Por Germán Ayala Osorio[1]
La formación en competencias
ciudadanas no se da en el vacío. Esta constatación parece ser obvia e, incluso,
innecesaria. Pero es preciso insistir en el asunto del contexto en el que dicha
formación se da, se pretende dar y se viene dando. Es decir, existen y co
existen a la formación en competencias ciudadanas unas circunstancias
contextuales que bien pueden afectar su calidad, viabilidad y la eficacia de
dichos procesos formativos.
Dicho contexto puede resultar
determinante al tipo, al carácter y hasta los alcances de esas particulares
competencias en las que se intentan formar a los estudiantes, por ejemplo, de
la Universidad Autónoma de Occidente. Una institución educativa de carácter
privado, ubicada en el sur occidente del país, en una ciudad como Cali. A todo
esto, se suma un hecho clave: el origen socio cultural de la población que en
gran proporción se educa en la Autónoma de Occidente: estratos 1, 2 y 3[2].
En primer lugar y en esa
perspectiva contextual, la formación ciudadana parte de una idea de democracia
que necesariamente guarda relación con la calidad y las condiciones del régimen
democrático en el que actúan los actores y agentes dentro de un determinado
proceso formativo. Señalo que “en
cualquier tipo de relación humana aparecería el principio democrático de reconocer al otro como un par,
como un igual con el cual es posible dialogar y construir consensos, a partir
de la puesta en común de opiniones, percepciones, sentimientos y argumentos que
conlleven a un mejor estar en el mundo, en la institución o en el entorno
específico en donde las relaciones de
poder aparecen de forma natural[3]”.
Para el caso de la restringida
democracia colombiana, la formación en ciudadanía o en competencias ciudadanas es
una tarea apremiante cuyo objetivo está puesto y/o determinado en comprender
las condiciones y circunstancias históricas que permitieron y permiten que aún
la democracia[4] colombiana devenga de esa
manera. Luego, el fin último de esa formación ciudadana debe estar en la toma
de conciencia de todos aquellos que intervienen en el proceso de enseñanza,
para presionar la ampliación de la democracia y/o el fortalecimiento de sus
instituciones a partir de la interiorización de los deberes y derechos que como
ciudadanos tenemos.
Las discusiones bien se pueden
dar acudiendo a ideas de libertad, autonomía, orden y solidaridad, en el marco
de unas relaciones de poder de las cuales los ciudadanos no nos podemos
desprender o extraer.
Por lo anterior, asumo la
formación en ciudadanía como parte de un proyecto político con arraigo
individual, pero con alcances grupales y colectivos en, y para el contexto de
un régimen democrático que urge de ajustes institucionales y culturales. Ello no
significa que en un régimen dictatorial o de mano dura[5]
resulte inviable y hasta imposible formar sujetos políticos para que a través
de un ejercicio ciudadano y de fuerte y decidida ciudadanía coadyuven al
desmonte de las estructuras de poder[6] que
les subyugan, violentan, restringen libertades y derechos, o a la erosión de la
forzada legitimidad que pueda acompañar a dicho régimen de poder.
Así las cosas, tomo la formación en ciudadanía, en el
contexto de la discusión sobre las competencias ciudadanas, con el claro
objetivo de que el estudiante tenga la
capacidad para actuar eficazmente en una situación definida, haciendo uso de los conocimientos pero sin
limitarse sólo a ellos…[7].
En términos democráticos[8], ese
saber actuar implica que el estudiante sea un sujeto político que debe ocuparse
de asuntos públicos de especial interés, en particular de aquellos que tienen
que ver con la violación de los derechos consagrados en la Constitución
Política colombiana, bien por un ejercicio equívoco del poder político
(público) y privado de élites de poder, grupos de interés, mafias o círculos
cerrados en donde de manera confusa y desproporcionada se hace uso de los
derechos individuales, grupales y corporativos.
