YO DIGO SÍ A LA PAZ

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miércoles, 17 de julio de 2013

SANTOS Y EL TUTELAJE DE LA ONU EN DDHH

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

Todo tutelaje, acompañamiento, vigilancia y asesoramiento internacional que se acepte o se imponga a un Estado, devela las  debilidades que en su estructura y desarrollo tiene ese tipo de orden social y político. Legítima o no, toda vigilancia o tutelaje deviene en un tipo de sometimiento[1] del que siempre será difícil salir.

El trabajo de los gobiernos que agencian los intereses de un Estado, debe dirigirse hacia la modificación sustancial de las circunstancias sociales, culturales, económicas y políticas, entre otras, que hacen posible y hasta necesario el tutelaje internacional en alguna materia,  en especial en lo que concierne a la defensa y respeto a los derechos humanos.

Es el caso de Colombia y en muchas materias y asuntos. En lo que tiene que ver con el respeto a los derechos humanos, el Estado colombiano acepta, de tiempo atrás, la presencia de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. A regañadientes, muchos gobiernos han aceptado los comunicados y los informes que dicha oficina produce para evaluar situaciones y hechos en donde el respeto a los derechos humanos queda comprometido, en especial por la acción de agentes del Estado. Baste con recordar al gobierno de Uribe Vélez y la postura asumida por el entonces vicepresidente, Francisco Santos, ante un informe en el que se evaluaba la situación de los derechos humanos en Colombia en el 2002[2].

Entonces, la presencia de la ONU, a través de dicha dependencia, lo que confirma es que seguimos siendo un Estado débil y precario, guiado por unas élites y sucesivos gobiernos que necesitan ser vigilados y acompañados en el cumplimiento de funciones públicas, en especial aquellas que guardan estrecha relación con el bienestar y el devenir de la población civil en un país que sufre los estragos de un viejo y degradado conflicto armado interno.

Ahora, presionado seguramente por un sector de las fuerzas militares, el Presidente Santos pone en duda la continuidad de la Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos. Sin duda, estamos ante una postura inconveniente, dado que las circunstancias contextuales que facilitan, permiten y legitiman la violación de los derechos humanos en Colombia, se mantienen a pesar de los esfuerzos que el gobierno de Santos dice que viene haciendo en materia de respeto a los derechos humanos, a través del fortalecimiento institucional y de la presencia del Estado, a través de políticas públicas que buscan cambiar los indicadores de necesidades básicas insatisfechas (NBI).

Al respecto, el Presidente Santos se expresó así: “Y le voy a decir que estamos discutiendo si realmente vale la pena prolongar ese mandato o si se prolonga sería por muy corto tiempo, porque Colombia ha avanzado lo suficiente para decir no necesitamos más oficinas de derechos humanos de las Naciones Unidas en nuestro país”, expresó. Explicó que “esas necesidades que tenía el país de tener una oficina de las Naciones Unidas para los derechos humanos han venido desapareciendo”. El Presidente Santos indicó que la funcionaria de la ONU “va a encontrar un país, que precisamente tiene los derechos humanos como uno de sus objetivos fundamentales, como una de sus prioridades. Va a encontrar un país donde el respeto por esos derechos humanos es cada vez más evidente, y que el Estado colombiano tiene como norte ese respeto”. Agregó que Colombia tiene “unas Fuerzas Militares, unas Fuerzas Armadas que también se han venido transformando y que hoy pueden ser ejemplo en el mundo entero, de una cultura por el respeto de los derechos humanos”. “Ya es responsabilidad nuestra. Somos lo suficientemente maduros para saber que el respeto por los derechos humanos es una obligación de todos y cada uno de los ciudadanos, pero sobre todo del Estado colombiano”.[3]

El contexto colombiano es complejo en la medida en que tanto el Estado, con sus fuerzas armadas y los grupos al margen de la ley (neo paramilitares, guerrillas y delincuencia común), son responsables de violaciones sistemáticas de los derechos humanos. En Colombia están en capacidad de asesinar, torturar y desaparecer a miembros de la población civil, tanto el Estado mismo, como las fuerzas ilegales que actúan a lo largo y ancho del territorio nacional.

Mal hace el Presidente Santos en desconocer los aportes y la vigilancia que en materia de respeto a los derechos humanos ejerce dicha dependencia de la ONU. Y peor aún, cuando su reacción se soporta en la molestia que le generó un comunicado de dicho organismo alrededor de los graves hechos de orden público que se vienen presentando en la zona del Catatumbo y en general, por los inocultables niveles de pobreza que se exhibe en ese vasto territorio.

EL TIEMPO recogió así apartes del comunicado que molestó al Gobierno de Santos: “La oficina de la ONU en Colombia denunció este miércoles que la región del Catatumbo, sumida en protestas desde hace un mes, sufre una “grave vulneración” de sus derechos económicos, sociales y culturales y que durante las manifestaciones ha habido un "uso excesivo de la fuerza" por parte de las autoridades. El Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos "expresa su preocupación por la grave vulneración de los derechos económicos, sociales y culturales en la región del Catatumbo", aseguró la Oficina de este organismo en Colombia en un comunicado. "Pese a su riqueza natural", el Catatumbo "presenta altos índices de necesidades básicas insatisfechas" y su población carece de los derechos a la alimentación adecuada, salud, educación, electrificación, agua potable, alcantarillado, vías y acceso al trabajo digno, agrega el texto[4].

El pronunciamiento del Presidente Santos lo acerca cada vez más a su antecesor, cuya política de seguridad democrática fue cuestionada dentro y fuera del país, por los evidentes y tozudos hechos de violaciones sistemáticas a los derechos humanos que se produjeron en Colombia entre el 2002 y el 2010, a través de las interceptaciones ilegales (Chuzadas), masivas retenciones arbitrarias, la estigmatización a defensores de derechos humanos y las ejecuciones extrajudiciales (falsos positivos), entre otras.

Sentirse o asegurar que estamos maduros para continuar sin el tutelaje de la ONU no es suficiente. El sometimiento debe permanecer hasta tanto el Estado colombiano continúe cooptado por mafias paramilitares y agenciado por unas élites y sectores de poder que sólo les interesa mantener privilegios a unos pocos. La situación social, ambiental, política, económica y de orden público del Catatumbo contradice al Presidente en materia de madurez para respetar los derechos humanos.

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