YO DIGO SÍ A LA PAZ

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jueves, 7 de noviembre de 2013

PROCESO DE PAZ, PERIODISMO Y ACCESO A LOS MEDIOS MASIVOS

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo


 El proceso de paz de La Habana ha soportado en poco más de un año no sólo la incredulidad de millones de colombianos y las arremetidas de los amigos de la guerra, como el Procurador Ordóñez, el ex presidente Uribe Vélez y su candidato presidencial, Oscar Iván Zuluaga, entre otros, sino los tratamientos periodísticos irresponsables de varias empresas mediáticas, que de acuerdo con sus rutinas de producción noticiosa, pusieron los micrófonos, las cámaras de video y las rotativas al servicio de funcionarios públicos, como el ministro de la Defensa, para que defienda una débil institucionalidad y un orden social y político en crisis, y por ese camino, reducir las complejidades del conflicto armado interno y las del proceso de paz, a simples opiniones y lecturas de clase.

A pesar de lo anterior, el proceso avanza en medio de una relativa aceptación social, fruto de la incapacidad del Presidente de convocar a sectores sociales y políticos, más allá del apoyo recibido y ofrecido por la Unidad Nacional, que descansa en las relaciones clientelares planteadas desde el Ejecutivo.

En los últimos meses el proceso de paz pareció estancarse por el escenario electoral que se avecina, y por la sugerencia de Santos en el sentido en que la negociación podría congelarse, romperse o aplazarse, debido a su intención de aspirar a la reelección presidencial. A lo anterior se sumó los límites temporales preestablecidos, que contrastaban con la aparente lentitud en el abordaje de los puntos pactados en la agenda de negociación. Hubo presiones, anuncios y llamados desde la academia y otros sectores para que los equipos de negociación no se levantaran de la mesa de diálogo. Así fue y ayer el país recibió la buena nueva en el sentido en que ya hay acuerdos sustanciales en el segundo punto de la agenda, que concierne al tema de la participación política.

Sin duda, los elementos de lo acordado en el ámbito de la participación política son importantes y de seguro le darán un segundo aire a un proceso complejo que cuenta con muchos enemigos dentro de las instituciones del Estado y por supuesto, dentro de sectores sociales, económicos y políticos de una sociedad civil escindida. Pero hay un elemento o factor de poder que hace parte de lo acordado ayer, al que bien vale la pena dedicar varias líneas y tiempo de reflexión: el acceso a los medios de comunicación.

Los medios en el proceso de paz

Nadie puede ocultar que los medios de comunicación son, de tiempo atrás, un actor político de gran alcance, dado el poder que tienen de moldear las conciencias de millones de colombianos. Sin duda, son actores políticos al servicio de conglomerados económicos, que los usan para coadyuvar a mantener un orden social y político inestable e ilegítimo y para entronizar formas de comportamiento social, como por ejemplo, insistir en una sociedad patriarcal, a través del discurso publicitario y la producción y emisión de productos  culturales como novelas  y seriados.

De tiempo atrás Colombia asiste a una suerte de ‘dictadura mediática’ por cuenta de dos poderosos canales privados de televisión, RCN y Caracol, que juntos concentran, por lo menos, la atención de 20 millones de colombianos. El poder de penetración de estos dos canales privados (nacieron en 1998) se exhibe no sólo en la capacidad técnica, sino en la intención periodística de reducir lo complejo al valor de una anécdota o al de una simple opinión de una fuente gubernamental.

Frente al proceso de paz de La Habana, los medios han servido de caja de resonancia a  guerreristas como el ministro Pinzón y a un sector del ejército al que le interesa la continuidad de la guerra, por todo lo que esta representa en términos de beneficio laboral para los militares y por supuesto, por el manejo de un millonario presupuesto sobre el que suele haber un nulo control fiscal y político.

Si bien los medios masivos no han logrado que el proceso de paz fracase, sí han logrado generar negativos episodios y coyunturas político-mediáticas que generan dudas en unas audiencias que aún les falta capacidad para discernir en torno a los intereses políticos y económicos que defienden las empresas mediáticas, que claramente abrieron espacios a los detractores de la paz negociada que avanza en La Habana.

Baste con recordar la foto tomada al líder fariano, Iván Márquez, en una moto Harley Davidson, para entender el talante periodístico de una prensa mas presta al escándalo, que a la discusión de asuntos de fondo. Recientemente el episodio de la fotografía de varios jefes de la delegación de las Farc en un catamarán, confirma el sensacionalismo mediático dispuesto para socializar las imágenes que le llegaron al ex presidente Uribe Vélez. Los medios mordieron el anzuelo lanzado por el ex mandatario, por cuanto siguen atados a unos perversos criterios de noticiabilidad sobre los cuales hacen descansar no sólo su ideología, sus intereses, sino la incapacidad y la irresponsabilidad frente al contexto de unos periodistas que se prestaron para amplificar un hecho intranscendente como ese.

Gracias al irresponsable tratamiento periodístico dado a las imágenes del catamarán, cientos de miles de colombianos descalificaron no sólo la presencia de los líderes guerrilleros en la cómoda embarcación, sino el mismo proceso de paz. La gran prensa colombiana le dedicó horas y espacios a las dichosas fotos en el catamarán y armó un escándalo que alcanzó a afectar la confianza y la credibilidad ciudadana en el proceso de negociación. Pero bastó que desde La Habana se anunciaran acuerdos entre los negociadores del Gobierno y de las Farc, en torno al segundo punto de la agenda, para que los medios dieran un vuelco total y muchos calificaran como un hecho histórico lo acordado entre las partes. Estamos ante una especie de esquizofrenia mediática y el país parece acostumbrarse a un periodismo que insiste en presentar el escenario de negociación de La Habana, como una trampa mortal para el devenir del país y no como una oportunidad histórica para superar el degradado conflicto armado interno.


Habrá que esperar a que todo esté acordado, su implementación y  refrendación, para tener a unas Farc haciendo política e informando a través de noticieros. El país debe aceptar que la democracia se fortalece y se amplía cuando se asegura la pluralidad informativa. Resulta profundamente antidemocrático que hoy el país cuente, con los dedos de una mano, el número de noticieros nacionales. La ‘dictadura mediática’ y el unanimismo ideológico que desde 1998 ejercen y promueven los canales RCN y Caracol, debe llegar a su fin, o por lo menos, contar con el contrapeso ideológico, político, periodístico y financiero de una propuesta informativa que recoja no sólo las ideas políticas de las Farc, sino las de otros sectores de la opinión que no se sienten representados y mucho menos a gusto, con la manera como estos dos poderosos canales privados vienen (des) informando a los colombianos. 

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