YO DIGO SÍ A LA PAZ

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miércoles, 27 de mayo de 2015

Y DESPUÉS DE LOS BOMBARDEOS…

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

Los recientes golpes militares, a través de bombardeos, que las Fuerzas Armadas le propinaron a las Farc, en Guapi, y en otras zonas del país, no lograron suspender los diálogos de La Habana, a pesar de la notable molestia que generó en varios miembros de la cúpula de la organización subversiva y que se evidencia en un reciente comunicado emitido desde territorio cubano.

Mayores fueron los efectos que produjo el “secuestro”, “retención” o “captura” del General Alzate, en tanto que los diálogos fueron suspendidos. Si se comparan estos eventos, se pueden establecer algunas inferencias, que bien pueden explicar porqué las Farc no suspendieron las negociaciones y hacia dónde va el proceso de paz

En el caso del General Alzate, sin duda, la presión política, militar y mediática, se hizo sobre la base de una lectura de clase, sujeta, por supuesto, al alto rango que ostentaba el militar capturado o secuestrado.

En el caso de los soldados asesinados por las Farc en la zona del Naya, en el Cauca, la presión mediática y militar fue tan fuerte, que Santos reversó la medida adoptada por él, consistente en no bombardear los campamentos de las Farc. Aunque no hubo lectura de clase por la muerte de los soldados, lo que sí hubo fue una lectura lastimera y profundamente inconveniente, dado que a los caídos, el discurso noticioso les desdibujó su condición de combatientes, lo que facilitó a la dirigencia militar, presionar al Presidente para que levantara la medida y facilitar así la retaliación de la Fuerza Pública, cuyos resultados ya el país conoce (más de 34 guerrilleros asesinados en tres bombardeos, entre ellos dos comandantes). Es decir, la vida de los soldados cuenta, en la medida en que se valoran las circunstancias en las que mueren, siempre en la perspectiva de soslayar su condición de combatientes.

La respuesta de las Farc de suspender el cese unilateral del fuego se entendió como un retroceso, en la medida en que ello garantizaría, en el corto y el mediano plazo, el re escalamiento del conflicto. Hasta el momento, salvo un reciente hostigamiento a un puesto de Policía en el Cauca, las Farc aún no han dado un golpe contundente que pueda ser entendido como una clara acción militar de venganza, ante los fuertes golpes recibidos en Guapi y en otras dos zonas del país.

Así entonces, los casos del General Alzate, los soldados asesinados por las Farc en el golpe de mano en el norte del Cauca y los guerrilleros caídos por los feroces bombardeos de fuerzas combinadas de Ejército y Fuerza Aérea, exponen diversas circunstancias contextuales que los hacen diferentes, no solo por los efectos que produjeron en su momento, sino por las reacciones de actores de la sociedad civil y del estamento militar, que presionaron decisiones de parte y parte.

A pesar del tono de un reciente comunicado, pareciera que las Farc asumieron los recientes golpes recibidos, como actos de guerra. En la misiva señalan: “El pasado 21 de mayo el presidente Juan Manuel Santos dio la orden de bombardear un campamento del 29 Frente de las FARC-EP en Guapi. El resultado de esta orden, ejecutada con uso excesivo de la fuerza, fue una masacre. Murieron 27 guerrilleros, la mayoría por efecto de las bombas…”[1].

Y aceptan las Farc que fueron hechos de guerra, porque muy en el fondo saben que dicha acción estatal se explica por el golpe que semanas atrás dieron a las fuerzas oficiales, con un saldo de 11 soldados muertos. Reconocen, sin decirlo, que se trató de un error, que finalmente minó la confianza pública que se venía consolidando alrededor del proceso.  Los medios, el Presidente y la cúpula militar, calificaron la acción fariana como una masacre. Como se lee en el comunicado, las Farc también hablan de una masacre.

El hecho de que las Farc no hayan suspendido los diálogos, a raíz de los contundentes golpes recibidos, hace pensar a muchos analistas que el proceso de paz está maduro y que subsiste un férreo compromiso de las partes para avanzar hasta el final, cuando se firme el fin del conflicto armado.

Que contundentes hechos de guerra sufridos recientemente, no impulsen a las Farc a suspender las conversaciones o, a pararse de la mesa de La Habana, da cuenta de una cúpula guerrillera más dispuesta a dar la discusión, más en un sentido político que militar, de los puntos que quedan por acordar y discutir, así como sobre las salvedades que quedaron al margen de los tres puntos ya acordados parcialmente. De esta manera, los líderes farianos se muestran más dispuestos a discutir en la Mesa, asuntos políticos, que hechos de guerra que claramente sobrevendrán cubiertos de un carácter vindicativo.

Y así lo deja entrever la cúpula de las Farc en reciente comunicado:  “Queremos afirmar de manera enfática, que se equivocan quienes piensan que con los cuerpos destrozados y la sangre de nuestros compañeros, van a imponernos una justicia que no persigue la responsabilidad de los poderosos, que solo fija su mirada punitiva en los de abajo, en los que tuvieron que hacerse rebeldes contra la injusticia, en una lucha que ya se prolonga por 51 años, cuando en una fecha como hoy, mayo 27, fueron atacados en Marquetalia. Ese tema, el de justicia, deberá ser abordado por las partes en su debido momento. No lo rehuimos. Tenemos fórmulas para buscar la reconciliación de la familia colombiana. No hemos venido a La Habana a negociar impunidades. Pero primero deberá darse una respuesta al paquete de propuestas mínimas sobre víctimas del conflicto que hemos presentado al gobierno en la Mesa de Conversaciones y que recogen las formuladas desde hace años por las organizaciones de víctimas y de Derechos Humanos.  Es urgente cumplir el mandato de la Agenda que ordena, entre otros, el esclarecimiento del fenómeno del paramilitarismo, y especialmente, su ataque y desarticulación definitiva. Tenemos que estudiar las responsabilidades de este largo conflicto, retratadas en el informe de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas…”[2].

Si la lectura es correcta, el rompimiento del proceso de paz no se daría por cuenta de feroces ataques y las “bajas” que las Farc puedan recibir en adelante. Por el contrario, la ruptura se explicaría y se buscaría, si es el caso, por los avances, compromisos y por lo acordado en la Mesa de La Habana. Estaríamos hablando, entonces, de una madurez política de las Farc, que pondría a prueba el talante político de los representantes del Gobierno y del Establecimiento, en la medida en que se dé una negociación que satisfaga a quienes de tiempo atrás, vienen exigiendo, por ejemplo, el desmonte del paramilitarismo y el develamiento de los grandes empresarios que patrocinaron a las AUC.

Eso sí, de cara a una próxima incursión guerrillera, con saldo negativo para la Fuerza Pública, se espera que, a pesar de las presiones de RCN, de Acore y de los mismos militares, el Gobierno de Santos adopte la misma postura de los negociadores de las Farc, de no  suspender los diálogos, y menos aún, de pararse de la Mesa.

Lo cierto es que el proceso de paz deviene debilitado en términos de la confianza pública que había ganado, pero especialmente, por ese carácter vengativo sobre el cual están pensando actuar, en adelante, militares y guerrilleros, muy seguramente, con la anuencia de sus comandantes.

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