YO DIGO SÍ A LA PAZ

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jueves, 30 de mayo de 2013

EL LUGAR DEL DISCURSO ACADÉMICO EN EL CONTEXTO DE LOS DIÁLOGOS DE LA HABANA

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo


El hermetismo con el que se llevan a cabo los diálogos de paz de La Habana, sin duda, resulta benéfico para el proceso mismo, si reconocemos y aceptamos que el discurso periodístico en Colombia sigue atado no sólo a los intereses de la élite económica y política que sostiene a las empresas mediáticas, sino a un lenguaje noticioso ahistórico y profundamente inconveniente para cubrir un delicado proceso de paz como el que se adelanta hoy en la tierra de los Castro Ruz.

Se suma a lo anterior, las lógicas, los discursos y las disímiles perspectivas ideológicas de los negociadores de los dos bandos que decidieron sentarse a la mesa. De un lado, ex ministros, representante de empresarios, un ex policía y en general, ex funcionarios públicos, defensores acérrimos de una institucionalidad estatal en crisis y de un orden político hecho a la medida de sus intereses. Del otro lado, combatientes, ‘diplomáticos’ e ideólogos de la agrupación armada ilegal, defensores de su lucha político-militar contra un Estado que ellos consideran ilegítimo. Guerrilleros que exhiben un ideario que en ocasiones se contradice con sus acciones armadas y con ejercicios de poder, en especial cuando ejercieron control social en la zona de Distensión, inmiscuyéndose en asuntos privados de familias y comunidades asentadas en dicho territorio, que abiertamente los acercaron a la ideología conservadora.

En La Habana se encuentran hoy, con todo y matices, dos discursos que, enfrentados, excluyen otras expresiones discursivas que deambulan en el gran escenario de lo público, a pesar de que sus voceros más connotados, sentados en la mesa de diálogos, reclaman una amplia legitimidad. Discursos que se han mantenido vigentes en el tiempo más por la fuerza, la violencia simbólica y la tradición, que por el reconocimiento público de actores sociales que de manera directa o indirecta sufren, de un lado, las decisiones y las acciones de un Estado con problemas para consolidarse como un orden justo y sostenible en el tiempo, y del otro lado, de una guerrilla que insiste en presentarse como revolucionaria y liberadora.

Pero a esos viejos encuentros y desencuentros discursivos entre el Estado y las guerrillas (en especial las Farc)  o entre gobiernos y las guerrillas, les ha hecho falta un discurso que confronte tanto los postulados teóricos y políticos sobre los cuales ambos discursos se sostienen y cobran validez, y que además cuestione la incapacidad de cada uno para sostener un proyecto de nación incluyente, con una democracia que supere su formalidad y abandone por fin su ropaje electoral y un modelo de desarrollo que respete las cosmovisiones de indígenas y afrocolombianos, fincadas en el respeto de la Naturaleza y a que su vez genere riqueza y bienestar, socializados de manera más o menos equitativa sobre la base de una fuerte responsabilidad social colectiva e individual.

La necesidad de un tercer discurso se sustenta en un ejercicio dialógico amplio, que supere odios y resquemores que suelen aparecer cuando los dos tradicionales discursos, el estatal y el de las Farc, se enfrentan alrededor de la discusión de específicos hechos de la guerra o del propio ejercicio de la política, en un complejo contexto en donde sobresalen el clientelismo, la corrupción y la concentración del poder político y económico.

Un tercer discurso que recoja no sólo tendencias, teorías y modelos de acción política, de sociedad y de Estado, sino que sirva para aterrizar anhelos, soluciones, ideas y sueños de los más disímiles sectores sociales tradicionalmente no escuchados por las partes que hoy negocian en territorio cubano.

Ese tercer actor discursivo nace de la conjunción entre el discurso académico propiamente dicho y el ejercicio de intelectuales de diversas orientaciones ideológicas. Para efectos de esta columna, se llamará discurso académico.

Discurso académico que, con todo y dificultades de anclaje en las dinámicas sociales, culturales y políticas de una sociedad escindida, empobrecida culturalmente y desordenada como la colombiana, debe erigirse como un bastión político y un faro que oriente las discusiones de asuntos públicos, más allá de las racionalidades desde las que históricamente se definen, por ejemplo, políticas públicas y las responsabilidades de un Estado Social de Derecho en ciernes.

Discurso académico que debe deslindarse de la lógica administrativa y burocrática de las Universidades en donde suele tener asiento y condiciones de reproducción, para abrirse a la consulta, integración y reconocimiento de ejercicios intelectuales que emergen, por ejemplo, en comunidades negras e indígenas que de tiempo soportan sus cosmovisiones en relaciones consustanciales con la naturaleza, sobre la base de un pensamiento complejo en donde por momentos la racionalidad moderna y modernizante no tienen cabida.

Así entonces, el discurso académico puede romper ese diálogo de sordos en el que suelen caer los agentes discursivos farianos y estatales (de gobiernos). Y allí el papel de los intelectuales, de profesores investigadores y analistas será clave en esa tarea de ampliar la discusión de los asuntos públicos que hoy se discuten en La Habana.

Colombia requiere de intelectuales comprometidos con la acción política, la deliberación y el cuestionamiento del orden social y político vigente, de la globalización y de los procesos globalizantes echados a andar por los actores económicos aupados por el sistema financiero internacional, así como de las apuestas de una guerrilla que apenas ahora deja ver la posibilidad de revisar su proyecto político, en especial en lo que tiene que ver con el mantenimiento de la propiedad privada. 

Con todo y lo anterior, el proceso de paz de La Habana necesita oxigenarse con el discurso académico y las acciones de profesores, investigadores e intelectuales, con el concurso de sabios indígenas y afrocolombianos. Ese tercer discurso puede romper esa vieja idea de que las soluciones al conflicto armado interno están supeditadas a una negociación política entre dos bandos que históricamente han mirado con desdén al discurso académico.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esta muy bien sustentada la aspiración ideológica de un Estado ideal, sin embargo déjame decirte que llegar a esos estadios significa refundar la Nación, con todo y su pueblo y esto es una empresa de varias generaciones. Por lo pronto creo que lo que hacen “los pillos” de un lado y del otro esta bien como un comienzo esperanzador.



Atte.

Henry