Por
Germán Ayala Osorio, comunicador social
y politólogo. Publicada en el portal Conlaorejaroja: https://conlaorejaroja.com/un-pais-verde-a-la-deriva/
La
anunciada tragedia de Salgar, en Antioquia, y la decisión del Consejo de Estado
de suspender, temporalmente, 516 áreas mineras[1]
previamente delimitadas por el Gobierno de Santos, son dos hechos socio
ambientales que bien pueden servir para caracterizar el tipo de Estado que hay
en Colombia, el modelo de desarrollo imperante y por supuesto, el talante de la
sociedad.
Por
las dimensiones sociales y ambientales alcanzadas por esos dos hechos y las de
otros, como la muerte cientos de miles de chigüiros, cocodrilos y tortugas,
entre otras especies, en Paz de Ariporo[2], en
2014, podemos señalar, con certeza, que el Estado y la sociedad jamás
comprendieron lo que significa ser un país biodiverso.
Ser un país biodiverso demanda acciones y
compromisos ético-políticos de gran envergadura, así como el desarrollo de un
pensamiento ambiental que sirva para dar el debate entre aquellos que como
Uribe y Santos, se la jugaron por un desarrollo extractivo, la ampliación de la
frontera agroindustrial, petrolera y ganadera y en general, con actividades
antrópicas claramente pensadas para transformar el medio ambiente, en procura
de generar riqueza para unos pocos. Ser un país biodiverso exige una educación
ambiental de la que en Colombia poco podemos dar cuenta, a juzgar por las
maneras como proceden los funcionarios públicos y las débiles expresiones de
rechazo, frente a lo que sucede en el país en materia ambiental, de una
sociedad atormentada por incertidumbres sociales, políticas y económicas que le
han impedido confrontar y transformar el Estado, en sus ámbitos local, regional
y nacional.
Por muchas razones y circunstancias
contextuales, el tema de la biodiversidad, así como la discusión, la gestión y
el pensamiento ambientales en Colombia, han estado proscritos de las agendas de
Gobierno, de los medios y de la atomizada sociedad civil. De un lado, el
conflicto armado interno ha acaparado la atención política y presupuestal de más
de 10 presidentes a quienes poco o nada les interesó organizar el territorio
nacional sobre la comprensión de las disímiles características y complejas
condiciones naturales, de ecosistemas de páramos, selvas tropicales, secas y
húmedas, entre otros. Las consecuencias son claras: planes de ordenamiento
territorial pensados desde oficinas de planeación, en donde trabajan
funcionarios públicos que no conocen los territorios y menos aún, las
territorialidades allí expresadas. Esos mismos POT, diseñados para someter a la
Naturaleza y asegurar mayores beneficios sociales y económicos a unas élites de
poder político que, sin mayor conciencia ambiental, han coadyuvado al diseño de
ciudades capitales que segregan y que devienen ambientalmente insostenibles.
Así
entonces, el Estado colombiano se afianza, política y económicamente, sobre un
modelo de desarrollo extractivo que avanza sobre vastos territorios. Las
actividades extractivistas comprometen la biodiversidad, los proyectos de vida
y las prácticas culturales de indígenas, afrocolombianos y campesinos, que
viven, bien dentro de zonas de parques nacionales naturales, zonas de
amortiguación, o en territorios biodiversos no necesariamente articulados a las
lógicas de protección estatal, bajo la figura de Parques Nacionales Naturales.
El
asunto problemático es que el Estado colombiano, al fincar sus finanzas
públicas y sus posibilidades de alcanzar un deseado e imaginado desarrollo,
sobre un modelo extractivista, lo hace sobre una débil institucionalidad
ambiental y a merced de unas empobrecidas condiciones de educación, conciencia
y gestión ambientales, que comprometen tanto a la Academia, a la sociedad civil
y a la sociedad en general, así como a
las entidades ambientales diseñadas para la conservación o para el aprovechamiento racional de los recursos
que ofrece la biodiversidad.
