Por
Germán Ayala Osorio
Desde 2002, las empresas mediáticas en Colombia asumieron la construcción del unanimismo ideológico y político como parte de sus tareas y objetivos profesionales y económicos. Y todos sabemos que sobre ese unanimismo se soporta hoy la posibilidad de que Uribe Vélez se perpetúe en el poder, tal y como sucede con su homólogo venezolano, Hugo Chávez Frías. De igual manera, por la acción mediática, hoy se impone un concepto restringido de seguridad, expuesto en la política de defensa y seguridad democrática, especie de salvavidas que una vez un ‘iluminado’ nos dejó como herencia. Ello significa, electoralmente, que quienes no manifiesten públicamente dar continuidad a los principios orientadores de dicha política, poca opción tendrán ante unas ‘mayorías’ electoras, que son el resultado de manipuladas encuestas y de la acción propagandísticas de periodistas y medios.
La toma de partido de los canales privados, de medios escritos regionales y nacionales, es una opción legítima en tanto el carácter corporativo que hoy tienen los emporios económicos que sostienen a esos mismos medios, les exige aliarse con quien mejores oportunidades de negocio ofrezca. Y está claro que el gobierno de Uribe puede beneficiar a quienes decidan apoyarlo, y la mejor forma de hacerlo es destinando y asignando recursos públicos de forma discrecional. Desde embajadas, contratos, hasta el favorecimiento en la entrega de espacios televisivos, entre otros.
Que el Gobierno de Uribe haya cooptado a medios como EL TIEMPO y a Noticias RCN, para nombrar solo dos ejemplos visibles, es una práctica que beneficia económicamente a las empresas, pero afecta el ejercicio de la prensa y del periodismo.
Lo preocupante, entonces, no es lo que ha venido ocurriendo en Colombia con medios y periodistas que se hincaron ante el poder presidencial. Lo que resulta insólito es que esa decisión política de medios y periodistas no haya sido asumida críticamente por las Facultades de Periodismo, asociaciones, colegios y círculos regionales y nacionales de periodismo y por otros actores de la sociedad civil colombiana, que deberían ver con preocupación lo que viene sucediendo en materia de manipulación de los hechos noticiables, así como en materia de las ya manidas libertades de prensa y expresión, y la consecuente y evidente pérdida de credibilidad de los ciudadanos en las instituciones mediáticas.
Así como en su momento Ignacio Ramonet propuso la creación de un organismo internacional que vigile el actuar de las empresas informativas del mundo, vamos a tener que pensar algo parecido para Colombia, dadas las circunstancias en las que hoy sobrevive el periodismo; hablaba Ramonet de una especie de Quinto Poder, expresado en una organización que hiciera seguimiento crítico y asumiera una actitud vigilante frente a lo que él llamó ‘una información contaminada’.
Vigilancia y seguimiento a cargo de asociaciones de consumidores, grupos de investigación y en general de audiencias capaces de analizar qué dicen y qué dejan de decir las empresas mediáticas.
Insisto en que es hora de que en Colombia se asuma con valentía y decisión la creación de un organismo que vigile y analice el actuar de medios y periodistas, buscando crear espacios divergentes de generación de opinión pública. También, sería la mejor forma de empoderar a las audiencias para exigir una información de calidad, pero sobre todo, para enfrentar los sospechosos silencios de aquellos en los que la sociedad ha confiado la tarea de informar y de buscar la verdad de lo que ocurre.
No es sano para la democracia que frente al acomodamiento de los medios a los intereses de un Gobierno, el resto de actores de la sociedad civil permanezca inactivo ante una acción política que de forma clara violenta el principio constitucional de recibir una información oportuna y veraz.
De otro lado, ¿cómo afecta la enseñanza de lo periodístico en las facultades y programas de periodismo en Colombia, la evidente cooptación de medios y periodistas? Esta pregunta no puede ser un asunto menor, por el contrario, debería orientar la discusión alrededor de qué se debe enseñar a los futuros periodistas.
El asunto, entonces, tiene implicaciones éticas profundas, que asociadas a la connatural responsabilidad social de las Universidades, obligan a reorientar la enseñanza del periodismo en las facultades de comunicación social- periodismo.
Esta difícil etapa por la que atraviesa el periodismo colombiano no puede quedar en simples referencias y análisis de columnistas y de grupos cada vez más amplios de ciudadanos que vienen observando la toma de partido de medios y periodistas por una opción de Gobierno. Es necesario investigar los tratamientos periodísticos que los mismos medios y periodistas cooptados por el Gobierno de Uribe, le han dado a hechos relacionados con la parapolítica, la yidispolítica, el manejo de la economía, el orden público y el futuro de la guerra declarada contra la narco subversión, entre otros asuntos públicos. Como dicen en EL TIEMPO, la historia se escribe a diario.
Es urgente concebir documentos analíticos que expliquen lo que viene sucediendo con el periodismo en Colombia, buscando con ello impactar los currículos de las facultades de periodismo que insisten en formar estudiantes apegados a valores/noticia que reproducen la relación clientelista y dependiente Periodista-Fuentes Oficiales. Hay que insistir en formar periodistas con capacidad de analizar y evaluar contextos complejos como el nuestro, más allá de replicar con cierta eficacia, vetustas fórmulas de reportería. Se requiere con urgencia -y como consecuencia del evidente unanimismo mediático y político- repensar tanto el ejercicio de la prensa, como el de la enseñanza de lo periodístico.
