Por Germán Ayala Osorio, comunicador
social y politólogo
No
resulta nada fácil explicar y comprender lo que viene pasando en Venezuela, a
raíz de las protestas sociales protagonizadas por un sector poblacional que
poco a poco desconoce la legitimidad de un régimen político que de manera
decidida reprime la protesta, al tiempo que exhibe graves problemas para
enfrentar la inseguridad en las calles y el abastecimiento de productos básicos
de la canasta familiar.
Hay
que empezar por ubicar a Venezuela en el contexto de un proceso globalizador en
el que el capitalismo continúa siendo el sistema dominante, y el socialismo,
una salida posible a las disímiles crisis socio ambientales y humanas que
suelen producir aquellos Estados que actúan sobre la base de una relación
asimétrica entre Estado y Mercado, en el que el segundo pone las condiciones al
primero y define prioridades en cuanto a lo que debe ser el desarrollo y el
crecimiento económico, a costa, si es el caso, de la depredación de bosques y
zonas de especial valor ambiental.
En
cuanto al ámbito político, Venezuela y su apetecido petróleo despierta los
intereses y los deseos de Rusia, de Irán, del sistema financiero internacional
y, por supuesto, de los Estados Unidos, viejo ‘policía’ del mundo que defiende
el mercado y el capitalismo, encubriendo dicha lucha con las banderas de la
democracia y la defensa de los derechos humanos. Todos estos intereses e
interesados ‘sobrevuelan’ el suelo venezolano como ‘chulos’ hambrientos.
Sin
duda, el socialismo sigue siendo una utopía, a juzgar por la implosión de la
antigua URSS, la costosa supervivencia del régimen cubano gracias a la ayuda
económica que entrega Venezuela, las
dificultades económicas y sociales que afronta Argentina y por supuesto, los
muchos problemas que el régimen venezolano viene afrontando en lo que concierne
al abastecimiento de productos básicos de la canasta familiar, la salida de
madre de los comandos armados[1]
creados por Chávez para defender la
revolución bolivariana y en general, por los altos índices de inseguridad que
soporta Caracas y otras ciudades del país. El caso de China debe mirarse a la
luz de un socialismo de mercado,
liderado por una potencia económica y militar depredadora, capaz de inundar el
planeta con productos producidos a bajos costos fiscales, pero con graves efectos
sociales y ambientales en entornos endógenos y exógenos.
Y
sigue siendo una utopía el socialismo por cuanto es el único régimen que
social, política, cultural y económicamente puede mitigar los impactos
ambientales y humanos que deja un capitalismo cada vez más salvaje. Y es
probable que siga siendo una quimera por cuanto lo que se vive en Venezuela y
lo que se ha vivido en otros países, no puede considerarse propiamente como
regímenes socialistas. El mundo ha asistido más a una suerte de regímenes
totalitarios y a la estatización de los ciudadanos, en una suerte de
contradicción con los sueños de un mundo mejor y moderno.
Entonces,
¿cómo llamar el régimen político que desde hace casi dos décadas viene ganando
elecciones en Venezuela? Miremos algunos elementos. No es propiamente un
régimen democrático, por cuanto las
libertades de expresión y de prensa sufren el control estatal y policivo, lo que
exhibe, claramente, una fuerte contradicción con la idea de democracia, en la
que pensar y expresar con libertad el pensamiento y consumir productos
culturales, de acuerdo con individuales y colectivas decisiones, son pilares
fundamentales.
Ahora
bien, no se pueden desconocer los triunfos electorales de Chávez y de Maduro,
hechos políticos que si bien hacen parte del juego democrático, sólo sirven
para soportar y consolidar lo que el propio régimen de Maduro llama democracia popular, que no es más que la
expresión de un pueblo, de grandes mayorías que han sido ‘capturadas’ por un
Estado que funge como el gran empleador, al tiempo que se constituye en una
especie de Gran Hermano, guiado por líderes-comandantes, convertidos por las
masas en deidades incontrastables e irremplazables. Líderes populistas y
mesiánicos que deciden qué debe y puede consumir culturalmente el pueblo, al tiempo
que limitan el mercado y por la fuerza, desean modificar prácticas y cosmovisiones
sin siquiera emprender una necesaria revolución cultural.
Quizás
allí radique el más grave error del régimen bolivariano: no supo, con Chávez a
la cabeza, liderar un proceso de cambio cultural que llevara a los venezolanos
a aceptar, con el tiempo, que el socialismo es una utopía alcanzable, al estilo
del mundo que Tomás Moro describió en su obra Utopía; utopía necesaria a juzgar
por los efectos cada vez más nocivos que viene dejando el capitalismo en el
planeta, y no una distopía que exhibe lo más perverso de un régimen político:
pensamiento único, violación de las libertades ciudadanas, de los derechos
humanos, un Estado opresor y una sociedad escindida entre quienes se benefician
del Estado (clases populares) y quienes, desde orillas de clase (clase media y
alta), no comulgan con el modelo político y económico; y peor resulta el
panorama de esa distopía, cuando esos sectores societales terminan enfrentados de
manera violenta, con los saldos de víctimas ya conocidos.
En
ese sentido, lo que se viene consolidando en Venezuela no es más que un régimen
de poder soportado en la idea de ‘recuperar’ para el pueblo, lo que
históricamente estuvo en manos de unos pocos, exacerbando así una lucha de
clases que puede terminar en cruentos y prolongados enfrentamientos.
Venezuela
es hoy un régimen político y económico que soporta su economía en la venta del
petróleo, y que fiscalmente compromete la hacienda pública, subsidiando a los
más pobres, a grandes masas poblacionales afines y leales al Gobierno de
Maduro. La decisión política de mantener económicamente a una masa comprometida,
deviene en un proceso de reivindicación social y étnica que pone a una minoría
de clase media y alta, en el rol de enemigos a vencer y/o a desaparecer.
Chávez
y Maduro son los responsables de un régimen político que se mantiene en pie no
sólo por la fuerza de un pueblo ‘cooptado’, sino por el poder intimidante de unas
fuerzas armadas seducidas por los beneficios ofrecidos y garantizados por el
comandante Chávez. Unas fuerzas armadas más convencidas y listas para actuar y
asegurar la distopía, que en mantener en pie la utopía del socialismo.
[1] Para
el caso de Venezuela, los
miembros de esos comandos que defienden la revolución bolivariana, resultan ser
gente poco estructurada y formada políticamente. Son violentos que actúan sin
control estatal, y peor aún, sin ninguna consideración alrededor de lo que debe
ser la democracia. En Cuba se llaman Comité de Defensa de la Revolución (CDR).
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