YO DIGO SÍ A LA PAZ

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viernes, 19 de septiembre de 2014

LA PRENSA POR FUERA DE LA AGENDA DE LA HABANA

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo


De culminar bien el proceso de negociación en La Habana, el país deberá alistarse para diseñar y consolidar escenarios de posguerra, posconflicto e incluso, escenarios de posacuerdos[1]. En cualquier sentido, lo que se vendrá para el país demanda no sólo el apoyo de la ciudadanía y de las grandes mayorías al momento de refrendar lo acordado, bien por vía referendo o por el camino de una Asamblea Nacional Constituyente[2]  restringida, sino del concurso de actores políticos históricamente relegados de la discusión de los asuntos públicos que la paz exige para poderse consolidar.

Son ellos las fuerzas armadas, en especial los militares y en particular el Ejército, fuerza que ha llevado sobre sus hombros el desgaste de una guerra irregular que deviene degradada y sucia. De igual manera hay que exigir que los banqueros y los grandes “Cacaos” de este país participen y den la cara a la sociedad en la idea de explicar cómo se materializará su apoyo y financiación del posconflicto. Pero sobre estos no haré mayor referencia en este texto. Hablaré de los medios masivos de comunicación.

Estos actores políticos no fueron reconocidos como tal, tanto por la cúpula de las Farc como por los negociadores del Gobierno de Santos. Los desestimaron a la hora de proponer y concertar la Agenda que trazó la ruta del proceso de paz de La Habana.

Y en esa línea, los medios de comunicación, como empresas y actores políticos, son responsables de negativos y dañinos tratamientos periodístico-noticiosos que han hecho de los hechos y de las dinámicas de la guerra interna, a lo largo de estos 50 años. Por ello, la prensa debe hacer un mea culpa con el fin de develar los errores, pero especialmente los intereses que se movieron en los nefastos cubrimientos periodísticos que hicieron, por ejemplo, durante los procesos de paz adelantados por Belisario Betancur Cuartas, pero especialmente en los tratamientos que dieron a hechos noticiosos que afectaron el devenir del proceso de negociación del Caguán[3], durante el gobierno de Pastrana Arango.

Sigue siendo un error garrafal mantener por fuera de la discusión de la paz y de la guerra a los medios masivos y a la industria cultural. Es mucho lo que se debe cambiar de cara a posibles escenarios de posconflicto, posacuerdos y posguerra. Por ejemplo, el discurso publicitario debe cambiar profundamente. No puede ser que se continúe negando la existencia de los mundos afro, campesino e indígena. De igual manera, la publicidad sexista debe quedar atrás, si tenemos en cuenta que la mujer es hoy usada y cosificada por un discurso sexista que las irrespeta y subvalora y la exhibe como objeto de consumo.

Pero ese discurso discriminante no solo lo exhibe  la publicidad, sino que está en los propios operadores judiciales que desestiman los delitos sexuales cometidos por paramilitares, militares y guerrilleros, en el marco de un degradado conflicto armado. ¿No habrá una conexión socio cultural en esa forma en que unos y otros asumen, ven y se representan lo femenino, el cuerpo de la mujer y la mujer misma?

Los medios masivos, el periodismo, el cine, la publicidad y los anunciantes, entre otros, pueden coadyuvar a consolidar esos escenarios de reconciliación y paz que se necesitarán para aterrizar los acuerdos a los que se lleguen en La Habana, siempre y cuando acepten que se equivocaron, que siguen equivocados, pero que tienen la convicción de que es posible sacar adelante una paz integral, modificando discursos que claramente generan inconvenientes representaciones sociales (RS) para un país étnicamente diverso y culturalmente diferenciado.

En varias columnas he insistido en la necesidad de que el periodismo modifique sus valores/noticia y los criterios pretendidamente universales[4] con los cuales califican y elevan unos hechos al estatus de noticia. Como oficio, el periodismo no puede estar atado a unos principios, lógicas y rutinas aparentemente asépticas de cualquier orientación ideológica y política. Todos sabemos que la objetividad no es posible, que quizás mejor sea hablar de rigurosidad. Esa misma que le ha faltado a la prensa colombiana para cubrir los hechos  del conflicto armado interno.

Es claro que el conflicto armado interno no sólo tiene raíces agrarias[5], sino que en su devenir ha generado nuevas razones y explicaciones que cada vez más conectan con procesos de animosidad étnica y cultural hacia afrocolombianos, campesinos e indígenas. Pocos se atreven a exponer y reconocer que existan esas circunstancias de animosidad étnica. Creo, por el contrario, que las hay. En esa línea, los medios y el discurso noticioso han coadyuvado a que esa animadversión se profundice a través de la exposición y consolidación de imaginarios y RS poco propicias para incluir, aceptar, reconocer y respetar a quienes tienen cosmovisiones distintas, alejadas de la apuesta cultural hegemónica que se respira y se impone en urbes como Cali, Bogotá y Medellín, entre otras. Esa misma cultura hegemónica que los medios a diario imponen, y con la que se desconocen otras formas de asumir la vida, han atravesado los tratamientos noticiosos de hechos de la guerra que suceden en mayor medida en zonas rurales donde viven y sobreviven indígenas, afrocolombianos y campesinos.

Si bien es tarde para anexar un nuevo punto a la Agenda pactada en La Habana, ello no es óbice para que la sociedad civil[6] y la sociedad en general presionen a los medios masivos y a otros actores para que se modifiquen no sólo los discursos noticiosos y publicitario, sino que se garantice la pluralidad informativa. Y ello implica tocar la propiedad concentrada de los medios masivos. Es urgente hacerlo. La democracia tiene en la pluralidad informativa un valor y un motor importante de ambientación.

Si el proceso de La Habana se rompe, como aspiran en el Centro Democrático y otros sectores de derecha y ultraderecha, y más adelante los mismos actores que hoy dialogan en Cuba deciden volver a sentarse en una mesa de diálogo, ojalá entiendan que resulta definitivo incluir en esa eventual nueva agenda de paz, a los medios masivos y a todos aquellos actores y circunstancias  que configuran la industria cultural.

Hay suficientes análisis académicos que demuestran los errores cometidos y las posturas asumidas por los medios masivos de comunicación. Bastaría con revisarlos para darse cuenta que cada vez los medios masivos fungen como definitivos actores políticos y culturales, cuyas acciones no siempre apuntan hacia la reconciliación, sino hacia la polarización. 


Adenda: Uribe señala al Canal Capital y a otros medios de ser voceros del terrorismo. En esa misma lógica, ¿cómo llamar a aquellos medios y periodistas que se hincaron ante su poder durante los ocho años en los que mandó en Colombia?

1 comentario:

natural mente dijo...

en esa línea, los medios de comunicación, como empresas y actores políticos, son responsables de negativos y dañinos tratamientos periodístico-noticiosos que han hecho de los hechos y de las dinámicas de la guerra interna, a lo largo de estos 50 años. Por ello, la prensa debe hacer un mea culpa con el fin de develar los errores, pero especialmente los intereses que se movieron en los nefastos cubrimientos periodísticos que hicieron, por ejemplo, durante los procesos de paz adelantados por Belisario Betancur Cuartas, pero especialmente en los tratamientos que dieron a hechos noticiosos que afectaron el devenir del proceso de negociación del Caguán[3], durante el gobierno de Pastrana Arango.
El 3er. Canal debe ser para las Fuerzas Sociales y no para los Poderosos empresarios de DESINFORMAN