Por Germán Ayala Osorio, comunicador
social y politólogo
Cada
que un hecho social, político y/o económico se convierte en noticia, o en un
hecho noticioso, el país se resigna y se hinca al poder hipnotizador de unas
empresas mediáticas que hábilmente comercializan la información noticiosa.
Por
estos días en los que se registran los inaceptables ataques con ácido, los
medios no sólo hablan de monstruos
(hombres[1])
que atacan mujeres, sino de una pandemia
por los sucesivos y reiterados casos de ataques con sustancias químicas con
gran poder de producir daño en la piel y en los órganos de las víctimas.
Peligrosas exageraciones que generan miedo y temor en las audiencias que suelen
consumir esta información sin comprender los hechos mismos y menos aún, los
tratamientos periodísticos, a todas luces espectaculares.
Convertidos
en jueces, medios y periodistas exigen condenas ejemplarizantes y de manera
temprana, terminan por juzgar a los victimarios desde las salas de redacción,
set de televisión y las cabinas de radio. No hay debido proceso que valga y en
ocasiones, la presunción de inocencia, como principio constitucional, se anula
por la acción discursiva de unos medios que aprovechan los vacíos y los
problemas de la justicia, para erigirse como actores sociales y políticos con
la fuerza moral suficiente para decir qué es lo correcto y cómo deben actuar
los operadores judiciales ante ataques[2]
como el que perpetró Jonathan Vega Chávez contra Natalia Ponce de León.
Se
suma a lo anterior, la rapidez con la suele actuar la Policía Nacional, siempre
y cuando desde la Presidencia se dé la orden de
dar con el paradero del agresor, como fue el caso de Vega Chávez, y se
ofrezca una millonaria recompensa.
Los
tratamientos espectaculares de las empresas mediáticas y el clamor de periodistas-actores[3]
capaces de sentir el dolor de las víctimas atacadas con ácido sulfúrico,
terminan por ocultar no sólo los problemas y las contradicciones de las
instituciones de justicia en Colombia, sino las graves dificultades que hay en
Colombia para que sus ciudadanos solucionen sus conflictos y diferencias a través del diálogo y el respeto. Es decir, por vías pacíficas.
Además
de lo anterior, los tratamientos periodístico-noticiosos encubren y disimulan
un asunto aún mayor: las negativas o inconvenientes representaciones sociales
que alrededor de lo femenino se vienen construyendo hombres del común, en un
entorno profundamente machista y conservador, que de manera contradictoria cohonesta
con un discurso publicitario fuertemente
sexista, a través del cual la mujer es exhibida como un objeto de deseo, de
consumo y de dominación.
El
discurso periodístico-noticioso, sostenido en unos acomodaticios
valores/noticia, termina por esconder
elementos problemáticos en la psiquis colectiva de unos hombres (machos
cabríos) que no aceptan el rechazo o la indiferencia de las mujeres que al ser
cortejadas, se convierten en un objetivo (en un trofeo que se gana), lo que de
forma inmediata las anula como individuos y personas con las que es posible
dialogar y entablar una relación respetuosa y simétrica, más allá de un
primario deseo sexual.
Los
tratamientos espectaculares que la gran prensa bogotana viene haciendo de las
circunstancias y de los implicados en los ataques con ácido (víctimas y
victimarios), sirven para confirmar la condición premoderna que comparten el
Estado, sociedad y por supuesto, los periodistas y el periodismo como tal. A lo
que se suman procesos civilizatorios semi fallidos en los que la brutalidad y
el uso de la fuerza se anteponen al diálogo civilizado y respetuoso que debería
de darse entre iguales.
Imagen tomada de clasesdeperiodismo.com
[1] A Jonathan Vega Chávez, quien atacó
con ácido a Natalia Ponce de León, varios medios lo llaman el ‘Monstruo del
Batán’. Por ejemplo, la revista Semana tituló así el hecho: El ‘Monstruo del
Batán’ ya está tras las rejas. http://www.semana.com/nacion/articulo/jonathan-vega-enfrentaria-pena-de-37/382943-3
[2] Otros ataques no tuvieron el mismo
despliegue noticioso como el que sufrió Natalia Ponce de León. Se vislumbra una
lectura de clase, ‘contaminada’ por la valoración que se hace de la belleza de
la víctima, en comparación con otros casos en donde las víctimas son mujeres
‘menos agraciadas’ y habitantes de sectores populares de la capital del país.
[3] Las presentadoras de televisión y
los periodistas radiales se hacen partícipes de los hechos, casi al nivel de
víctimas, lo que de inmediato se convierte en la oportunidad para ‘actuar’ y
por esa vía, sobredimensionar los hechos.
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