YO DIGO SÍ A LA PAZ

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miércoles, 5 de junio de 2013

APUNTES SOBRE EL PAPEL DE LAS HUMANIDADES

A continuación presento un corto  e incompleto ejercicio reflexivo en el que propongo que el  conflicto armado sirva como elemento articulador de actividades y experiencias académicas e investigativas, en aras de que la sociedad y el Estado colombianos revisen el lugar que hoy tienen las Humanidades no sólo dentro de la Escuela, sino dentro de las dinámicas societales, en donde el pragmatismo y los afanes propios de la llamada vida moderna, hacen que los ejercicios reflexivos y el pensamiento crítico cada vez más se concentren en unidades académicas y grupos humanos, lo que representa un reducido impacto social (colectivo).

El papel que se espera que jueguen las humanidades en la tarea formativa y educativa de Universidades y colegios, así como también su enseñabilidad, necesariamente pasan por la comprensión del complejo contexto colombiano, en especial las circunstancias históricas que devienen con el conflicto armado interno.

El largo conflicto colombiano, su degradación y su extensión y efectos psicosociales,  son factores determinantes para la discusión del talante que deberían tener las humanidades  y su enseñabilidad, en procesos formativos de ciudadanos y profesionales que egresan de universidades públicas y privadas.

La pregunta por el quehacer de las humanidades en una sociedad que convive con los horrores de una guerra de 50 años, no sólo resulta pertinente, sino irremediablemente orientadora para los propósitos político, ético y académico de la Universidad como actor político de una sociedad civil que suele confundir y borrar los límites fronterizos entre lo público y lo privado.

La guerra interna colombiana, entonces, puede servir de hilo conductor para discutir el talante de las humanidades, en especial si se orienta la discusión  desde la perspectiva interdisciplinar que permita, por ejemplo, examinar los sucesos y el devenir del conflicto armado interno, desde las posibilidades discursivas y categoriales que ofrecen el derecho, la economía, la comunicación social, la antropología, la sociología y la filosofía política, entre otras ciencias y saberes.

De esta manera, la discusión alrededor del quehacer, del papel y de los alcances y posibilidades pedagógicas de las humanidades, no se simplifica por el hecho de escoger un hilo conductor. No. Por el contrario, el asunto se complejiza de tal manera que su abordaje, necesariamente, requiere del concurso de disciplinas desde las que se puede abordar un asunto humano perfectamente racional como lo es la guerra y en general, todas las expresiones de violencia política, social, cultural, étnica y religiosa, entre otras, así como el choque de múltiples identidades que devienen de una sociedad golpeada, directa e indirectamente por la guerra, y que hoy está  escindida entre quienes reconocen que el conflicto armado nace de la debilidad del Estado de consolidar un orden político plural y respetuoso de las diferencias, y no del simple interés de un grupo de rebeldes que decidieron, un día, levantarse en contra de un orden, al parecer,  con una incontrastable legitimidad. Identidades que también devienen de un proceso de globalización al que esa misma sociedad, la Nación entera y el Estado colombiano se han insertado de tiempo atrás. 

CATEGORÍAS Y DISCURSOS UNIVERSALES

Un primer elemento que aparece en escena es la universalización de discursos que entran a reñir con particularidades contextuales tradicionalmente cuestionadas, olvidadas o no reconocidas por apuestas discursivas homogenizantes que no sólo afectan la comprensión singular de fenómenos, de proyectos individuales y de comunidades campesinas, indígenas y afrocolombianas, sino que terminan generando conflictos con identidades que nacen y se reconstruyen a diario, en especial en entornos urbanos[1].

Las circunstancias contextuales de una nación como la colombiana, pluriétnica, multicultural y biodiversa (desde la perspectiva ambiental), históricamente han sido desconocidas por discursos y categorías pretendidamente universales, que han servido en su aplicación para desconocer realidades locales y para facilitar la entronización de racionalidades externas más cercanas a intereses políticos y económicos de actores internacionales que buscan, a través de la globalización económica, someter a grupos humanos que viven por fuera de esas lógicas homogenizantes, de allí que sean vistos como ciudadanos y culturas disonantes, que deben transformarse a como dé lugar.

EL ESTADO, UN TIPO DE ORDEN EN CRISIS

Otro elemento tiene que ver con la presencia del Estado y su rol orientador. Sobre ese particular, hay que señalar que el caso colombiano ofrece unas complejas circunstancias.

Colombia, como Estado nación, exhibe grietas y vacíos institucionales que de manera directa afectan la vida humana en sociedad, así como los procesos civilizatorios puestos en marcha desde actores de la sociedad civil, desde el propio Estado e incluso, aquellos aupados desde movimientos sociales.

