YO DIGO SÍ A LA PAZ

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domingo, 28 de junio de 2015

EL DESPRECIO POR LA VIDA

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Columna publicada en www.conlaorejaroja.com  http://conlaorejaroja.com/el-desprecio-por-la-vida/

Si algo nos deja el devenir del conflicto armado interno, es la certeza de que, tanto los actores armados, legales e ilegales, como varios sectores de la sociedad civil que los han apoyado, exhiben un profundo desprecio por la vida humana y por la de los ecosistemas naturales. Y en el fondo de esa constatación, emerge el ethos mafioso sobre el cual los defensores del modelo de desarrollo extractivo, fincaron la fuerza arrasadora, destructiva y transformadora de esa forma en la que de tiempo atrás nos relacionamos con la Naturaleza. Ese mismo modelo de desarrollo extractivo del que se han beneficiado, directa o indirectamente, las guerrillas, las Fuerzas Armadas y los paramilitares. El mismo, que se defiende a dentelladas, en específicos sectores de la sociedad civil colombiana, involucrados de manera directa e indirecta, con el actuar de los grupos armados enfrentados.  

Todos fustigamos a las Farc por derramar petróleo y afectar de esta manera valiosos ecosistemas naturales y por supuesto, a las comunidades que no pueden consumir agua potable y disfrutar de los paisajes. Sus ecocidios carecen de todo sentido revolucionario y por el contrario, confirman la degradación y la lumpenización de una fuerza guerrillera que se levantó en armas, pero que jamás entendió el valor moral y el sentido ético-político de haberse rebelado contra un Estado que arrastra un carácter “privatizado”, por cuenta de una élite de poder que de manera conveniente lo mantiene débil e incapaz de cumplir con sus obligaciones constitucionales.

Muy mal que las Farc, en nombre de una guerra irregular, afecten ecosistemas socio-naturales, pero igual o quizás peor, que el Estado, sus órganos de control y la sociedad, permitan que la mega minería y proyectos agroindustriales y ganaderos, lleguen a zonas de páramos y estén, esas actividades, arrasando con ríos y bosques, por ejemplo, a lo largo y ancho del país, en especial en la Amazonia, Vichada, Guainía y Vaupés, entre otros departamentos.

Para el caso de la zona del Chocó Biogeográfico, la mega minería, apoyada por Uribe y Santos, viene acabando con masa boscosa y contaminando ríos y quebradas. Allí, en ese extenso territorio, confluyen la resistencia, la resiliencia y la fuerza de valiosos ecosistemas naturales y de comunidades indígenas y negras, que han sobrevivido a la guerra librada entre guerrillas, fuerzas militares y paramilitares; pero igualmente, en ese territorio, confluye ese ethos mafioso con el que unos cuantos quieren “desarrollar” esa parte de Colombia, eso sí, sometiendo a penurias y a un nuevo “proyecto cultural”, a quienes por largo tiempo han vivido allí, en una relación consustancial con la Naturaleza. Es decir, el desprecio por el Otro, en este caso, por afros e indígenas, acompaña y da sentido a la visión de desarrollo que mineros, empresarios, banqueros y palmicultores, entre otros, vienen imponiendo por la fuerza y con la anuencia de un Estado que, históricamente, les viene sirviendo casi de manera exclusiva.

Así entonces, los hechos ocurridos  a lo largo del conflicto armado interno y en particular, los que se han presentado en el contexto de las negociaciones de paz de La Habana, nos permiten ver hasta dónde, actores legales e ilegales, combatientes y no combatientes, han estado dispuestos a imponer sus proyectos e intereses políticos, económicos y sus lógicas, y por ese camino, exhibir el más horrendo desprecio por la vida de ecosistemas naturales y específicos grupos humanos.

A lo largo de estos 51 años de guerra interna, los colombianos podemos constatar que la dirigencia política, empresarial y la élite de poder tradicional, tienen en mente desarrollar un país, arrasando cultural y ambientalmente territorios y territorialidades. Igualmente, podemos constatar, que las guerrillas han actuado para “frenar” el desarrollo del país, atacando la infraestructura económica y los ecosistemas naturales, con el equivocado objetivo político, de demostrar capacidad militar y operativa. De manera similar, podemos confirmar, que la sociedad colombiana, en particular la asentada en centros urbanos, desprecia y subvalora la vida rural, las selvas y los bosques.

De todos los errores, crímenes y atrocidades perpetradas por guerrillas y paramilitares, subsiste una práctica que confirma la consolidación del ethos mafioso y la consecuente degradación de la lucha antisubversiva dentro de una institución estatal: las muertes de civiles, a manos de unidades militares, conocidas como “falsos positivos”. Sin duda, las ejecuciones de civiles, a manos de fuerzas del Estado, son el mejor ejemplo, de esa aberrada forma en la que se asumió la lucha contra la subversión. 

“Entre 2002 y 2008, la ejecución de civiles por brigadas del Ejército fue una práctica habitual en toda Colombia. Soldados y oficiales, presionados por superiores para que demostraran resultados “positivos” e incrementaran el número de bajas en la guerra contra la guerrilla, se llevaban por la fuerza a sus víctimas o las citaban en parajes remotos con promesas falsas, como ofertas de empleo, para luego asesinarlas, colocar armas junto a los cuerpos e informar que se trataba de combatientes enemigos muertos en enfrentamientos. Estos casos de “falsos positivos”, cometidos a gran escala durante siete años, constituyen uno de los episodios más nefastos de atrocidades masivas ocurridos en el hemisferio occidental en las últimas décadas” (HRW, 2015).

Infortunadamente, por la acción mediática, cientos de miles de colombianos que hacen parte de eso que llamamos la ‘opinión pública’, son incapaces de percatarse de las finas relaciones que subsisten entre el modelo de desarrollo extractivo, la sociedad colombiana, la dirigencia política, el Estado y  los actores armados que participan del conflicto armado interno.

Para esa opinión pública siempre será más fácil reducir los hechos de una degradada guerra interna, a las demenciales acciones de las guerrillas. De esta forma, se deja por fuera que todos, por acción u omisión, hemos validado y legitimado el desprecio que en el fondo sentimos hacia el Otro y hacia los ecosistemas naturales. 

Quizás, cuando todos lleguemos a esta constatación, comprendamos que el camino trazado para ponerle fin al conflicto y buscar la paz, necesita que a su recorrido, se le sumen momentos de reflexión, que ojalá nos lleven a revisar que, muy en el fondo, a la ya compleja condición humana, los colombianos le sumamos y le anexamos asuntos culturales, ideológicos y de clase, que nos han impedido consolidar una idea de Estado que le sirva a todos y que sobre todo, que esos mismos asuntos y elementos contextuales, nos han imposibilitado valorar nuestra biodiversidad étnica y ambiental. 

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Imagen tomada de rtve.es

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