Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
A pesar de lo anterior, el
proceso avanza en medio de una relativa aceptación social, fruto de la
incapacidad del Presidente de convocar a sectores sociales y políticos, más
allá del apoyo recibido y ofrecido por la Unidad Nacional, que descansa en las
relaciones clientelares planteadas desde el Ejecutivo.
En los últimos meses el proceso
de paz pareció estancarse por el escenario electoral que se avecina, y por la
sugerencia de Santos en el sentido en que la negociación podría congelarse, romperse o aplazarse,
debido a su intención de aspirar a la reelección presidencial. A lo anterior se
sumó los límites temporales preestablecidos, que contrastaban con la aparente
lentitud en el abordaje de los puntos pactados en la agenda de negociación.
Hubo presiones, anuncios y llamados desde la academia y otros sectores para que
los equipos de negociación no se levantaran de la mesa de diálogo. Así fue y
ayer el país recibió la buena nueva en el sentido en que ya hay acuerdos
sustanciales en el segundo punto de la agenda, que concierne al tema de la
participación política.
Sin duda, los elementos de lo
acordado en el ámbito de la participación política son importantes y de seguro
le darán un segundo aire a un proceso complejo que cuenta con muchos enemigos
dentro de las instituciones del Estado y por supuesto, dentro de sectores
sociales, económicos y políticos de una sociedad civil escindida. Pero hay un
elemento o factor de poder que hace parte de lo acordado ayer, al que bien vale
la pena dedicar varias líneas y tiempo de reflexión: el acceso a los medios de
comunicación.
Los medios en el proceso de paz
Nadie puede ocultar que los medios
de comunicación son, de tiempo atrás, un actor político de gran alcance, dado
el poder que tienen de moldear las conciencias de millones de colombianos. Sin
duda, son actores políticos al servicio de conglomerados económicos, que los
usan para coadyuvar a mantener un orden social y político inestable e ilegítimo
y para entronizar formas de comportamiento social, como por ejemplo, insistir
en una sociedad patriarcal, a través del discurso publicitario y la producción
y emisión de productos culturales como novelas y seriados.
De tiempo atrás Colombia asiste a
una suerte de ‘dictadura mediática’ por cuenta de dos poderosos canales
privados de televisión, RCN y Caracol, que juntos concentran, por lo menos, la
atención de 20 millones de colombianos. El poder de penetración de estos dos
canales privados (nacieron en 1998) se exhibe no sólo en la capacidad técnica,
sino en la intención periodística de reducir lo complejo al valor de una
anécdota o al de una simple opinión de una fuente gubernamental.
Frente al proceso de paz de La
Habana, los medios han servido de caja de resonancia a guerreristas como el ministro Pinzón y a un
sector del ejército al que le interesa la continuidad de la guerra, por todo lo
que esta representa en términos de beneficio laboral para los militares y por
supuesto, por el manejo de un millonario presupuesto sobre el que suele haber
un nulo control fiscal y político.
Si bien los medios masivos no han
logrado que el proceso de paz fracase, sí han logrado generar negativos episodios
y coyunturas político-mediáticas que generan dudas en unas audiencias que aún
les falta capacidad para discernir en torno a los intereses políticos y
económicos que defienden las empresas mediáticas, que claramente abrieron
espacios a los detractores de la paz negociada que avanza en La Habana.
Baste con recordar la foto tomada
al líder fariano, Iván Márquez, en una moto Harley Davidson, para entender el
talante periodístico de una prensa mas presta al escándalo, que a la discusión
de asuntos de fondo. Recientemente el episodio de la fotografía de varios jefes
de la delegación de las Farc en un catamarán, confirma el sensacionalismo
mediático dispuesto para socializar las imágenes que le llegaron al ex
presidente Uribe Vélez. Los medios mordieron el anzuelo lanzado por el ex
mandatario, por cuanto siguen atados a unos perversos criterios de
noticiabilidad sobre los cuales hacen descansar no sólo su ideología, sus
intereses, sino la incapacidad y la irresponsabilidad frente al contexto de
unos periodistas que se prestaron para amplificar un hecho intranscendente como
ese.
Gracias al irresponsable
tratamiento periodístico dado a las imágenes del catamarán, cientos de miles de
colombianos descalificaron no sólo la presencia de los líderes guerrilleros en la
cómoda embarcación, sino el mismo proceso de paz. La gran prensa colombiana le
dedicó horas y espacios a las dichosas fotos en el catamarán y armó un
escándalo que alcanzó a afectar la confianza y la credibilidad ciudadana en el
proceso de negociación. Pero bastó que desde La Habana se anunciaran acuerdos
entre los negociadores del Gobierno y de las Farc, en torno al segundo punto de
la agenda, para que los medios dieran un vuelco total y muchos calificaran como
un hecho histórico lo acordado entre las partes. Estamos ante una especie de esquizofrenia mediática y el país parece
acostumbrarse a un periodismo que insiste en presentar el escenario de
negociación de La Habana, como una trampa mortal para el devenir del país y no como
una oportunidad histórica para superar el degradado conflicto armado interno.
Habrá que esperar a que todo esté
acordado, su implementación y
refrendación, para tener a unas Farc haciendo política e informando a
través de noticieros. El país debe aceptar que la democracia se fortalece y se
amplía cuando se asegura la pluralidad informativa. Resulta profundamente
antidemocrático que hoy el país cuente, con los dedos de una mano, el número de
noticieros nacionales. La ‘dictadura mediática’ y el unanimismo ideológico que
desde 1998 ejercen y promueven los canales RCN y Caracol, debe llegar a su fin,
o por lo menos, contar con el contrapeso ideológico, político, periodístico y
financiero de una propuesta informativa que recoja no sólo las ideas políticas
de las Farc, sino las de otros sectores de la opinión que no se sienten
representados y mucho menos a gusto, con la manera como estos dos poderosos
canales privados vienen (des) informando a los colombianos.
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