YO DIGO SÍ A LA PAZ

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martes, 30 de julio de 2013

CONCEPCIONES DE ESTADO Y DESPRECIO POR EL DOLOR

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

Por estos días la Corte Constitucional discute si el Marco para la Paz es exequible o no. Sobre la mesa está la ponencia positiva del magistrado Pretel. En varios espacios de opinión, detractores, críticos y puristas del derecho fustigan no sólo dicho marco legal, sino los argumentos con los cuales lo defienden tanto el Fiscal General, Eduardo Montealegre, como el Ministro del Interior, Fernando Carrillo Flórez.

Más allá de las discusiones jurídicas en el contexto de lo que sería una justicia transicional y de los efectos políticos e incluso, económicos y jurídicos que generen la aplicación de ese marco para la paz, como camino para poner fin al conflicto armado con las Farc, expongo tres factores que poco se evidencian en las actuales discusiones en torno a dicho marco legal y las que vienen dando desde que el proceso de paz arrancó.

El primer factor hace referencia a la moral y al funcionamiento del Estado. El segundo, a la mirada que la sociedad civil urbana viene haciendo no sólo de las víctimas del conflicto, sino de la propia guerra interna. Y el tercer factor tiene que ver con el daño que hace que altos funcionarios del Estado tengan concepciones particulares alrededor de lo que debe ser el Estado Social de Derecho.


La moral del Estado y la subvaloración social de los delitos de lesa humanidad

Señalan algunos que con el Marco para la Paz habrá impunidad y que el Estado renunciaría a castigar ejemplarmente a quienes cometieron delitos de lesa humanidad. Olvidan quienes defienden ese argumento, que el gobierno de Uribe Vélez extraditó a jefes paramilitares que fueron juzgados por delitos de narcotráfico. Muchos dirán que están pagando fuertes penas en los Estados Unidos y que eso es suficiente, pero no examinan la subvaloración moral, ética, jurídica y política de los delitos de lesa humanidad que acompañó y acompaña aún a esa decisión de dicho gobierno.

Colombia de tiempo atrás, como Estado y como sociedad viene dándole un menor valor a la comisión de delitos  que comprometen en materia grave la dignidad humana de las víctimas civiles que han sufrido los estragos de una guerra degradada. Ha sido así, por cuenta de un Estado precario y débil, que al estar cooptado por mafias clientelares enquistadas en el poder político, no tiene el talante moral para exigirle a los criminales y violadores de los derechos humanos, que reconozcan sus delitos y mucho menos, tiene la capacidad institucional para someterlos al llamado de la justicia[1].  
La mirada indolente de la sociedad civil urbana

La subvaloración de las víctimas del conflicto armado interno nace de una sociedad civil urbana que jamás dimensionó la guerra interna colombiana. Siempre miró esa sociedad civil urbana las razones del levantamiento armado y las acciones militares de los guerrilleros, como asuntos de bandas criminales, de un grupo de desadaptados que les dio, un día, por no aceptar el orden social y político propuesto.

Así las cosas, hay un evidente desprecio social y cultural del dolor y el sufrimiento de las víctimas del conflicto armado. Por nuestra incapacidad para imaginar los padecimientos de las personas que han sufrido en carne propia el desplazamiento forzoso y el dolor de aquellas familias que han perdido familiares en masacres y en enfrentamientos entre los actores armados, terminamos por señalar que son cosas de la suerte, e incluso, designios de Dios.


Disímiles concepciones de Estado

Pero quizás hay un elemento que aporta a este desprecio generalizado por el sufrimiento de las víctimas del conflicto armado: las disímiles concepciones que del Estado exponen funcionarios públicos y ciudadanos.

Al no existir una ideología compartida de lo que debe ser un Estado moderno, obligado constitucionalmente a actuar como un Estado Social de Derecho, asistimos al inconveniente espectáculo que ofrecen el Fiscal General, Eduardo Montealegre y el Procurador General de la Nación, Alejandro Ordóñez Maldonado. Estos altos funcionarios del Estado exhiben modelos y concepciones de Estado totalmente diferentes, asunto inaceptable desde la necesidad que existe de que las particulares formas de pensar, en especial la del Procurador Ordóñez, terminen por impedir que el Estado Social de Derecho cumpla con sus obligaciones, consagradas en la Carta Política.

En las tribunas mediáticas, el Fiscal y el Procurador exhiben sus concepciones alrededor del derecho, de la justicia, de la paz y al final, la opinión pública no se da cuenta que quizás el problema estructural del país gira en torno, justamente, a las concepciones que tanto Ordóñez Maldonado y Montealegre tienen frente a lo que debe ser el Estado. Ese sí que es un problema grave.

En reciente entrevista, Eduardo Montealegre respondió así a las preguntas que le formularon en torno a sus discusiones, diferencias y ‘peleas’ que viene sosteniendo con el Procurador y la Contralora General de la República: “Lo que existe es una gran controversia de concepciones del Estado, de la sociedad, del derecho y de los órganos de control. En materia del aborto, el matrimonio de parejas del mismo sexo, el proceso de paz, la estructura y la finalidad del proceso penal. Pero, sobre todo, que él no puede imponerles a los colombianos, específicamente a los funcionarios, a través de los procesos disciplinarios, las concepciones muy respetables que tiene del Estado, el derecho y la sociedad; que no respete el principio de Estado laico que tiene la Constitución del 91, y que trate de imponer su pensamiento ejerciendo el poder disciplinario[2].

De esta manera, el Marco para la Paz seguirá siendo examinado en la Corte Constitucional. Muy seguramente se declare exequible. Mientras ello sucede, valdría la pena aceptar que social y culturalmente hemos despreciado el dolor de las víctimas del conflicto (gente pobre, que vive en el campo) y en segundo lugar, entender que mientras el modelo de Estado consagrado en la Carta Constitucional no sea aceptado por quienes ocupan altos cargos del Estado, será muy difícil avanzar hacia la construcción de una sociedad más justa.



[1] A lo anterior se suma la que podría ser una decisión política clara y directa de sucesivos gobiernos, que han mantenido la debilidad del aparato judicial, expresión clara del desinterés político y social por aportar a la construcción de una sociedad civilizada. Los problemas de la justicia colombiana no son sólo presupuestales, sino de coherencia jurídica, así como de entereza y firmeza ética de jueces y magistrados que han sucumbido ante el poder corruptor del dinero y ante el poder político que exacerba las veleidades de varios operadores judiciales.

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