No hacer nada frente a lo que está sucediendo legitima la autocensura que periodistas y medios han asumido frente a hechos noticiables y noticiosos que evidencian corrupción, clientelismo, populismo y mesianismo; y en un corto plazo, si se da el tercer período de Uribe, la censura oficial será una práctica cotidiana, que se extenderá a un actor de la sociedad civil del que muchos esperan que asuma una actitud política frente al unanimismo: la Academia. Esperemos que la Academia no asuma como propia la advertida genuflexión del periodismo colombiano.
La toma de partido de los canales privados, de medios escritos regionales y nacionales, es una opción legítima en tanto el carácter corporativo que hoy tienen los emporios económicos que sostienen a esos mismos medios, les exige aliarse con quien mejores oportunidades de negocio ofrezca. Y está claro que el gobierno de Uribe puede beneficiar a quienes decidan apoyarlo, y la mejor forma de hacerlo es destinando y asignando recursos públicos de forma discrecional. Desde embajadas, contratos, hasta el favorecimiento en la entrega de espacios televisivos, entre otros.
Que el Gobierno de Uribe haya cooptado a medios como EL TIEMPO y a Noticias RCN, para nombrar solo dos ejemplos visibles, es una práctica que beneficia económicamente a las empresas, pero afecta el ejercicio de la prensa y del periodismo.
Lo preocupante, entonces, no es lo que ha venido ocurriendo en Colombia con medios y periodistas que se hincaron ante el poder presidencial. Lo que resulta insólito es que esa decisión política de medios y periodistas no haya sido asumida críticamente por las Facultades de Periodismo, asociaciones, colegios y círculos regionales y nacionales de periodismo y por otros actores de la sociedad civil colombiana, que deberían ver con preocupación lo que viene sucediendo en materia de manipulación de los hechos noticiables, así como en materia de las ya manidas libertades de prensa y expresión, y la consecuente y evidente pérdida de credibilidad de los ciudadanos en las instituciones mediáticas.
Así como en su momento Ignacio Ramonet propuso la creación de un organismo internacional que vigile el actuar de las empresas informativas del mundo, vamos a tener que pensar algo parecido para Colombia, dadas las circunstancias en las que hoy sobrevive el periodismo; hablaba Ramonet de una especie de Quinto Poder, expresado en una organización que hiciera seguimiento crítico y asumiera una actitud vigilante frente a lo que él llamó ‘una información contaminada’.
Vigilancia y seguimiento a cargo de asociaciones de consumidores, grupos de investigación y en general de audiencias capaces de analizar qué dicen y qué dejan de decir las empresas mediáticas.
Insisto en que es hora de que en Colombia se asuma con valentía y decisión la creación de un organismo que vigile y analice el actuar de medios y periodistas, buscando crear espacios divergentes de generación de opinión pública. También, sería la mejor forma de empoderar a las audiencias para exigir una información de calidad, pero sobre todo, para enfrentar los sospechosos silencios de aquellos en los que la sociedad ha confiado la tarea de informar y de buscar la verdad de lo que ocurre.
No es sano para la democracia que frente al acomodamiento de los medios a los intereses de un Gobierno, el resto de actores de la sociedad civil permanezca inactivo ante una acción política que de forma clara violenta el principio constitucional de recibir una información oportuna y veraz.
De otro lado, ¿cómo afecta la enseñanza de lo periodístico en las facultades y programas de periodismo en Colombia, la evidente cooptación de medios y periodistas? Esta pregunta no puede ser un asunto menor, por el contrario, debería orientar la discusión alrededor de qué se debe enseñar a los futuros periodistas.
El asunto, entonces, tiene implicaciones éticas profundas, que asociadas a la connatural responsabilidad social de las Universidades, obligan a reorientar la enseñanza del periodismo en las facultades de comunicación social- periodismo.
Esta difícil etapa por la que atraviesa el periodismo colombiano no puede quedar en simples referencias y análisis de columnistas y de grupos cada vez más amplios de ciudadanos que vienen observando la toma de partido de medios y periodistas por una opción de Gobierno. Es necesario investigar los tratamientos periodísticos que los mismos medios y periodistas cooptados por el Gobierno de Uribe, le han dado a hechos relacionados con la parapolítica, la yidispolítica, el manejo de la economía, el orden público y el futuro de la guerra declarada contra la narco subversión, entre otros asuntos públicos. Como dicen en EL TIEMPO, la historia se escribe a diario.
Es urgente concebir documentos analíticos que expliquen lo que viene sucediendo con el periodismo en Colombia, buscando con ello impactar los currículos de las facultades de periodismo que insisten en formar estudiantes apegados a valores/noticia que reproducen la relación clientelista y dependiente Periodista-Fuentes Oficiales. Hay que insistir en formar periodistas con capacidad de analizar y evaluar contextos complejos como el nuestro, más allá de replicar con cierta eficacia, vetustas fórmulas de reportería. Se requiere con urgencia -y como consecuencia del evidente unanimismo mediático y político- repensar tanto el ejercicio de la prensa, como el de la enseñanza de lo periodístico.
No hacer nada frente a lo que está sucediendo legitima la autocensura que periodistas y medios han asumido frente a hechos noticiables y noticiosos que evidencian corrupción, clientelismo, populismo y mesianismo; y en un corto plazo, si se da el tercer período de Uribe, la censura oficial será una práctica cotidiana, que se extenderá a un actor de la sociedad civil del que muchos esperan que asuma una actitud política frente al unanimismo: la Academia. Esperemos que la Academia no asuma como propia la advertida genuflexión del periodismo colombiano.
1 comentario:
lamentablemente en Colombia el periodismo es muy manipulado y vendido, solo en la red y en uno que otro programa en canales independientes, son objetivos y proporcionan informacion veraz. Un ejemplo de periodismo que me gusta es este blog, la otra tribuna,veraz, objetivo y sin polarizaciones.
saludos.
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