Opinión
pública acrítica, ahistórica e incapaz de comprender qué pasa, es fruto de las
unidades de negocio en donde hoy se hace periodismo.
Cuando
el periodista admira o siente un desmesurado respeto por una fuente, allí muere
el reportero y nace un estafeta.
Periodistas
sin contexto, sin antecedentes, sin criterio y sujetos al 'síndrome de la
chiva', no son aptos para cubrir un proceso de paz.
Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Días atrás, el Presidente de la
República invitó a los medios masivos y a los periodistas a “desescalar el lenguaje”, en particular
cuando hicieran referencia a los miembros de las Farc. Se trata, sin duda, de
una cordial invitación que bien debería el periodismo aceptar, de cara a
ambientar escenarios de comprensión de las dinámicas del conflicto armado
interno, despejar dudas sobre los alcances del Proceso de Paz y apoyar venideros
estadios de reconciliación. Invitación que también deberían acoger de buena
forma, columnistas que en su legítimo ejercicio de opinar, suelen convertir sus
espacios en verdaderas trincheras desde donde “disparan” arengas que solo
perjudican la comprensión de lo que ha sucedido en Colombia desde 1964[1].
En adelante, me referiré a hechos
de guerra que bien pueden servir para que medios y periodistas aporten al
“desescalamiento del lenguaje”. Para hacerlo, la prensa deberá, primero, dejar
de usar y repetir, sin mayor discusión conceptual, técnica e ideológica,
términos propios del lenguaje castrense, que lo que buscan es descalificar al
enemigo, al tiempo que intentan ocultar errores tácticos cometidos por los
militares.
Por ejemplo, cuando se produce
una emboscada de las Farc, de inmediato los medios afectos al régimen
castrense, apelan a los vocablos terrorismo
o acción terrorista, lo que claramente es una acción de guerra. El ataque,
desde un cerro, a una patrulla militar, no puede considerarse como un acto
terrorista. Al hacerlo, periodistas y medios se convierten en estafetas de un
actor armado, interesado en ocultar los errores tácticos que facilitaron la
emboscada o el golpe de mano,
apelando a nomenclaturas cargadas ideológicamente. Otra cosa es que en la
emboscada, los guerrilleros actúen con sevicia y lleguen a cometer crímenes de
guerra. Ese es otro asunto. Ejemplo de lo anterior, fueron los hechos ocurridos
en Buenos Aires, Cauca[2], en
donde las Farc asesinaron a 10 militares, en una acción que bien se puede
calificar como un golpe de mano. Es
claro que el comandante militar pasó por alto medidas de seguridad y protocolos
que facilitaron la acción armada de esa guerrilla. De hecho, la misma
Procuraduría abrió investigación sobre los hechos.
Lo mismo sucede cuando en
acciones de combate, las Farc toman como prisioneros a militares. No se trata
de un secuestro en estricto sentido, por cuanto el militar fue privado de la
libertad en el contexto de un combate, en el que fue reducido, de allí que
cayera en manos del enemigo interno. Mal hace el periodismo en plegarse al
discurso castrense, y hablar de un secuestro[3]. Se
aporta a la comprensión del conflicto y se respeta al grupo armado, cuando se
reconoce su propia forma de llamar los hechos de guerra. Si las Farc hablan de
“prisionero de guerra” y los voceros de las Fuerzas Militares hablan de
“secuestrado”, el periodismo debe informar, dando vida a los dos vocablos,
indicándole a las audiencias, el sentido con el que cada actor armado llama o
califica el hecho de guerra producido.
Otro ejemplo que claramente hace
ver a los periodistas y a los medios como estafetas al servicio de las fuerzas
armadas, se da cuando informan que el Ejército o la Policía “dio de baja a
varios guerrilleros”. Estamos ante un
lenguaje ideologizado que contamina los hechos y enrarece la información. Tanto las Fuerzas Armadas,
como las guerrillas, asesinan. Resulta inconveniente informar sobre hechos
de guerra, señalando que las fuerzas del Estado “dan de baja”, mientras que las
guerrillas, asesinan. Aparece aquí el asunto de la legitimidad y la legalidad
de dichas acciones. Se resuelve el asunto, reconociendo que estamos en medio de
un conflicto armado interno en donde, justamente, hay una fuerza ilegal que
desconoce la autoridad y confronta el poder del Estado, y que esa misma
agrupación ilegal, puede tener niveles, bajos o no, de legitimidad histórica para
hacerlo.
Por encima de informar hechos de
guerra, periodistas y empresas mediáticas tienen una mayor responsabilidad con
el Proceso de Paz y con el momento histórico[4] que
vive el país. No puede el periodismo, en estas instancias definitivas de un
delicado proceso de negociación, actuar de manera precipitada, buscando “extras” y “exclusivas”
que solo confirman a noticieros de televisión, como Noticias RCN, del
empresario Ardila Lulle, como actores
políticos que usan el lenguaje periodístico-noticioso, para beneficiar a
quienes claramente no acompañan al Presidente y al Gobierno, en la búsqueda de
ponerle fin a esta degradada guerra interna.
Así entonces, bienvenido el
llamado presidencial a “desescalar el lenguaje”. Ojalá los medios entiendan que
el papel de informar exige, cada vez más, que se den y se logren tratamientos
periodísticos, tratando de dejar por fuera el sentido de lo noticioso. De allí
la necesidad de que los periodistas modifiquen, sustancialmente, los criterios
de noticiabilidad[5] con los que suelen elevar
al estatus de noticia, unos hechos de guerra, que deben ser abordados de manera
distinta.
Imagen tomada de notasdeacción.com
[1]
Véase: http://reflexionesacademicas.uao.edu.co/wp-content/uploads/2015/03/origenes-del-conflicto.pdf
[3] Véase el caso del “secuestro” del
General Alzate: http://viva.org.co/cajavirtual/svc0426/pdfs/Articulo701_426.pdf
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