Por
Germán Ayala Osorio, comunicador social
y politólogo
En
un país con regiones culturalmente disímiles como las que tiene y exhibe
Colombia, no es fácil pensar en las dificultades que suscitan esas circunstancias
contextuales para la consolidación de una Nación incluyente y respetuosa de las
diferencias. Dificultades que se acrecientan cuando a través del humor, la
producción televisiva y el discurso periodístico-noticioso se consolidan
imaginarios y representaciones sociales que terminan señalando, subvalorando y
estigmatizando a poblaciones enteras a través de específicas prácticas
culturales.
Claro
está que el poder de penetración y de daño que
tienen tanto el humor, los productos televisivos, como el discurso periodístico-noticioso, está
inexorablemente asociado, agenciado y soportado en la visión de país que desde
el centro del mismo se irradia y se trata de imponer.
Bogotá
no solo es la capital del país, sino que es el centro desde donde los grandes
medios masivos deciden qué es lo correcto,
lo civilizado, lo aceptable y lo bueno para los colombianos. La mirada que
el periodismo bogotano suele hacer de las “provincias” y de todo lo que allí
sucede, sirve, de tiempo atrás, para desconocer y estigmatizar ciertas prácticas
culturales que se dan en apartadas
regiones de la capital.
Me
voy a referir en esta oportunidad a una “conflictiva y vieja relación” entre
dos apuestas culturales: de un lado, la que se encarna en lo que llamamos la
cultura “bogotana” o “cachaca” y la cultura “costeña” (Costa Caribe). “Dos
mundos” creados por el poder de penetración de una industria cultural e
informativa que desde la Capital, cree que explica con suficiencia sociológica
lo que sucede en la extensa y poco uniforme Costa Atlántica.
En
el marco de esa “conflictiva y vieja relación” entre los “Cachacos” y “Costeños”,
ubico el rechazo social y cultural que suscitan espectáculos como las
Corralejas y producciones televisivas como la novela Diomedes Díaz con su estribillo
de “Diomedízate”, que puede entenderse como una invitación a seguir de manera
exclusiva a la novela, pero que puede terminar alimentando esa “conflictiva
relación” entre lo “Cachaco” y lo “Costeño” (Caribe), por los problemas
judiciales que afrontó en vida el canta-autor.
El
rechazo a las Corralejas, por la absurda violencia que recientemente se
evidenció en contra de los animales y las
fuertes críticas que vienen cayendo sobre la novela basada en la vida del
cantante Diomedes Díaz, pueden estar re-encarnando una “confrontación” cultural
entre una “cultura bogotana” (cachaca), “bienvenida, civilizada y aceptada”,
que cuenta con el poder de la gran prensa de la Capital, y ciertas prácticas de
la “cultura costeña” (Caribe), considerada “violenta, no civilizada e
inaceptable”, por encarnar, de muchas maneras, elementos de una cultura popular
que se contrapone a una cultura de élite (elitista).
Las
Corralejas no están bien por lo que sucede dentro de dichos espectáculos, sino
porque ellas están -nos dicen los medios-, en el corazón de los “Costeños”. Es
decir, hay que acabar con las Corralejas, pero hay que revivir, a toda costa,
las corridas de toros en la Plaza de la Santamaría, lugar de encuentro de una
élite política y social que cree encarnar a una soñada sociedad “civilizada” y “decente”.
Como
expresión cultural, las Corralejas recogen las creencias y los deseos de una
sociedad machista. La burla, el sometimiento[1] y el
triunfo sobre el animal, obedecen a un ideal de Macho que bien puede estar encarnado
en lo más profundo de la cultura popular de varios pueblos de la Costa
Atlántica, pero no puede decirse que es exclusivo de quienes viven en esa parte
del país. Los relatos periodístico-noticiosos que han recogido el inaceptable
maltrato animal acontecido en recientes Corralejas, apuntan a consolidar
representaciones sociales que a todas luces resultan inconvenientes para
explicar y comprender culturalmente lo que sucede alrededor de la “cultura
costeña”, pero sobre todo, que impiden la aceptación de las diferencias en un
país culturalmente biodiverso.
Lo
mismo sucede con las corridas de toros: se trata de un espectáculo fundado en
el poder de sometimiento que el ser humano ejerce sobre los animales y que aún
insiste en demostrarse así mismo. Eso sí, deviene refinado porque en este
confluyen una élite política, económica y social que hace de su presencia en
las plazas de toros, un espectáculo mediático, propicio para el periodismo que
informa sobre lo que hacen ciertos famosos y encopetados funcionarios públicos
y la “gente de bien” de las ciudades capitales de Colombia. Al final, queda
claro que las Corralejas son expresiones de una cultura popular a todas luces
inconveniente, mientras que las Corridas de Toros son la expresión máxima de
una cultura con clase que se erige como referente de lo correcto porque deviene
con todo el glamour que se exige.
