Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Columna publicada en www.conlaorejaroja.com http://conlaorejaroja.com/el-desprecio-por-la-vida/
Si algo nos deja el devenir del
conflicto armado interno, es la certeza de que, tanto los actores armados,
legales e ilegales, como varios sectores de la sociedad civil que los han
apoyado, exhiben un profundo desprecio por la vida humana y por la de los
ecosistemas naturales. Y en el fondo de esa constatación, emerge el ethos mafioso sobre el cual los defensores
del modelo de desarrollo extractivo, fincaron la fuerza arrasadora, destructiva
y transformadora de esa forma en la que de tiempo atrás nos relacionamos con la
Naturaleza. Ese mismo modelo de desarrollo extractivo del que se han
beneficiado, directa o indirectamente, las guerrillas, las Fuerzas Armadas y
los paramilitares. El mismo, que se defiende a dentelladas, en específicos
sectores de la sociedad civil colombiana, involucrados de manera directa e
indirecta, con el actuar de los grupos armados enfrentados.
Todos fustigamos a las Farc por
derramar petróleo y afectar de esta manera valiosos ecosistemas naturales y por
supuesto, a las comunidades que no pueden consumir agua potable y disfrutar de
los paisajes. Sus ecocidios carecen de todo sentido revolucionario y por el
contrario, confirman la degradación y la lumpenización de una fuerza
guerrillera que se levantó en armas, pero que jamás entendió el valor moral y el
sentido ético-político de haberse rebelado contra un Estado que arrastra un
carácter “privatizado”, por cuenta de una élite de poder que de manera
conveniente lo mantiene débil e incapaz de cumplir con sus obligaciones
constitucionales.
Muy mal que las Farc, en nombre
de una guerra irregular, afecten ecosistemas socio-naturales, pero igual o
quizás peor, que el Estado, sus órganos de control y la sociedad, permitan que
la mega minería y proyectos agroindustriales y ganaderos, lleguen a zonas de páramos
y estén, esas actividades, arrasando con ríos y bosques, por ejemplo, a lo
largo y ancho del país, en especial en la Amazonia, Vichada, Guainía y Vaupés,
entre otros departamentos.
Para el caso de la zona del Chocó
Biogeográfico, la mega minería, apoyada por Uribe y Santos, viene acabando con
masa boscosa y contaminando ríos y quebradas. Allí, en ese extenso territorio,
confluyen la resistencia, la resiliencia y la fuerza de valiosos ecosistemas
naturales y de comunidades indígenas y negras, que han sobrevivido a la guerra
librada entre guerrillas, fuerzas militares y paramilitares; pero igualmente,
en ese territorio, confluye ese ethos
mafioso con el que unos cuantos quieren “desarrollar” esa parte de Colombia,
eso sí, sometiendo a penurias y a un nuevo “proyecto cultural”, a quienes por
largo tiempo han vivido allí, en una relación consustancial con la Naturaleza.
Es decir, el desprecio por el Otro, en este caso, por afros e indígenas, acompaña
y da sentido a la visión de desarrollo que mineros, empresarios, banqueros y
palmicultores, entre otros, vienen imponiendo por la fuerza y con la anuencia
de un Estado que, históricamente, les viene sirviendo casi de manera exclusiva.
Así entonces, los hechos
ocurridos a lo largo del conflicto
armado interno y en particular, los que se han presentado en el contexto de las
negociaciones de paz de La Habana, nos permiten ver hasta dónde, actores
legales e ilegales, combatientes y no combatientes, han estado dispuestos a
imponer sus proyectos e intereses políticos, económicos y sus lógicas, y por
ese camino, exhibir el más horrendo desprecio por la vida de ecosistemas
naturales y específicos grupos humanos.
A lo largo de estos 51 años de
guerra interna, los colombianos podemos constatar que la dirigencia política,
empresarial y la élite de poder tradicional, tienen en mente desarrollar un país, arrasando cultural
y ambientalmente territorios y territorialidades. Igualmente, podemos
constatar, que las guerrillas han actuado para “frenar” el desarrollo del país,
atacando la infraestructura económica y los ecosistemas naturales, con el
equivocado objetivo político, de demostrar capacidad militar y operativa. De manera
similar, podemos confirmar, que la sociedad colombiana, en particular la
asentada en centros urbanos, desprecia y subvalora la vida rural, las selvas y
los bosques.
De todos los errores, crímenes y
atrocidades perpetradas por guerrillas y paramilitares, subsiste una práctica
que confirma la consolidación del ethos
mafioso y la consecuente degradación de la lucha antisubversiva dentro de
una institución estatal: las muertes de civiles, a manos de unidades militares,
conocidas como “falsos positivos”. Sin duda, las ejecuciones de civiles, a
manos de fuerzas del Estado, son el mejor ejemplo, de esa aberrada forma en la
que se asumió la lucha contra la subversión.
“Entre 2002 y 2008, la ejecución
de civiles por brigadas del Ejército fue una práctica habitual en toda
Colombia. Soldados y oficiales, presionados por superiores para que demostraran
resultados “positivos” e incrementaran el número de bajas en la guerra contra
la guerrilla, se llevaban por la fuerza a sus víctimas o las citaban en parajes
remotos con promesas falsas, como ofertas de empleo, para luego asesinarlas,
colocar armas junto a los cuerpos e informar que se trataba de combatientes
enemigos muertos en enfrentamientos. Estos casos de “falsos positivos”,
cometidos a gran escala durante siete años, constituyen uno de los episodios
más nefastos de atrocidades masivas ocurridos en el hemisferio occidental en
las últimas décadas” (HRW, 2015).
Infortunadamente, por la acción
mediática, cientos de miles de colombianos que hacen parte de eso que llamamos
la ‘opinión pública’, son incapaces de percatarse de las finas relaciones que
subsisten entre el modelo de desarrollo extractivo, la sociedad colombiana, la
dirigencia política, el Estado y los
actores armados que participan del conflicto armado interno.
Quizás, cuando
todos lleguemos a esta constatación, comprendamos que el camino trazado para
ponerle fin al conflicto y buscar la paz, necesita que a su recorrido, se le
sumen momentos de reflexión, que ojalá nos lleven a revisar que, muy en el
fondo, a la ya compleja condición humana, los colombianos le sumamos y le anexamos
asuntos culturales, ideológicos y de clase, que nos han impedido consolidar una
idea de Estado que le sirva a todos y que sobre todo, que esos mismos asuntos y
elementos contextuales, nos han imposibilitado valorar nuestra biodiversidad
étnica y ambiental.
Imagen tomada de rtve.es
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