Por
Germán Ayala Osorio, comunicador social
y politólogo
El
modelo de justicia transicional que se adopte en Colombia, como factor
jurídico-político fundamental para ratificar los acuerdos entre líderes de las
Farc y el Gobierno de Santos, en aras de poner fin al conflicto armado interno,
deberá dar cuenta de varios elementos sustanciales: verdad, justicia,
reparación, perdón y no repetición.
En
las ya candentes discusiones sobre las penas que la justicia deberá (podrá) imponer
a los jefes guerrilleros que hagan dejación de armas y las formas de
condonación de dichas condenas, el perdón aparece tímidamente, a pesar de que
sectores sociales reclaman a grito herido que los líderes farianos paguen
condenas altas, en cárceles del Estado, por las fechorías y los delitos
cometidos en más de 50 años de guerra interna.
El
perdón, como acción simbólica, merece un mejor lugar en una sociedad polarizada
en torno a la naturaleza del conflicto y a las aparentemente ilegítimas formas
de lucha con las que las Farc han enfrentado al Estado colombiano.
Y
ese lugar que le podamos – o debamos- dar al perdón, no puede sostenerse
exclusivamente en las expresiones de arrepentimiento de un actor político
armado llamado Farc, sino que debe extenderse a todos y cada uno de los
sectores, actores y agentes de un Estado y de una sociedad, comprometidos
seriamente en el mantenimiento de la guerra interna colombiana.
Sin
duda, las Farc deben pedirle perdón al país. Y deberán arrepentirse de haber violado
los derechos humanos de menores de edad
reclutados. De igual forma, por haber conculcado los derechos de los civiles que cayeron en los ataques a
unidades policiales y militares. Y sería simbólicamente correcto, que las Farc
pidieran perdón al país por la violación de las normas del DIH y por los daños
ambientales que han producido en nuestras selvas y ríos.
Pero
también debe pedir perdón el Estado, por su incapacidad, por su debilidad y
porque como orden político y social arrastra episodios y momentos precisos de
su historia, en los que se ha acercado a lo que se conoce como un Estado
colapsado o fallido.
También
esperamos claras muestras de arrepentimiento de las multinacionales que han
saqueado al país y que aprovechándose de la incapacidad del Estado y de
sucesivos gobiernos para negociar con mínimos de dignidad, sólo han dejado
pobreza y desastres ambientales en los lugares en donde posaron sus intereses.
Los
gremios económicos y los bancos, que se han servido del Estado y que han hecho
ingentes esfuerzos por mantener privilegios de clase, a costa de millones de
colombianos que apenas sobreviven con miserables salarios. Ellos también deben
pedirle perdón al país.
Los
militares y en general los miembros de la fuerza pública que en contubernio con
paramilitares y bandas criminales, violaron los derechos humanos de cientos de
miles de ciudadanos, en especial en los periodos presidenciales de Julio César
Turbay Ayala y Álvaro Uribe Vélez. También, por haber apoyado gobiernos
ilegítimos y haber ocultado la verdad de hechos punibles que han generado dolor
y desazón en la población civil. Ellos también deberán sumarse a la gran
jornada de perdón.
La
clase política y dirigente, por haber ayudado a consolidar un régimen de poder
excluyente y violento, y por su incapacidad y desinterés de pensar y diseñar un
proyecto de nación en el que sea posible que los colombianos, a pesar de la
diversidad cultural, se puedan encontrar alrededor de mitos fundantes que
sostengan esa idea de ser colombiano. Esa clase política y dirigente también
deberá pedir perdón.
Otros
actores políticos que deberán pedir perdón al país, son los medios de
comunicación, porque en cabeza de editores y periodistas le han servido de caja
de resonancia al régimen, se han autocensurado y han aceptado presiones de
gobiernos para ocultar hechos noticiosos que comprometían su imagen. Y deben
pedir perdón porque a través de un discurso periodístico moralizante,
provocador, ahistórico y violento, medios y periodistas han contribuido, por ejemplo,
a que hoy los colombianos, las audiencias, no puedan comprender la
naturaleza y la evolución del conflicto
y de los actores armados, más allá de expresiones de dolor y de rabia en torno
a enfrentamientos militares.
La
Iglesia Católica también deberá pedir perdón al país. Y lo debe hacer porque
insiste en principios y creencias que hoy no están acordes con el espíritu de
la Carta Política de 1991. Porque desde el púlpito, curas y grandes jerarcas
han legitimado un régimen de poder cooptado por mafias clientelares.
También
deben pedir perdón los voceros de los partidos tradicionales, los ricos de este
país y cada uno de nosotros, en la medida en que somos culpables, por acción u
omisión de lo que ha venido sucediendo con este largo y degradado conflicto
armado interno.
Propongo,
entonces, varias jornadas de perdón, de cara al país, en las que cada actor
político, económico, social y militar, entre otros, reconozca que se equivocó,
que cometió errores, que pudo violar o violó la ley, que desestimó la violación
de los derechos humanos, que aceptó, sin mayor análisis y crítica,
circunstancias y decisiones políticas que afectaban a cientos de miles de
compatriotas.
Mientras
en La Habana continúan los diálogos de paz, y en plena efervescencia de paros,
movilizaciones y protestas sociales, los colombianos deberíamos exigirle a cada
uno de los actores señalados líneas atrás, que hagan actos públicos de
contrición, para luego prepararnos para mirar con indulgencia esas expresiones
de arrepentimiento. Debemos reconocer que tenemos episodios y hechos de nuestra
historia y de nuestro presente inmediato, que hacen posible señalar que como
Nación hemos fallado.
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