YO DIGO SÍ A LA PAZ

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lunes, 15 de julio de 2013

JÓVENES, VIOLENCIA POLÍTICA Y MACHOS PRIMITIVOS

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

Colombia es una nación con múltiples y complejos problemas. Es claro que afrontamos procesos civilizatorios y de socialización fallidos o incompletos, en un contexto en el que tanto la debilidad del Estado como las expresiones de violencia, social y política, se presentan como asuntos naturales y por ello, insuperables.

Años de violencia política y de un largo y degradado conflicto armado interno van tejiendo prácticas y formas socialmente aceptadas de resolver las diferencias y los problemas. De esta manera, el resultado no puede resultar más catastrófico y desalentador: el afianzamiento de una cultura en donde es legítimo amenazar, estigmatizar, golpear, maltratar, torturar, matar y desaparecer. Toda una cultura del odio y de la venganza que la gran prensa y la industria del entretenimiento recogen y validan como expresión genuina y correlato de una cultura machista profundamente enraizada. Será difícil poner fin al conflicto armado interno y con otras expresiones de violencia, sin un cambio cultural profundo de las élites de poder y en general, de los colombianos, en especial en lo que tiene que ver con la forma como acostumbramos a resolver los conflictos  y las diferencias.

En las prácticas y realidades políticas esa cultura del odio y de la venganza sirvió en un pasado reciente para validar el proyecto personal de un político que hizo todo para llegar al Estado para vengar la muerte de su padre, presuntamente asesinado por las Farc. Sobre ese mismo mandato de violencia masculina, de ese gran macho que se hace fuerte culturalmente gracias a una televisión que explota la pornomiseria, el país intolerante giró y gira aún a favor del paramilitarismo, de las ejecuciones extrajudiciales, de la ley del más fuerte y de la guerra.


Los jóvenes, un problema

Sin referentes de orden moral y ético, la vida de millones de colombianos deviene en confusiones alrededor de lo que es correcto y lo que no lo es. Barullos mentales ante los cuales las familias, la escuela y el Estado poco pueden hacer para aclarar las dudas y los dilemas éticos que los sostienen.

En el mundo adulto los dilemas éticos se multiplican de manera exponencial por la entronización cultural de la corrupción, del individualismo y del clientelismo. De esta forma, los jóvenes de hoy se enfrentan a un mundo económico que por un lado los usa como importantes dinamizadores de una vida de llena de consumos banales, y por otro, ese mismo mundo económico los rechaza y los hunde en profundas incertidumbres. Jóvenes que se contraponen a fallidos procesos de socialización en donde la disciplina, el respeto por el otro y unas mínimas consideraciones humanas para convivir, devienen en una suerte de ‘cosas’ obsoletas.

Por ello, algo debe andar muy mal en un país en el que sus jóvenes son, de tiempo atrás, un problema policivo, que debe enfrentarse con medidas como el toque de queda, la hora zanahoria o los constantes operativos policiales nocturnos en zonas rosas y barrios populares. ¿Qué pasa al interior de las familias y de las instituciones educativas que no logran encauzar los sueños, inquietudes y las incertidumbres de los muchachos que hoy hacen parte de pandillas o que sin pertenecer a estas, insisten en prácticas violentas como el matoneo y la solución violenta de las diferencias, por menores que estas sean?

¿Son acaso el reflejo del mundo adulto, en especial, de las reacciones de quienes fungen como figuras públicas, como políticos, que apelan a la violencia para imponer sus particulares puntos de vista o hacer posible sus proyectos de  gobierno?
La sociedad colombiana está aún pendiente de evaluar los efectos psicosociales que han dejado los discursos y las acciones violentas de Álvaro Uribe Vélez y de Francisco Santos Calderón, posible candidato a la presidencia en el 2014, adscrito a la micro empresa electoral llamada Centro Democrático.
Del primero, baste con recordar un par de expresiones, mandatos u órdenes cuando fungió como Presidente de la República; “… te doy en la cara marica… General, acábelos y por cuenta mía… no hay nadie aquí que lo capture[1]; del segundo, baste recordar la propuesta de usar descargas eléctricas contra manifestantes: “hace falta innovar, hay que utilizar armas de represión no letales como las que producen descargas eléctricas"[2].

Estos dos personajes de la política nacional, ex presidente y ex vicepresidente, pueden ser vistos por millones de jóvenes colombianos como referentes éticos a seguir. Son estos dos personajes la expresión de una masculinidad enfermiza, violenta y primitiva que hoy muchos jóvenes reproducen por la admiración que suscitan estos ex funcionarios. Y puede ser así, a pesar de que esos mismos muchachos que los ven como referentes éticos, viven en barriadas en donde la fuerza pública los estigmatiza y los persigue, lo que los obliga a comportarse como hombres, como machos, tal y como los dos ex funcionarios públicos suelen hacerlo públicamente. 

Colombia requiere de un urgente cambio cultural, que pasa por la transformación de lo masculino como potencial fuente de violencia física y simbólica. De igual manera, pasa por una valoración distinta de los jóvenes por parte del modelo económico, de la sociedad y del mundo político que suele aprovecharse de sus necesidades.



[1] Episodio en el que en un consejo comunitario ordenó poner preso a un funcionario de la alcaldía de Buenaventura, desconociendo que estamos en un Estado de derecho, en el que debe respetarse el debido proceso.
[2] Tomado de http://www.elespectador.com/noticias/politica/articulo-310707-francisco-santos-propone-descargas-electricas-controlar-marchas

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