Las
condiciones bajo las cuales opera el Estado, su institucionalidad y sus
relaciones con la sociedad y el mercado, son resultado de un proceso histórico,
en el que se reconocen disímiles formas en las que el Estado colombiano actúa y
responde a los desafíos socio ambientales que generan la mega minería,
temporadas de lluvia y sequía, y ahora el fracking,
entre otros fenómenos y hechos. Esas variadas formas en las que el Estado colombiano
actúa y responde a desafíos, expresan las dificultades que históricamente
exhibe, para consolidarse como un orden político-administrativo eficiente y
eficaz, en aras de cumplir con el carácter y las exigencias que como Estado
Social de Derecho, se consagran en la Carta Política.
Las
respuestas estatales a los desafíos socio ambientales, políticos y económicos,
están ligadas, inexorablemente, al sistema capitalista y al modelo económico
neoliberal imperante, que hace que el Estado actúe en el mercado como un mero
espectador, ante las presiones de actores económicos, locales y globales, que
afectan, negativamente, las soberanías estatal y popular. Las fuerzas del
Mercado y las lógicas del proceso de globalización económica, sujetan cada vez
más la función estatal y someten al Estado mismo, a los intereses corporativos
de empresas nacionales y multinacionales, interesadas en invertir en zonas de
explotación aurífera, minera, petrolera, maderera y/o con vocación
agroindustrial.
Como
país biodiverso, Colombia resulta atractivo para multinacionales de diverso
tipo, interesadas en explotar y conservar, con fines investigativos, los
recursos de la biodiversidad que se extiende en zonas y territorios en donde
históricamente el Estado deviene débil y en donde se han desarrollado en gran
medida, las acciones bélicas en el contexto del conflicto armado interno.
Para
dar cuenta de ese interés, los Gobiernos de Uribe Vélez y Santos Calderón,
vienen consolidando y profundizando un modelo de desarrollo extractivo, que
tiene en la mega minería, el “fracking” y en la agroindustria, entre otras, las
actividades que mayor impulso vienen recibiendo desde un Estado que ofrece
ventajas institucionales, debido a la debilidad manifiesta de organismos como
el Ministerio del Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible y los órganos de
control como la Contraloría y Procuraduría, cuya presencia y gestión se limita a la capital del país y a
algunas ciudades capitales como Cali y Medellín.
Se
suma a lo anterior, una circunstancia contextual definitiva: existen actores de
poder político, económico y grupos de interés, que no comparten una única idea
de Estado, en la perspectiva de afianzar el Estado Social de Derecho, que la Constitución Política garantiza como
precepto. Esas disímiles formas en las que se concibe el Estado, facilita su
cooptación y captura, por parte de agentes privados que amañan la función
pública y estatal, a sus intereses, lo que impide que el Estado y a través de
este, la sociedad, se beneficien del boom
minero que por estos días se presenta en el país y de las ventajas comparativas
que ofrece ser una nación con un gran potencial en términos de biodiversidad.
Así
entonces, Colombia, como país biodiverso, exhibe hoy las graves consecuencias
socio ambientales que viene dejando un modelo de desarrollo extractivo que
desconoce límites de resiliencia, a pesar de los constantes llamados de
atención de científicos y ambientalistas, que a través de los medios masivos,
intentan movilizar la opinión y generar conciencia en quienes tienen el poder
de reversar las actividades de explotación que se desarrollan en vastos
territorios, sin control político y social.
Por lo
anterior, la tragedia de Salgar, en Antioquia, es la expresión clara de una
baja cultura ambiental, una nula comprensión del riesgo y de una ineficaz gestión
ambiental. Y sobre el fallo del Consejo de Estado, solo resta preguntar: tienen
los Estados regionales la capacidad técnica, administrativa y coercitiva para
asegurar el cumplimiento del auto de esa Corporación? Creo que no. De allí, que
Colombia, como país verde, siga, históricamente, a la deriva.
Imagen tomada de elcolombiano.com
[1] Nota publicada en Semana.com: http://www.semana.com/nacion/articulo/consejo-de-estado-pone-en-jaque-la-locomotora-minera/428427-3
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