Al reconocerlo -y auto reconocerse- como un sujeto político
y un ciudadano comprometido con el devenir cultural, social, político,
ambiental y económico de la Nación, como docente asumo el compromiso formativo y las tareas y ejercicios con miras a que los estudiantes
hagan “… operaciones mentales complejas
como relacionar, recordar oportunamente, interpretar, asociar, inferir, tomar
decisiones, inventar o encontrar soluciones a situaciones problemáticas de
acuerdo con saberes específicos…[9]”; y,
a partir de allí, pueda comprender el devenir del conflicto armado interno y
las relaciones que el poder político y económico viene estableciendo con las
empresas mediáticas, con el claro propósito de que a través de un ejercicio
periodístico interesado, cooptado y sometido, se desvirtúe el sentido político
de la lucha armada de aquellas agrupaciones que en los años 60 se levantaron
contra un débil e ilegítimo orden establecido.
Así entonces, la formación humanística en clave de
formación ciudadana la tomo como una tarea y un compromiso político en los que
resulta clave prepararse para comprender el momento histórico por el cual pasa
el país en estos momentos y que claramente lo definen los diálogos de paz de La
Habana. Por lo anterior, es importante presentar antecedentes, establecer
conexiones e inferencias con el apoyo de análisis categoriales, políticos y
mediáticos. Todo lo anterior sobre la base de elementos conceptuales y teóricos
que sirvan para explicar los complejos contextos colombianos. Pero también es
posible que desde las propias vivencias, testimonios y experiencias[10], los
estudiantes puedan llegar a comprender y explicar complejos contextos.
Como bien dice Martha Nussbaum, “la educación nos prepara no sólo para la ciudadanía, sino también para
el trabajo y, sobre todo, para darle
sentido a nuestra vida... Lo que sí
suscita mayor consenso es que los jóvenes de todo el mundo, de cualquier país
que tenga la suerte de vivir en democracia, deben educarse para ser
participantes en una forma de gobierno que requiere que las personas se
informen sobre las cuestiones esenciales que deberían tratar, ya sea como votantes o como
funcionarios electos o designados…
cultivar la capacidad de reflexión y pensamiento crítico es fundamental para
mantener a la democracia con vida y en estado de alerta”[11].
Aunque lo dicho hasta el momento pueda hacer pensar en que
el énfasis de los ejercicios formativos que oriento están sustancialmente
basados en formar en competencias de
carácter cognitivo, considero que también se aporta al desarrollo de
competencias comunicativas y emocionales[12]. En
este punto, creo que las tres confluyen, en determinados ejercicios, lo que
asegura una formación integral en competencias ciudadanas. Es más, es difícil e
inconveniente intentar separarlas.
En los actuales procesos formativos nos enfrentamos a una idea de
ciudadanía asociada casi de manera exclusiva a la existencia de unos derechos
que deben reclamarse sobre la base de la satisfacción individual. Victoria
Camps, en su libro El declive de la
ciudadanía, señala que “El individuo de
nuestro tiempo no es el zóon politikón aristotélico sino el sujeto de la <>, tal y como lo entiende Benjamín Constant. Un individuo para
quien el compromiso ciudadano solo es una dimensión más de su vida. Dicho de
otra forma, un individuo que entiende la libertad como independencia, como
posibilidad de disfrutar de su vida privada y no como algo que debe ponerse al
servicio de la vida pública”[13] .
A lo anterior se suma “el hecho de que las reformas educativas han
tendido a poner énfasis en los objetivos referidos a la competividad, la
globalización, el desarrollo acelerado de la tecnología y la información, sin
mayor diálogo con el desarrollo de habilidades sociales, de convicciones éticas
y de la comprensión de asuntos como la democracia, la diversidad, la
participación, el medio ambiente, los derechos humanos, la sexualidad, la
violencia…[14]”
Esas condiciones contextuales
modernas hacen más compleja la formación en ciudadanía, en especial en un país
como Colombia en el que el Estado deviene profundamente capturado por mafias y
élites de poder que hacen que el régimen democrático igualmente devenga débil,
restringido y cerrado a los intereses corporativos de élites de poder
enquistadas dentro del Estado y que por procesos de globalización económica
terminan por someter a los ciudadanos a la dictadura del mercado, al tiempo que
se desprecia la formación humanística con miras a la construcción de un
ciudadano capaz de actuar bajo principios de solidaridad, respeto a la
diferencia, al medio ambiente y a las libertades, entre otros.
