Por
Germán Ayala Osorio, comunicador social
y politólogo
Colombia
es una nación con múltiples y complejos problemas. Es claro que afrontamos procesos
civilizatorios y de socialización fallidos o incompletos, en un contexto en el
que tanto la debilidad del Estado como las expresiones de violencia, social y
política, se presentan como asuntos naturales
y por ello, insuperables.
Años
de violencia política y de un largo y degradado conflicto armado interno van
tejiendo prácticas y formas socialmente aceptadas de resolver las diferencias y
los problemas. De esta manera, el resultado no puede resultar más catastrófico
y desalentador: el afianzamiento de una cultura en donde es legítimo amenazar,
estigmatizar, golpear, maltratar, torturar, matar y desaparecer. Toda una
cultura del odio y de la venganza que la gran prensa y la industria del
entretenimiento recogen y validan como expresión genuina y correlato de una
cultura machista profundamente enraizada. Será difícil poner
fin al conflicto armado interno y con otras expresiones de violencia, sin un
cambio cultural profundo de las élites de poder y en general, de los
colombianos, en especial en lo que tiene que ver con la forma como
acostumbramos a resolver los conflictos
y las diferencias.
En
las prácticas y realidades políticas esa cultura del odio y de la venganza
sirvió en un pasado reciente para validar el proyecto personal de un político
que hizo todo para llegar al Estado para vengar la muerte de su padre,
presuntamente asesinado por las Farc. Sobre ese mismo mandato de violencia
masculina, de ese gran macho que se hace fuerte culturalmente gracias a una
televisión que explota la pornomiseria, el país intolerante giró y gira aún a
favor del paramilitarismo, de las ejecuciones extrajudiciales, de la ley del
más fuerte y de la guerra.
Los jóvenes, un problema
Sin
referentes de orden moral y ético, la vida de millones de colombianos deviene
en confusiones alrededor de lo que es correcto y lo que no lo es. Barullos mentales
ante los cuales las familias, la escuela y el Estado poco pueden hacer para
aclarar las dudas y los dilemas éticos que los sostienen.
En
el mundo adulto los dilemas éticos se multiplican de manera exponencial por la
entronización cultural de la corrupción, del individualismo y del clientelismo.
De esta forma, los jóvenes de hoy se enfrentan a un mundo económico que por un
lado los usa como importantes dinamizadores de una vida de llena de consumos
banales, y por otro, ese mismo mundo económico los rechaza y los hunde en
profundas incertidumbres. Jóvenes que se contraponen a fallidos procesos de
socialización en donde la disciplina, el respeto por el otro y unas mínimas
consideraciones humanas para convivir, devienen en una suerte de ‘cosas’
obsoletas.
Por
ello, algo debe andar muy mal en un país en el que sus jóvenes son, de tiempo
atrás, un problema policivo, que debe enfrentarse con medidas como el toque de
queda, la
hora zanahoria o los constantes operativos policiales nocturnos en zonas rosas
y barrios populares. ¿Qué pasa al interior de las familias y de las
instituciones educativas que no logran encauzar los sueños, inquietudes y las
incertidumbres de los muchachos que hoy hacen parte de pandillas o que sin
pertenecer a estas, insisten en prácticas violentas como el matoneo y la
solución violenta de las diferencias, por menores que estas sean?
¿Son
acaso el reflejo del mundo adulto, en especial, de las reacciones de quienes
fungen como figuras públicas, como políticos, que apelan a la violencia para
imponer sus particulares puntos de vista o hacer posible sus proyectos de gobierno?
La sociedad
colombiana está aún pendiente de evaluar los efectos psicosociales que han
dejado los discursos y las acciones violentas de Álvaro Uribe Vélez y de
Francisco Santos Calderón, posible candidato a la presidencia en el 2014, adscrito
a la micro empresa electoral llamada Centro Democrático.
Del primero, baste
con recordar un par de expresiones, mandatos u órdenes cuando fungió como
Presidente de la República; “… te doy en
la cara marica… General, acábelos y por cuenta mía… no hay nadie aquí que lo
capture[1]; del
segundo, baste recordar la propuesta de usar descargas eléctricas contra manifestantes:
“hace falta innovar, hay
que utilizar armas de represión no letales como las que producen descargas
eléctricas"[2].
Estos
dos personajes de la política nacional, ex presidente y ex vicepresidente,
pueden ser vistos por millones de jóvenes colombianos como referentes éticos a
seguir. Son estos dos personajes la expresión de una masculinidad enfermiza,
violenta y primitiva que hoy muchos jóvenes reproducen por la admiración que
suscitan estos ex funcionarios. Y puede ser así, a pesar de que esos mismos
muchachos que los ven como referentes éticos, viven en barriadas en donde la
fuerza pública los estigmatiza y los persigue, lo que los obliga a comportarse
como hombres, como machos, tal y como
los dos ex funcionarios públicos suelen hacerlo públicamente.
Colombia requiere de un urgente cambio cultural,
que pasa por la transformación de lo masculino como potencial fuente de
violencia física y simbólica. De igual manera, pasa por una valoración distinta
de los jóvenes por parte del modelo económico, de la sociedad y del mundo
político que suele aprovecharse de sus necesidades.
[1] Episodio en el que en un consejo
comunitario ordenó poner preso a un funcionario de la alcaldía de Buenaventura,
desconociendo que estamos en un Estado de derecho, en el que debe respetarse el
debido proceso.
[2] Tomado de http://www.elespectador.com/noticias/politica/articulo-310707-francisco-santos-propone-descargas-electricas-controlar-marchas
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