El Estado colombiano, desde la perspectiva constitucional, responde a las características de un Estado Social de Derecho, circunstancia esta que contribuye aun más a develar, exhibir y profundizar las debilidades institucionales que acompañan este orden social, político y cultural, dado que  aún está en  proceso de consolidación y legitimación.

EDUCACIÓN Y MODELO EDUCATIVO

Un tercer elemento guarda relación directa con el tipo de educación que hoy se imparte en colegios y universidades de Colombia y el mundo. Una educación que cada día más se soporta en el quehacer, en el aprender un oficio, y no en el saber pensar. Claramente no hay mayores desarrollos en lo que se conoce como pensamiento crítico, factor fundamental para la profundización de la democracia.

A decir de Martha Nussbaum el mundo afronta una grave crisis educativa. “Se están produciendo cambios drásticos en aquello que las sociedades democráticas enseñan a sus jóvenes, pero se trata de cambios que aún no se sometieron  a un análisis  profundo…Si esta tendencia se prolonga, las naciones de todo el mundo en breve producirán generaciones enteras de máquinas utilitarias, en lugar de ciudadanos cabales con la capacidad  de pensar por sí mismos, poseer una mirada crítica sobre las tradiciones  y comprender la importancia de los logros y los sufrimientos ajenos. El futuro de la democracia a escala mundial pende de un hilo… En casi todas las naciones del mundo se están erradicando las materias y las carreras relacionadas con las artes y las humanidades, tanto a nivel primario y secundario como a nivel terciario y universitario. Concebidas como ornamentos inútiles por quienes definen las políticas estatales en un momento en que las naciones deben eliminar todo lo que no tenga ninguna utilidad para ser competitivas  en el mercado global, esas carreras y materias pierden  terreno a gran velocidad, tanto en los programas curriculares como en la mente y el corazón de padres e hijos. Es más, aquello que podríamos describir como el aspecto humanístico de las ciencias, es decir, el aspecto relacionado con la imaginación, la creatividad y la rigurosidad en el pensamiento crítico, también está perdiendo terreno en la medida en que los países optan por fomentar la rentabilidad a corto plazo mediante el cultivo  de capacidades utilitarias y prácticas, aptas para generar  renta[2].

El llamado de atención que hace Martha Nussbaum debería de servir de excusa para revisar el lugar que hoy tienen en los currículos y en general en la vida universitaria, las humanidades, el pensamiento crítico, la democracia, la política, la discusión de asuntos públicos, la vida de campesinos, afrocolombianos e indígenas, sometidos históricamente a actividades de estigmatización y persecución cultural de grupos representativos de la cultura dominante; también, la revisión y el análisis de los discursos periodístico-noticioso y publicitario, que cada vez ejercen mayor influencia en audiencias desprovistas de criterios y herramientas suficientes para confrontarlos y para de-construirlos; igualmente, el lugar académico que se le da  al devenir de la guerra y del actual proceso de paz que se lleva a cabo en Cuba, entre la cúpula de las Farc y el Gobierno de Juan Manuel Santos Calderón. No son estos los únicos temas. Hay otros, por supuesto.

MODELO ECONÓMICO

Un cuarto elemento tiene que ver con el modelo económico y de sus impactos no sólo en la vida de millones de ciudadanos, sino en las propias formas en las que el Estado opera, sometido como nunca a las fuerzas del mercado y a poderosos intereses financieros transnacionales. Al respecto, Ignacio Lewkowicz señala que “el proceso práctico hoy está liquidando el arraigo del Estado en la nación. El Estado actual ya no se define prácticamente como nacional sino como técnico-administrativo, o técnico-burocrático. El Estado técnico-administrativo se apoya sobre el consumidor…”.

El cambio que enuncia Lewkowicz tanto en la forma como operan hoy  varios  Estados, como en la relación que se establece entre éstos y los consumidores (ciudadanos-clientes), tiene directa incidencia en las políticas educativas y en general, en las dinámicas de una democracia sometida a las fuerzas del mercado y a una racionalidad económica y financiera que reclama acciones estatales para continuar, por ejemplo, con un modelo de desarrollo extractivo, ambiental y culturalmente inviable.

El vaciamiento conceptual que vienen sufriendo categorías como participación política, ciudadanía de alta intensidad y ciudadanía, entre otras, son claras expresiones de transformaciones aupadas y logradas por la entronización del capitalismo, del individualismo y de toda concepción de felicidad asociada al disfrute de la vida a partir del consumo y la acumulación de capital.

Sobre este particular, los modelos alternativos de vida que aún exhiben comunidades campesinas, afrocolombianos e indígenas se estiman como esperanzas y mundos posibles cuando se discute sobre la necesidad imperiosa de reversar las actuales apuestas de desarrollo.



