YO DIGO SÍ A LA PAZ

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viernes, 23 de agosto de 2013

LA NUEVA COLOMBIA QUE PUEDE ESTARSE NEGOCIANDO EN LA HABANA

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

El proceso de paz en La Habana avanza lentamente, pero de espaldas no solo a las protestas y al paro agrario que inició el 19 de agosto, sino a las acciones emprendidas por poderosas empresas, como Manuelita y Riopaila Castilla, entre otras, que vienen haciendo todo tipo de piruetas jurídicas para concentrar más y más tierra en el sur del país.

En otras circunstancias contextuales, en lo político y militar, la compra de baldíos y de extensas fincas a propietarios señalados de ser testaferros de narcoparamilitares, sería motivo suficiente para que las Farc se levantaran de la mesa de negociación o por lo menos, propusieran el congelamiento de los diálogos.

¿En dónde quedó la lucha agraria de unas Farc, que nacieron con ese carácter agrario y campesino que tanto defendió y exhibió con orgullo el legendario ‘Manuel Marulanda Vélez’? ¿Tanto han cambiado las Farc que les parece legítimo que grandes latifundistas y terratenientes de este país sigan acumulando hectáreas, no para producir alimentos, sino agro combustibles?

¿Qué de lo acordado entre la cúpula de las Farc y los negociadores del Gobierno de Santos ataca, evita, invalida o, por el contrario, legitima los procedimientos echados a andar por estas poderosas empresas?

¿Acaso lo acordado hasta el momento en La Habana legitima un modelo de desarrollo agrario, que abiertamente beneficia a un sector poderoso de la agroindustria, y por esa vía, compromete la seguridad alimentaria del país?

Muchos dirán que el fin del conflicto amerita esfuerzos ideológicos y políticos. Y que unas Farc comprometidas con la paz, están dispuestas a deponer principios fundantes de su lucha armada. Es posible. Pero a cambio de qué.

No creo que en la transacción política y jurídica que se viene consolidando en La Habana, lo más importante para las Farc sea un modelo de justicia transicional ajustado a las necesidades de sus líderes, que insisten en que no pagarán un día de cárcel por los delitos cometidos. Es decir, aceptar un modelo de desarrollo agrario profundamente inequitativo, que golpea al campesinado, a comunidades indígenas y que compromete seriamente la seguridad alimentaria, para no ir a la cárcel, puede considerase como un buen negocio para las Farc, pero no creo que algo más habría en esa transacción.

Por lo anterior, creo que lo acordado en materia agraria entre las Farc y el Gobierno de Santos gira en torno a la declaración y al establecimiento de extensas zonas de producción alimentaria, a través de la figura de Zonas de Reserva Campesina, que no sólo les aseguraría a las Farc un territorio legítimo y legal, sino un espacio de acción política, de cara escenarios electorales que cobijan los ámbitos nacional, regional y local.

Es decir, el país quedaría dividido entre Zonas de Reserva Campesina para producir alimentos y el desarrollo de actividades agropecuarias, y Zonas de Desarrollo Empresarial de las que harían parte las actividades agroindustriales (producción de ‘comida’ para vehículos) en manos de multinacionales y de empresas como Riopaila- Castilla y Manuelita. Un país biodiverso, escindido entre dos modelos económicos, corre el riesgo de enfrentar problemas socio ambientales graves, si tenemos en cuenta la nula responsabilidad ambiental que de tiempo atrás han mostrado tanto las Farc, como las empresas agroindustriales.

Ese escenario de posconflicto resultaría a todas luces justo en la medida en que un país con grandes extensiones de tierra, bien puede permitir este tipo de arreglos entre un grupo armado ilegal como las Farc y un Gobierno neoliberal como el de Santos. ¿Pero qué efectos sociales, ambientales, económicos, culturales y políticos en el mediano y largo plazo traería ese arreglo? No lo sabemos.

Si lo enunciado aquí tiene sentido, a la luz de lo acordado hasta el momento entre las Farc y el Gobierno de Santos, estaríamos ante la consolidación de escenarios de posconflicto sostenidos en prácticas de exclusión social, económica y política, entre dos desarticuladas visiones de país. El reto estaría en que sucesivos gobiernos, planteen planes de desarrollo que hagan coincidir los dos modelos económicos y políticos planteados.

Así las cosas las Farc, desmovilizadas y habiendo hecho dejación de armas, se quedarían con una buena porción del territorio nacional, bien como líderes políticos de los proyectos de vida de cientos de miles campesinos que decidan voluntariamente vivir dentro las zonas de reserva campesina; y por el lado de los grandes empresarios y terratenientes, éstos podrán hacer lo mismo y  continuar con sus negocios agroindustriales en condiciones óptimas de seguridad.

Son muchas las preguntas y los asuntos que muy seguramente aparecerán en el camino, de darse y confirmarse la tesis aquí planteada. Expongo algunos: ¿qué pasará con el cuidado de la biodiversidad y de las reservas de agua para un país y un planeta que demandan cada día más y más consumo del valioso recurso? ¿Qué pasará con la seguridad alimentaria del país, en particular con las condiciones planteadas en la Resolución 970/10, del ICA, que compromete seriamente las actividades de campesinos, por ejemplo, en la producción de arroz?


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