‘Tirofijo’ y el propio ‘Alfonso Cano’. Si es así, entonces hay que pensar en incluirlos en una fuerza armada, una especie de Guardia Nacional, como efectiva bienvenida al posconflicto. ¿Cuánto le costará al Estado la manutención de estos nuevos funcionarios estatales? ¿De dónde saldrán los recursos económicos para mantener esa ‘nueva’ fuerza? y ¿cuáles serán las funciones que cumplirán? De todas formas, el fenómeno de las Maras rondará cuando se supere la guerra, si es que llegamos a ese deseable estadio.
Estas y otras preguntas pueden aparecer en una mesa de diálogo que, por supuesto, estará mediada por la desconfianza mutua entre las partes, por un pasado lleno de engaños hechos o cometidos tanto por el propio Estado, como las mismas guerrillas.
El momento histórico
El reconocimiento de un momento histórico deseable para hacer la paz no sólo parte de la motivación y del deseo de las partes en dialogar y ponerle fin a la guerra y posiblemente al sistémico y multifactorial conflicto, sino de unas realidades contextuales que involucran a países vecinos como Venezuela, posible garante en los anunciados diálogos.
De esta forma, Venezuela es una variable clave en ese complejo contextual (internacional) en el que se da y se presenta la iniciativa de diálogo Farc-Estado. Y lo es porque como Estado socialista guarda simpatías políticas e ideológicas con el proyecto político de las Farc y ha ofrecido diversos tipos de apoyos al accionar de las fuerzas farianas. Eso no se puede ocultar y menos aún, señalar como un obstáculo para los eventuales diálogos.
Por el contrario, podría ser una ventaja siempre y cuando el Estado colombiano y los factores y actores de poder en su interior, entiendan que un régimen de esa naturaleza, con el liderazgo de un megálomano y de un guerrerista como Chávez, hace más daño para Colombia ahora que se existe y se mantiene el conflicto y la guerra entre las fuerzas armadas y la subversión. Si a esa conclusión ha llegado el gobierno y las fuerzas internas que lo apoyan, entonces se puede decir que hay algo de madurez para iniciar un efectivo proceso de paz.
El miedo natural que la derecha colombiana mantiene alrededor de la posibilidad de que en Colombia llegue al poder un Presidente y una fuerza política capaz de llevar al país por el camino del llamado socialismo del siglo XXI, debe servir como motor de arranque para modificar el régimen político y económico que tantos beneficios le ha dado a un reducido grupo de familias que de tiempo atrás se benefician del Estado, porque lograron someterlo y ponerlo al servicio de sus mezquinos intereses. Si las élites piensan así, entonces será posible no sólo ponerle fin a la guerra, sino al conflicto.
De otro lado, aparece en escena los Estados Unidos, actor que a pesar de la crisis económica interna que afronta y del giro a su política internacional, sigue siendo fundamental puesto que como proveedor de armas a través del Plan Colombia y de la entrega de otras ‘ayudas’ para las fuerzas militares colombianas, tiene creados intereses en nuestra guerra interna.
Se espera que no sólo aplauda y acompañe los diálogos de paz, sino que el gobierno de Obama entienda que en la mesa las partes deberán discutir un asunto que toca sus intereses: el narcotráfico, el combustible de la guerra interna colombiana. ¿Cuál será la postura del gobierno de Obama y de la fantasmal Comunidad Internacional frente a un asunto que pone a jugar al propio sistema financiero internacional, y a actores como la CIA y la DEA que tienen gran peso político y económico al interior de los Estados Unidos?
De igual manera, en las discusiones que se den entre las partes habrá que abordar un asunto delicado: la presencia del capital transnacional invertido ya en Colombia, el que está llegando y el que paulatinamente pueda llegar durante los diálogos e, incluso, el que llegue después de la firma de la anhelada paz y la superación del conflicto.
Hay multinacionales que pueden jugar un rol perverso en el afianzamiento de los diálogos y en la ambientación de la paz. Se trata de fuerzas sin control y con gran poder desestabilizador, en especial cuando sus intereses coinciden con los de grandes empresarios colombianos, responsables en parte de las precarias condiciones en las que sobreviven millones de colombianos.
Así, bienvenidas las intenciones de paz del Presidente Santos y las de la dirigencia de las Farc. Pero el camino hacia la paz está lleno de obstáculos. Y uno de ellos aparece cuando desde el principio no se tiene claro qué se quiere y hasta dónde se desea llegar: silenciar los fusiles, es decir, ponerle fin a la guerra, o superar un conflicto que a todas luces es multifactorial.
1 comentario:
GAYALA: Muy bueno tu análisis de escenarios para los diálogos.Pero, y los paracos ??,Bacrim y Cia ???
Rodrigo
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