Poco
positivo resulta para un país con regiones tan diversas, usar hechos de
violencia contra los animales, en el marco de un espectáculo violento como lo
son las Corralejas, para señalar a sectores poblaciones de la Costa Atlántica
como exponentes de una “cultura impropia e indebida[2]”, que
debe someterse a una Cultura que se promueve desde los medios masivos de
comunicación de la Capital del país. Igualmente, poco positivo resulta usar un
producto televisivo, como la novela basada en la vida de Diomedes Díaz
(costeño) para señalar y estigmatizar a
toda la Región Caribe y a sus disímiles pueblos, poblaciones y prácticas
culturales, hasta calificarlas como una “cultura” impropia para una nación que
aún se pretende consolidar desde los intereses y los imaginarios capitalinos.
Quienes
tienen el poder de producir y reproducir el discurso periodístico-noticioso y
de sostener una industria televisiva como la que promueven los canales privados
de televisión, deben entender que detrás de espectáculos como las corridas de
toros y las Corralejas[3] y de
polémicos personajes públicos convertidos forzosamente en referentes morales y
éticos, lo que subsiste es la idea de Gran Macho, fundada en una condición
humana que crea cultura sobre la base del poder que ostenta y usa para someter
a la Naturaleza. Lo que hay que mirar de fondo no es si las prácticas
culturales de ciertas poblaciones del Caribe deben o no continuar[4], o
que la que defiende un sector minoritario de la Capital, resulta indiscutible.
Lo que debemos mirar es qué tipo de relaciones vamos a re-establecer con los
animales y en general con el medio ambiente y los ecosistemas naturales. Y debemos
aceptar que la cultura suele ser la cobija con la que el ser humano tapa sus
miedos, su incontrastable poder transformador y su perversidad.
Imagen tomada de elcolombiano.com
[1] Los recientes hechos
en los que un toro es acuchillado no hacen parte constitutiva del espectáculo.
No siempre fueron así las Corralejas. Ese hecho, totalmente lumpenizado, bien
puede obedecer a una degradación del espectáculo.
[2] Véase http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/y-que-siga-la-fiesta-jotamario-arbelaez-columnista-el-tiempo/15125544
2 comentarios:
Las corridas de toros no son de gente culta propiamente, cualquier levantado con plata, en general del sector ganadero paga incluso la boleta más cara, no importa si apenas sabe leer, así como no siempre teniendo dinero se es culto, no tenerlo tampoco lo hace culto, muchos asisten a las corridas de toros simplemente por pretender escalar un estrato y codearse con los de la étite, bien sea porque tiene amigos allí o porque quiera aparentar ser de un mejor estrato, para gon tarjeta de crédito a 36 meses una boleta, ni siquiera el abono y si puede en más plazo para no quedar con la cuota mensual muy alta. Hay otros que asisten ni siquiera porque les llame la atención los toros, simplemente son invitados, entre esos algunas invitadas que en el mundo donde se desenvuelven son damas de compañía cuya tarifa es por horas y estos personajes que pagan por ello es solo para mostrar a sus amigos que bien acompañados están, en fin, hay de todo.
Respecto a las corralejas, no hay cultura, es simpemente incultura, se podría hasta generalizar que ninguno de los que se mete a corretear al toro ha pasado de bachillerato, los políticos necesitan gente inculta en esos pueblos para seguir aprovechando la ignorancia, y es que entre más incultos mejor, más fácil ejcercer los cargos públicos porque al ognorante con que le den pan y circo, con eso tienen, son pueblos con gente de muy pocas aspiraciones profesionales, bien ganada se tienen la fama los costeños de querer conseguir las cosas fácil, sin trabajar buscando el dinero rápido pero a costa muchas veces de su integridad física, las corralejas no solo debieran acabarse por lo que pueda pasarle a los toros o a los caballos que muchos son heridos y destripados en una cornada, es cuestión de dignificar al mismo humano, la vida no vale los tres pesos que le mandan desde los tendidos, los tres pesos que muchas veces son los políticos que mandan arrojar para que se metan a recogerlos, o en otras ocasiones lanzan apenas una botella de ron, de esa misma marca que patrocina esas corralejas, es ignominioso que la vida llegue a valer tan pocopara la diversión de unos cuantos, bien reza el dicho que repiten en esas poblaciones donde hacen las corridas, que una corrida sin muertos y heridos no es corrida, así de pobre es la mentalidad de esta gente.
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