Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Las protestas, los paros y las
movilizaciones sociales evidencian con creces la inviabilidad del centralismo
político bogotano, en el contexto de un régimen de poder que históricamente ha
sido incapaz de consolidar un proyecto nacional incluyente, que reconozca la
diversidad cultural y aproveche de manera sostenible los recursos de una
biodiversidad que aún se mantiene en pie, a pesar de una apuesta desarrollista
que no respeta y desborda límites sociales y naturales de resiliencia.
Los graves problemas de
subsistencia de mineros, paperos, camioneros, cacaoteros, caficultores y
cebolleros, entre otros, desbordan la capacidad política de los alcaldes y
gobernadores de las zonas en donde hoy marchan y protestan campesinos y
centenares de colombianos golpeados no sólo por la inacción de la clase
política de cada región, sino por la desidia del Gobierno central, que desde
Bogotá, cree poder garantizar condiciones de vida digna para todos los
colombianos.
Es claro que el país no puede
seguir siendo manejado desde las lógicas de una élite bogotana que mira con
desdén las necesidades de campesinos, indígenas y afrocolombianos; una élite
que mira el mundo rural como un simple escenario de explotación a través de
actividades agroindustriales, madereras y mineras, que claramente apuntan hacia
la desaparición del campesinado, así como de toda organización social indígena
y afrocolombiana que se oponga a la economía de enclave que desde Bogotá se
viene imponiendo y garantizando en territorios como el Vichada, el Guainía y el
Pacífico colombiano, entre otras zonas.
Los paros y las taponamientos de
vías, así como las llamadas vías de hecho, no son más que expresiones de una
democracia restringida en lo social, lo político y lo económico, pero que se
muestra fuerte en elecciones periódicas con las se pretende esconder la gran
debilidad institucional que exhibe el Estado colombiano, por cuenta,
especialmente, del régimen político centralizado, que desde Bogotá, cree que
resulta suficiente con mantener la unidad territorial a través del uso de los
símbolos patrios y los imaginarios colectivos; y asegurar el orden público con la represión de
la fuerza pública.
La debilidad de los partidos
políticos, la existencia de un presupuesto nacional que se ejecuta sin sentido
de lo colectivo, de lo nacional; la crisis de la representación política en
órganos legislativos y la inacción de la clase política de municipios y departamentos,
son factores estructurales que ningún Gobierno ha estado interesado en abordar.
Por el contrario, a través de Consejos comunales o los Acuerdos para la
Prosperidad, lo que se busca es erosionar el poder local y regional de alcaldes
y gobernadores que de manera sumisa aceptan la intervención del Gobierno
nacional.
Todos estos factores pasan a un
segundo plano cuando la gran prensa bogotana y los principales medios
regionales concentran su atención en los enfrentamientos entre policías y manifestantes
y en los bloqueos de vías principales. Lo cierto es que el régimen centralista
en Colombia está en crisis y es urgente pensar y discutir un modelo federal o
por lo menos, de una consensuada regionalización, que evite a toda costa que
las decisiones de alcaldes y gobernadores estén supeditadas al poder
presidencial que cada vez apela más a la estimagtización de la protesta y al
uso de la fuerza para acallar las voces
de quienes al clamar por condiciones de vida digna, evidencian la
inviabilidad de un régimen de poder que todos los días hace inviable a este
país.
De cara a lo que se viene
negociando en La Habana entre la cúpula de las Farc y el Gobierno de Santos, va
quedando claro que los problemas de los colombianos que hoy hacen parte del
paro nacional, poco interesan a las partes que dialogan, dado que a las Farc,
de un lado, les conviene negociar con un régimen débil para evadir la justicia
y llegar al Congreso y a otros escenarios legislativos regionales y locales, no
para cambiar sustancialmente la estructura del régimen presidencialista que
tanto daño le hace al país, sino para sobrevivir, en el amplio sentido del
término y vivir los últimos años de sus vidas, del Establecimiento que no
pudieron derrotar; y por el lado del Gobierno de Santos, es claro que la
reelección es la máxima apuesta política, lo que de inmediato deja en un
segundo plano la real intención de buscar la paz con aquel grupo
guerrillero.
Así las cosas, la democracia no es un escenario idílico o apacible, como
muchos piensan que debe ser. Por el contrario, es un campo de lucha y
conflictos permanentes en el que ojalá la discusión de ideas prevalezca por encima
del uso de la violencia. Justamente, por culpa de un Gobierno que mira con
desdén la protesta ciudadana, lo que debería de ser un diálogo entre los
sectores rural y urbano, deviene en enfrentamientos violentos y en acciones de
hecho que lo único que demuestran y confirman es la debilidad de un régimen que
se hace llamar democrático, pero que cada vez más actúa con un carácter
corporativo, que beneficia a reducidos sectores de poder nacional y
transnacional.
1 comentario:
Hola.
Estoy completamente de acuerdo con usted, considero que este Paro Nacional es una cuestión sintomática de lo que acertadamente señala como una élite social con poder económico que se arroga el derecho de negociar lo que a todos pertenece, no como recurso, sino como bien común que debe preservarse; comparto su visión sobre la necesidad de conservar los recursos naturales.
Sin embargo me gustaría puntualizar sobre el hecho de que los miembros de este grupo de adinerados, industriales, terratenientes, clanes políticos y familias parásitas de la administración del estado provienen de muchas regiones del país y no se trata estrictamente de personas de Bogotá.
Es verdad que aquellos que hoy oprimen y degradan nuestro país han sido elegidos popularmente--con beneficio de duda--y que tienen sus despachos en ña Capital de Colombia, pero nada dice eso sobre esa ciudad y sus habitantes, unos bogotanos y otros venidos en gran número de otras ciudades del país, para no mencionar a aquellos tenidos por extranjeros.
En nada aporta al necesario debate que usted oportunamente propone sobre el presente y futuro del país de todos esa connotación regionalista que propone deliberadamente en la discusión: con el debido respeto, considero que son precisamente esos discursos de odio los que distraen tanto la opinión como la voluntad de las personas en debates muertos antes de nacer y destruyen el tejido social, ese que permite que las personas se unan masivamente en tono a una causa, elemento necesario en la construcción de cambios sociales en un momento crítico para Colombia, pensada como ese organismo vivo que empieza a marchitarse por la corrupción y la violencia.
Espero que no le haya incomodado la extensión del comentario, pero yo considero que la palabra tiene valor y es en momentos como estos en los que adquiere un valor como camino posible para superar ese desarrollismo y salir al encuentro de ese porvenir que aún no llega.
Cordial saludo desde Bogotá.
@infernando_00
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