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Por
Germán Ayala Osorio, comunicador social
y politólogo
Las
legítimas protestas de los campesinos del Catatumbo han servido para confirmar
la debilidad y la precariedad del Estado colombiano, la torpeza política del
Gobierno de Santos para enfrentar las demandas sentidas de los manifestantes,
así como la equivocada respuesta de la fuerza pública, que ya deja cuatro
civiles asesinados.
De
igual manera, la movilización campesina permite mostrar las dificultades
estructurales que impiden solucionar el asunto agrario o los problemas agrarios
del país, circunstancias que de un lado legitiman aún más las propuestas que
las Farc han puesto sobre la mesa en La Habana, pero del otro, restan
credibilidad social al mismo proceso de paz, justamente por el equivocado
manejo que el Gobierno le viene dando a las protestas y demandas de los
campesinos de la estratégica zona del Catatumbo.
Como
laboratorio no declarado de paz y de posconflicto, las marchas y el levantamiento
campesino confirman que los problemas estructurales que impiden la solución
definitiva de los problemas económicos y sociales expuestos, obligarían a
repensar el Estado y los modelos económico y político sobre los cuales se
sostiene la institucionalidad estatal.
Hay
que aceptar que el Estado, como orden social, político, económico y cultural
fracasó en el agenciamiento de los intereses y necesidades de campesinos,
indígenas y afrocolombianos. Solo hay Estado para las grandes y medianas urbes
y para los proyectos agroindustriales y mineros privados que hoy se extienden a
lo largo y ancho del país. Esa es la realidad.
El
Estado que imaginan los líderes farianos, los académicos, la izquierda
democrática y los campesinos del Catatumbo, entre otros sectores, no es el
mismo que está en la cabeza del presidente Santos, de los congresistas, de los
gremios económicos, de los militares y en las de los poderosos banqueros. No.
Por el contrario, el tipo de orden que ha servido, sirve y servirá a los
propósitos de estos actores sociales, económicos y políticos, es el que
promueve y asegura un Estado débil, precario y aquel que deja vacíos de poder a
lo largo del territorio nacional, para facilitar la tarea de mafias, legales e
ilegales, que trabajan de la mano de uno o de varios de estos actores de poder.
La chequera que lo compra todo
Lo
que los campesinos están exigiendo es Estado, es decir, un orden social,
económico, político y cultural que guíe sus vidas, que mitigue sus angustias e
incertidumbres, un orden que los reconozca, que respete sus cosmovisiones, sus
vidas, así como las identidades de indígenas y de otras comunidades asentadas.
El asunto no es sólo de alimentación, vías, distritos de riego y la declaración
final de zona de reserva campesina. No. La gente está demandando que haya, al
fin, un Estado que enfrente con decisión, pero con legitimidad, los vacíos de
poder que hoy han colonizado las propias Farc, narcotraficantes, paramilitares
y las sempiternas mafias políticas.
Pero
en Colombia no hay Estado como referente moral y como orden social. Hay un
Estado policivo que es capaz no sólo de descalificar la protesta, sino que es
capaz de disparar y matar. A ese Estado represor, Santos sumó un Gobierno que
cree que todo se soluciona entregando recursos económicos. Hace unos meses,
silenció las protestas de los cafeteros y paperos, con soluciones coyunturales,
con subsidios que no responden a un cambio del modelo económico extractivo y
mucho menos, a la decisión de frenar la poderosa locomotora minera. Se anuncia
que habrá un nuevo levantamiento de los cafeteros y el Gobierno desde ya alista
sus repertorios de respuesta para evitar o contener las marchas.
Históricamente
los gobiernos suelen responder a este tipo protestas con el ofrecimiento de
subsidios y la toma de medidas coyunturales, que no confrontan el modelo
económico y en particular, la política minera de la actual administración. Santos
se la jugó por la extracción a gran escala de minerales, lo que sin duda
implicó una elección que perjudica los modos de vida de los campesinos del
Catatumbo, así como la supervivencia paperos y cafeteros, entre otros sectores.
Ese
ofrecimiento oficial hace parte de un repertorio de respuestas que los
presidentes aprenden de memoria, dado que no sólo interiorizan la labilidad del
Estado, sino que insisten en profundizarla a través de políticas que benefician
a poderosos sectores productivos privados, nacionales y extranjeros.
Entre
más tiempo se extienda la protesta en el Catatumbo, más legítimas se hacen la
exigencias de las Farc y las de otros sectores en el sentido en que hay
transformar el Estado colombiano. Igualmente, entre más tiempo pase, las
discusiones en La Habana perderán apoyo social por la acción de un Presidente
que teme aceptar que el Estado y sus políticas de gobierno fracasaron, porque
su permanencia en el poder no sólo deberá enfrentar la coyuntura electoral de
2014, sino el respaldo de los banqueros, gremios y el poder militar que han
coadyuvado a consolidar un Estado precario y privatizado.
1 comentario:
Uribito:
¡Buena tarde!
Comparto tu opinión; no obstante, no debes olvidar que la construcción del tejido social y político no proviene únicamente de a la dirigencia, sino que también es indispensable el tejido social que se construye con redes, lo que constituye una orfandad aterradora en Colombia.
Luis F.
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