La democracia y las competencias en el aula[15]
En los encuentros académicos
generados en el contexto de un proceso de enseñanza-aprendizaje pueden darse prácticas de dominación discursiva e
identitaria sostenidas en los roles de quienes participan de dichos encuentros:
el profesor y el estudiante. Además, cada uno de los participantes llega con
una carga cultural que puede hacer difícil y complejo el escenario comunicativo
que se genera de forma natural en el aula.
En el salón de clase se expone de
manera clara la efectividad del Estado en materia de política educativa, así
como el rol determinante que los medios masivos de comunicación juegan hoy en
la generación de opinión pública o en eso que llamo la conciencia episomediática[16]. Pero también las
formas preconcebidas y las probadas por estudiantes y profesores para
solucionar los conflictos, connaturales a los encuentros humanos, en especial
en el contexto educativo. Ocurren en el aula conflictos ideológicos[17], comportamentales
y actitudinales que de alguna manera hacen referencia a la cultura, al complejo
contexto de un país que vive un conflicto armado interno y de una sociedad
polarizada y polarizante, y profundamente desigual; de igual manera, hacen
referencia a la idea de democracia.
Todo lo anterior se hace evidente
y complejo cuando se expone con claridad el pensamiento de cada uno de los
actores allegados al proceso formativo, a través de formas expresivas, actos de
habla y usos particulares de la lengua, que dificultan y complejizan aún más el
proceso dialógico-formativo que se pone en marcha en el aula.
Al constituirse el lenguaje como
factor que da vida, que explica o califica fenómenos y cosas, y con el cual nos
representamos el mundo y a los demás, los encuentros entre profesor y
estudiantes pueden resultar, desde el lenguaje, fructíferos, agradables y
profundamente democráticos. Esa es y debe ser la apuesta. Por ello, es tan
importante asumir la formación en competencias ciudadanas como un proceso y como
una acción política individual que busca generar estados de opinión
divergentes, así como cambios sustanciales en los estudiantes alrededor de la
forma como llegan concibiendo el poder, la política, los derechos humanos, los
deberes ciudadanos, el Estado, el conflicto armado interno y el papel de los
medios de comunicación. Todo lo anterior, en el marco de una relación de
respeto y no de dominación entre el profesor y el estudiantado.
Quizás por ello, en las
diferencias de formación, en los obstáculos que pueda generar la imagen y la
autoridad del profesor, en los conflictos cotidianos y en general las
circunstancias que se generan dentro del proceso comunicativo, el espíritu democrático debe aparecer como una posibilidad
para lograr consensos y para avanzar en la solución de los conflictos y las
diferencias de forma civilizada, y con el menor uso de la violencia simbólica usada consciente e inconscientemente por el
profesor y en muchas ocasiones, inadvertidas por los estudiantes.
El aula suele ser la extensión de
lo que sucede en la política real (asuntos públicos). Es decir, que de alguna
manera en los espacios académicos se reproducen los problemas, los conflictos,
las ambiciones, las búsquedas y la historia surgidos en entornos e
instituciones social, política, cultural y económicamente más complejas,
asociadas, claro está, al devenir del Estado, de la sociedad civil y en general, de la institucionalidad
democrática.
[1] Comunicador social- periodista, Especialista en
Humanidades Contemporáneas y Profesor Asociado (I) de la Universidad Autónoma
de Occidente. Magíster en Estudios Políticos de la Pontificia Universidad
Javeriana de Cali. www.laotratribuna1.blogspot.com
[2] En este punto hay que reconocer que subsisten
problemas de bajo capital social y cultural, lo que en precisas circunstancias
pueden convertirse en fuertes obstáculos para cualquier proceso formativo que
se emprenda. Y no estoy señalando un tipo de determinismo cultural y social,
asociado a un origen de clase o de condiciones socio ambientales. Simplemente,
señalo que hay disímiles vacíos que no se logran llenar porque están anclados a
débiles o fallidos procesos de socialización.
