Por
Germán Ayala Osorio, comunicador social
y politólogo
El
24 de agosto de 2016, en La Habana, Cuba, las delegaciones de paz del Gobierno
del presidente Juan Manuel Santos Calderón y de la guerrilla de las Farc-Ep,
firmaron el fin del conflicto armado, después de 52 años de confrontaciones.
Día
histórico que sin duda marca un antes y un después en el devenir del país, en
especial para aquellas generaciones que vivieron, sufrieron, lucharon y soñaron
en el complejo contexto político, social, económico y cultural que, para el caso de Colombia y este hemisferio,
les dejó las luchas ideológicas, políticas y los conflictos armados en lo que
se conoció como la Guerra Fría.
Al
ver y escuchar los emotivos y emocionantes discursos de los líderes de las
delegaciones de paz que por cuatro años negociaron una Agenda de seis puntos, solo
queda esperar que lo pactado, que la palabra empeñada, sea respetada por las
partes.
Sin
triunfalismos, pero con la certeza de que lo ocurrido en La Habana es un paso
significativo para la construcción de la paz, lo que nos corresponde ahora a
todos es asumir con responsabilidad histórica, la tarea de refrendar el Acuerdo
Final, y en adelante, seguir de cerca y participar de los procesos de
verificación e implementación de lo acordado entre las partes. Ciudadanos
vigilantes y críticos serán garantía de que lo acordado se respete.
La
élite empresarial, política y la clase dirigente tienen la responsabilidad de
que lo acordado en La Habana se respete y se cumpla, en aras de que este pacto
parcial de paz no termine en una nueva frustración para el país, tal y como
ocurrió con las esperanzas que se echaron a andar con el proceso constituyente
de 1990, cuando se firmó la paz con el M-19 y se promulgó la Constitución de 1991.
Baste con decir que posterior a la firma de ese tratado de paz, el país vivió
episodios de violencia política y el escalamiento y degradación del conflicto
armado.
Así
entonces, y sobre la certeza de que no se
tocaron el modelo económico, la estructura del Estado, el modelo político y las
fuerzas armadas, le corresponde al Establecimiento asumir con lealtad lo que
acordaron el Gobierno de Santos y la dirigencia de las Farc en este ya
histórico 24 de agosto de 2016. Es allí en donde la sociedad debe posar sus
ojos vigilantes para advertir cualquier acción, decisión, actividad o proceso
que conduzca al desconocimiento de lo acordado y por esa vía, se deshonre la
palabra empeñada.
Si negociar fue difícil, lo que vendrá después de la firma
del Acuerdo Final será aún más complicado: cumplir la palabra empeñada. Y será así porque lo acordado demandará enormes
transformaciones institucionales y culturales (prácticas políticas), que bien
sectores de derecha y ultraderecha pueden subvalorar y por esa vía, torpedear,
con el objetivo de aplazar la construcción y consolidación de escenarios reales
de posconflicto. El reto,
entonces, es mayúsculo.
Ojalá
los colombianos aceptaran los sentidos discursos leídos por De La Calle e Iván
Márquez como una guía ética para lograr las transformaciones que como Estado y
sociedad debemos lograr, si de verdad queremos proscribir la guerra, la
violencia política, el ethos mafioso
y la persecución a todo aquel que tiene una idea distinta de lo que debe ser el
Estado, la sociedad y el mercado.
El
camino quedó trazado el 24 de agosto de 2016. El 02 de octubre, día en el que
votaremos el plebiscito, tendremos la oportunidad de mostrar de qué estamos
hechos en términos democráticos. Con un contundente SÍ, exhibiremos un positivo
talante ético y democrático que muy seguramente facilitará la reconciliación y
la reconstrucción del Estado. Por el contrario, un revés, es decir, con un
triunfo del NO, confirmaremos el empobrecido talante democrático con el que
hemos sostenido hasta hoy las relaciones entre el Estado, el mercado y la
sociedad.
Llegó
la hora de que como ciudadanos asumamos, por fin, la tarea de confrontar
políticamente a quienes desde sectores estatales y privados coadyuvaron -y
coadyuvan aún- a la generación y al mantenimiento de las circunstancias
contextuales que legitimaron en buena medida el levantamiento armado en los
años 60.
Insisto
en que con la firma del fin del conflicto armado con las Farc estamos dando,
como sociedad y Estado, un paso gigante hacia el redireccionamiento de los
procesos civilizatorios que truncaron y cercenaron la propia guerra interna, el
comportamiento mafioso de las élites y la baja cultura política de las grandes
mayorías.
El
24 de agosto se abrió una compuerta y una oportunidad para repensarnos como
sociedad, examinando con cuidado las condiciones de una Nación diversa étnica y
culturalmente, que ha sobrevivido a pesar de la existencia de un Estado privatizado que le ha servido a unos
pocos.
Adenda: aplaudo la decisión de la plenaria del Senado de suspender de su cargo al Magistrado, Jorge Pretel Chaljub, para facilitar su juzgamiento por el delito de concusión. Seguimos esperando a que el Consejo de Estado anule la espuria reelección del Procurador Ordóñez Maldonado. Recordemos que fue el mismo Senado el que reeligió a Alejandro Ordóñez, el 27 de noviembre de 2012.
Imagen tomada de elheraldo.co
1 comentario:
Si, la firma de los acuerdos de paz es la única puerta que nos permita vislumbrar y construir una nueva sociedad, pero resulta sorprendente escuchar en menos de un día, la cantidad de intenciones de NO que se escudan solo en rumores,y es por ello que aunque la posibilidad de votar el SI pareciera la que mas nos conviene a todos los colombianos, no dejar de preocupar la manera como se manifiestan las intenciones por el NO. Es triste.
Publicar un comentario