 EL DESARROLLO

El Estado colombiano, históricamente, se presenta como un orden social, político, económico y cultural precario y lábil, circunstancia que se manifiesta,  atraviesa y sujeta los alcances de las políticas económicas y sociales implementadas por sucesivos gobiernos, cuyos planes de desarrollo gravitan sobre un modelo económico extractivo de riquezas del subsuelo y de recursos naturales, renovables y no renovables, que a su vez alimenta un desarrollo agroindustrial con énfasis en monocultivos y prácticas ambientales insostenibles. 

Fenómenos como la construcción de jarillones sobre las márgenes de grandes, medianos y pequeños afluentes, la exploración y explotación de minerales como el oro, coltán y carbón, entre otros, agenciadas por capital nacional y transnacional, así como la puesta en marcha de actividades agroindustriales, son claras expresiones de un modelo de desarrollo extractivo que deja notables problemas ambientales, además de dudas frente a la capacidad estatal y a la responsabilidad privada para mitigar y manejar los riesgos que produce desarrollarse sin límites de resiliencia; y claramente, en las circunstancias y posibilidades que ofrece un Estado débil, con unas instituciones frágiles y una institucionalidad que claramente beneficia a la iniciativa privada, nacional y transnacional, el resultado no puede ser más desalentador: el sometimiento de la oferta y los servicios ambientales que ofrece un país biodiverso como Colombia, a las lógicas de un capital sobre el cual el Estado no ejerce control fiscal, ambiental y político.

Así las cosas, los planes de desarrollo del orden nacional, regional y local, cada vez están más sujetos a las relaciones de fuerza de poderosos actores locales y globales, interesados en un tipo de desarrollo que no asume responsabilidades socio ambientales y menos aún, está pensado para mitigar los riesgos que genera la implementación de grandes obras civiles (por ejemplo, carreteables), la entrega de licencias ambientales para proyectos de minería a cielo abierto en zonas frágiles de páramo y subpáramo o en lugares en donde la minería generaría efectos negativos social, antropológica y culturalmente para una nación biodiversa desde la perspectiva identitaria.

De allí que sea importante revisar el modelo de desarrollo y la visión con la que hoy el Estado colombiano entiende el aprovechamiento de los recursos de la biodiversidad. Sobre este quinto elemento propongo leer con atención esta cita: “El desarrollo, siguiendo la teoría de Michel Foucault y el análisis de Arturo Escobar, es un dispositivo de poder que reorganizó el mundo, relegitimando la división internacional del trabajo en el contexto capitalista, mediante un enorme conjunto de discursos y prácticas. El desarrollo se transformó en objetivo de las políticas públicas, se destinaron presupuestos y se crearon múltiples instituciones encargadas de impulsar al desarrollo, a escala local, nacional e internacional. En las universidades, aparecieron un sinnúmero de carreras para formar especialistas en desarrollo, sea rural, sostenible, internacional, etc. En los países del Norte, lo que antes eran políticas económicas frente a las colonias se resignificó en términos de <> al desarrollo. El desarrollo nos ata además a un instrumentario tecnocrático, cuantitativista y economicista, que ha permeado las políticas públicas en el mundo entero, y a unas prácticas depredadoras de la naturaleza, que nos han llevado a los límites actuales del planeta. Otro efecto del dispositivo es perpetuar la desvalorización de los múltiples modos de vida y relacionamientos  sociales y saberes existentes en el Sur como <>. Por consecuencia, la introducción de la categoría subdesarrollo también forjó subjetividades <> en el Sur global[3].


[1] “…La principal esperanza de armonía en nuestro mundo atormentado reside en la pluralidad  de nuestras identidades, que se cruzan entre sí y obran en contra de las profundas separaciones a lo largo de una única, tajante y resistente línea de división que supuestamente no es posible atravesar. Aquello que compartimos en tanto humanidad es desafiado brutalmente  cuando nuestras diferencias son reducidas a un sistema imaginario de categorías singularmente poderosas. Quizás el peor obstáculo  provenga de descuidar- y negar- el papel del razonamiento y de la elección, que se desprende de reconocer nuestras identidades plurales. La ilusión de una identidad única es mucho más disgregadora que el universo de clasificaciones plurales y diversas que caracterizan el mundo en el que en realidad vivimos…” (Sen, Amartya. Identidad y violencia, la ilusión del destino. Katz. p. 41).

[2] Nussbaum, Martha C. Sin fines de lucro, por qué la democracia necesita de las humanidades. Katz. p. 20-21.
[3] Lang, Miriam. Crisis civilizatoria y desafíos para las izquierdas. En: Más allá del desarrollo. Fundación Rosa Luxemburg-. Grupo Permanente de Trabajo sobre Alternativas al Desarrollo. Noviembre de 2011. p. 13-14.

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