YO DIGO SÍ A LA PAZ

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lunes, 3 de marzo de 2014

ELEMENTOS PARA COMPRENDER LO QUE PASA EN VENEZUELA

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

No resulta nada fácil explicar y comprender lo que viene pasando en Venezuela, a raíz de las protestas sociales protagonizadas por un sector poblacional que poco a poco desconoce la legitimidad de un régimen político que de manera decidida reprime la protesta, al tiempo que exhibe graves problemas para enfrentar la inseguridad en las calles y el abastecimiento de productos básicos de la canasta familiar.

Hay que empezar por ubicar a Venezuela en el contexto de un proceso globalizador en el que el capitalismo continúa siendo el sistema dominante, y el socialismo, una salida posible a las disímiles crisis socio ambientales y humanas que suelen producir aquellos Estados que actúan sobre la base de una relación asimétrica entre Estado y Mercado, en el que el segundo pone las condiciones al primero y define prioridades en cuanto a lo que debe ser el desarrollo y el crecimiento económico, a costa, si es el caso, de la depredación de bosques y zonas de especial valor ambiental.

En cuanto al ámbito político, Venezuela y su apetecido petróleo despierta los intereses y los deseos de Rusia, de Irán, del sistema financiero internacional y, por supuesto, de los Estados Unidos, viejo ‘policía’ del mundo que defiende el mercado y el capitalismo, encubriendo dicha lucha con las banderas de la democracia y la defensa de los derechos humanos. Todos estos intereses e interesados ‘sobrevuelan’ el suelo venezolano como ‘chulos’ hambrientos.

Sin duda, el socialismo sigue siendo una utopía, a juzgar por la implosión de la antigua URSS, la costosa supervivencia del régimen cubano gracias a la ayuda económica que entrega Venezuela,  las dificultades económicas y sociales que afronta Argentina y por supuesto, los muchos problemas que el régimen venezolano viene afrontando en lo que concierne al abastecimiento de productos básicos de la canasta familiar, la salida de madre de los comandos armados[1] creados por Chávez  para defender la revolución bolivariana y en general, por los altos índices de inseguridad que soporta Caracas y otras ciudades del país. El caso de China debe mirarse a la luz de un socialismo de mercado, liderado por una potencia económica y militar depredadora, capaz de inundar el planeta con productos producidos a bajos costos fiscales, pero con graves efectos sociales y ambientales en entornos endógenos y exógenos.

Y sigue siendo una utopía el socialismo por cuanto es el único régimen que social, política, cultural y económicamente puede mitigar los impactos ambientales y humanos que deja un capitalismo cada vez más salvaje. Y es probable que siga siendo una quimera por cuanto lo que se vive en Venezuela y lo que se ha vivido en otros países, no puede considerarse propiamente como regímenes socialistas. El mundo ha asistido más a una suerte de regímenes totalitarios y a la estatización de los ciudadanos, en una suerte de contradicción con los sueños de un mundo mejor y moderno.

Entonces, ¿cómo llamar el régimen político que desde hace casi dos décadas viene ganando elecciones en Venezuela? Miremos algunos elementos. No es propiamente un régimen democrático, por  cuanto las libertades de expresión y de prensa sufren el control estatal y policivo, lo que exhibe, claramente, una fuerte contradicción con la idea de democracia, en la que pensar y expresar con libertad el pensamiento y consumir productos culturales, de acuerdo con individuales y colectivas decisiones, son pilares fundamentales.

Ahora bien, no se pueden desconocer los triunfos electorales de Chávez y de Maduro, hechos políticos que si bien hacen parte del juego democrático, sólo sirven para soportar y consolidar lo que el propio régimen de Maduro llama democracia popular, que no es más que la expresión de un pueblo, de grandes mayorías que han sido ‘capturadas’ por un Estado que funge como el gran empleador, al tiempo que se constituye en una especie de Gran Hermano, guiado por líderes-comandantes, convertidos por las masas en deidades incontrastables e irremplazables. Líderes populistas y mesiánicos que deciden qué debe y puede consumir culturalmente el pueblo, al tiempo que limitan el mercado y por la fuerza, desean modificar prácticas y cosmovisiones sin siquiera emprender una necesaria revolución cultural.

Quizás allí radique el más grave error del régimen bolivariano: no supo, con Chávez a la cabeza, liderar un proceso de cambio cultural que llevara a los venezolanos a aceptar, con el tiempo, que el socialismo es una utopía alcanzable, al estilo del mundo que Tomás Moro describió en su obra Utopía; utopía necesaria a juzgar por los efectos cada vez más nocivos que viene dejando el capitalismo en el planeta, y no una distopía que exhibe lo más perverso de un régimen político: pensamiento único, violación de las libertades ciudadanas, de los derechos humanos, un Estado opresor y una sociedad escindida entre quienes se benefician del Estado (clases populares) y quienes, desde orillas de clase (clase media y alta), no comulgan con el modelo político y económico; y peor resulta el panorama de esa distopía, cuando esos sectores societales terminan enfrentados de manera violenta, con los saldos de víctimas ya conocidos.

En ese sentido, lo que se viene consolidando en Venezuela no es más que un régimen de poder soportado en la idea de ‘recuperar’ para el pueblo, lo que históricamente estuvo en manos de unos pocos, exacerbando así una lucha de clases que puede terminar en cruentos y prolongados enfrentamientos.

Venezuela es hoy un régimen político y económico que soporta su economía en la venta del petróleo, y que fiscalmente compromete la hacienda pública, subsidiando a los más pobres, a grandes masas poblacionales afines y leales al Gobierno de Maduro. La decisión política de mantener económicamente a una masa comprometida, deviene en un proceso de reivindicación social y étnica que pone a una minoría de clase media y alta, en el rol de enemigos a vencer y/o a desaparecer.

Chávez y Maduro son los responsables de un régimen político que se mantiene en pie no sólo por la fuerza de un pueblo ‘cooptado’, sino por el poder intimidante de unas fuerzas armadas seducidas por los beneficios ofrecidos y garantizados por el comandante Chávez. Unas fuerzas armadas más convencidas y listas para actuar y asegurar la distopía, que en mantener en pie la utopía del socialismo.



[1] Para el caso de Venezuela, los miembros de esos comandos que defienden la revolución bolivariana, resultan ser gente poco estructurada y formada políticamente. Son violentos que actúan sin control estatal, y peor aún, sin ninguna consideración alrededor de lo que debe ser la democracia. En Cuba se llaman Comité de Defensa de la Revolución (CDR). 

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