Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Que la concentración de los medios de comunicación y su rol democrático sean tema de discusión en una mesa de diálogo entre un grupo guerrillero y un gobierno en particular, es un hecho político trascendental cuya vigencia debe permanecer en el tiempo.
Y aunque el tema de los medios debió hacer parte fundamental de la agenda de seis puntos pactada entre las partes que hoy hablan en La Habana, resulta de especial importancia que el poder de penetración de las empresas mediáticas sea visto como un asunto político, en especial porque la generación de estados de opinión pública se está haciendo desde los intereses económicos de dos ricos y poderosos empresarios que hoy están detrás de dos influyentes canales privados de televisión, RCN y Caracol, y desde una perversa e inconveniente perspectiva periodística-noticiosa que promueve valores y principios de una cultura urbana y ‘blanca’, que abiertamente desconoce las realidades de otras culturas y de vastas zonas rurales, alejadas de las lógicas y de los intereses de Bogotá, máximo centro de poder político, periodístico y económico del país.
Más allá de si los diálogos de paz permiten poner fin al conflicto militar, la preocupación por el rol que viene jugando la gran prensa en Colombia y por el tipo de periodismo que hoy se practica en nuestro país, deben mantenerse y provocar que las facultades de comunicación social y periodismo, el Congreso y otros actores sociales de la llamada sociedad civil debatan sobre el papel de una prensa concentrada en pocas manos, que informa desde intereses empresariales y en defensa de un Establecimiento que tiene problemas de legitimidad, afectando de esta manera la consolidación de un régimen democrático en el que la producción de información no debería estar concentrada en pocas manos.
Como forma de poder político, el periodismo requiere de unas audiencias educadas, así como de asociaciones de usuarios de medios que hagan control social y discursivo de unos medios que deliberadamente reducen la esfera pública a la discusión de asuntos de una compartida agenda noticiosa, con la que la gran prensa bogotana termina diciéndole al país, a millones de colombianos, qué es lo realmente importante para el país. Esta suerte de centralismo informativo no sólo desconoce realidades alejadas de la Capital del país, sino que deja de lado la oportunidad de que el periodismo sirva para consolidar la nación sobre la base del reconocimiento de la diversidad étnica y cultural que ofrece el país.
La verdad es que estamos lejos en Colombia de tener unas audiencias calificadas y formadas para discutir asuntos públicos. Todavía hay cientos de miles de colombianos que creen que las noticias, lo dicho y las imágenes de los noticieros constituyen la verdad, cuando todos sabemos que estamos ante la re-construcción de unos hechos previamente calificados como noticiosos, narrados para que públicos consumidores comprendan lo que pasa en Colombia exclusivamente desde la interesada perspectiva de unas empresas mediáticas que compran y venden información.
Aquí les cabe responsabilidades a la escuela y a la Universidad colombianas, en la tarea de seguir, criticar y evaluar el discurso mediático, para contrarrestar los efectos que ese discurso ha producido y produce en los estudiantes, en especial en el tipo de representaciones que éstos vienen construyendo sobre la paz, el conflicto armado y los actores armados.
Una democracia débil como la colombiana requiere de un ejercicio periodístico plural, crítico, pero sobre todo, descontaminado de los intereses de ricos empresarios y banqueros que saben que al controlar grandes medios, ponen a sus pies a unas audiencias que no sólo soportan fuertes incertidumbres sociales y económicas, sino que no cuentan con medios alternativos para informarse sobre el devenir del país.
A cambiar la lógica noticiosa
Como oficio, el periodismo suele mantener estructuras mentales y rutinas que los periodistas reproducen a diario y que incluso escuelas de formación periodística replican sin mayor discusión.
A la gran prensa bogotana, en especial la que sostienen poderosos empresarios, no le interesa modificar rutinas de producción, o la lógica noticiosa e informativa de noticieros radiales y de televisión. El formato televisivo y el lenguaje informativo-noticioso dan los réditos económicos y políticos suficientes, de allí que sea prácticamente imposible esperar que editores y periodistas discutan si quiera cambiar el actual modelo informativo.
Se abre alguna esperanza con el actuar de medios locales y regionales. A pesar de que ellos mismos son víctimas del poder político que hoy se le reconoce a la gran prensa bogotana, hasta el momento han sido incapaces de modificar sustancialmente los formatos y las lógicas de producción noticiosa. Siguen atados al esquema de noticieros televisivos que informan desde la lógica de lo se conoce como infoentretenimiento.
De esta manera, el oficio periodístico, con sus criterios de noticia y sus tratamientos periodísticos, sigue sujeto a unas recetas, a unas formas estandarizadas con las que se produce y se divulga la información, pero especialmente, anclado a la intención de generar una opinión pública presa fácil de tratamientos noticiosos espectaculares y centrados en mover sentimientos y promover ligeras reacciones. De esta manera, se evita la discusión profunda de los hechos y la urgente necesidad de poner en la balanza las versiones del Gobierno, de las fuentes oficiales, así como las opiniones de analistas afectos al régimen, consultados a diario por noticieros radiales y televisivos.
Un país con realidades complejas como Colombia, con un Estado privatizado y al servicio de unos pocos, con una sociedad que exhibe problemas en sus procesos de socialización y civilización, en el contexto de una degradada guerra interna, necesita de un periodismo que en lugar de ocultar verdades hechos y de confundir a las audiencias con tratamientos espectaculares y acríticos, promueva una cultura democrática en donde todas las voces sean escuchadas y respetadas.
Lejos estamos de ese escenario. Pero no por ello debemos de aceptar que el ejercicio periodístico esté exclusivamente al servicio de banqueros y empresarios que saben sacar provecho no sólo de la información noticiosa convertida en mercancía, sino de los productos televisivos no informativos (novelas, seriados) con los cuales alimentan el carácter ahistórico y acrítico de unas audiencias que siguen y gustan de seriados como Los Tres Caínes, la Prepago, el Patrón del Mal, la Selección y el Cartel de los Sapos, entre otros más.
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