[5] Si bien Colombia no ha sufrido dictaduras militares
como las vivieron países del Cono Sur, si afrontó en su pasado reciente
gobiernos civiles de mano dura que
violaron los derechos humanos y restringieron libertades ciudadanas. Son los
casos de los gobiernos de Julio César Turbay Ayala (1978-1982) y Álvaro Uribe
Vélez (2002-2010), en los que se aplicaron medidas de coerción, estipuladas en
políticas públicas. Para el primer caso, se habla del Estatuto de Seguridad y
para el segundo, de la Política Pública de Defensa y Seguridad Democrática.
Esas dos administraciones se dieron en el contexto y en razón del conflicto
armado interno que se originó en 1964.
[10] En las sesiones de Cátedra de Paz, realizadas en la
Autónoma de Occidente durante el segundo semestre de 2015, se conocieron
testimonios de estudiantes (mujeres y hombres) víctimas de actores del
conflicto armado interno. Por ejemplo, hijos (as) de militares que reconocían
presiones ejercidas a sus padres por el Gobierno a través de militares
superiores, para producir más y mejores resultados operacionales, así ello
implicara asesinar civiles (falsos positivos);
u otros, que jamás vieron con buenos ojos el Proceso de Paz de La
Habana. Y otros, por el contrario, convencidos de la necesidad de parar la
guerra y de perdonar a los victimarios. Véase: http://www.elespectador.com/noticias/publirreportaje/calenos-hablaron-paz-sobre-guerra-articulo-602636
[14] Informe Regional 2015, Educación ciudadana y formación
docente en países de América Latina. Abraham Magendzo Kolstrein y Rafael Andrés Arias Albañil. Sredecc y
Padcceal. Fundación Restrepo Barco y BID. p. 14.
[15] Apartes tomados del acápite La democracia en el aula,
que hace parte del capítulo Disquisiciones en torno a la democracia y los
medios de comunicación en Colombia. En: Una experiencia de investigación
acción educativa: reflexiones desde el aula. UAO, 2015. p. 112- 114.
[16] Aquella que, soportada en un lenguaje periodístico y
en una técnica periodística ahistórica, acrítica, moralizante y macartizante,
logra influir en las audiencias de tal forma que éstas asumen posturas
resultantes de una exposición rápida a unos hechos televisados, elevados al
estatus de noticia, que resultan socialmente sensibles y reprochables. Los
estados de opinión pública generados se basan en episodios rápidamente
superados por nuevos hechos noticiosos, lo que inmediatamente expresa una
conciencia episódica, que no permite a
las audiencias hacer un ejercicio comprensivo, complejo y sistémico de los
hechos consumidos. La conciencia
episomediática resulta convenientemente pasajera en la interesada tarea de
los medios por generar estados de opinión pública ajustados a sus intereses,
motivaciones e inclinaciones políticas. Una conciencia episomediática facilita
la incomprensión de complejas realidades colombianas, relatadas a través de un
discurso periodístico-noticioso sujeto a intereses económicos y políticos de
las empresas mediáticas. La presentación de hechos noticiosos de forma
episódica, y a través de un lenguaje espectacular, se convierte en un fuerte
obstáculo para las audiencias cuando estas intentan establecer conexiones y
proponer lecturas sistémicas.
[17] Desde 2002, el país soporta y exhibe una fuerte
polarización política entre guerra y paz, patrocinada por quien fungió como
Presidente de la República entre el 2002 y el 2010. La forma de gobernar, su
discurso, su marco de acción ético-política, su carisma de Álvaro Uribe Vélez y
el registro acrítico que la prensa hizo de sus actuaciones como Jefe de Estado
y de Gobierno, impulsaron y sostuvieron la polarización política que aún se
respira en Colombia. Fruto y consecuencia de esa polarización, llegan a la
Universidad estudiantes convencidos de que Uribe Vélez ha sido el mejor
presidente del país, en especial porque aplicó con rigor y sin consideraciones
éticas, la política de seguridad democrática, con la que afectó militarmente a
las guerrillas. Las posturas pro Uribe de los estudiantes se explican por la
exposición a los medios masivos y por las discusiones que se dan al interior de
sus familias.
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