YO DIGO SÍ A LA PAZ

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martes, 10 de febrero de 2015

LAS EXIGENCIAS DE LA PAZ TERRITORIAL

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo


Se equivocan quienes piensen que la paz está cerca. Lo que puede estar cerca es la firma de un pacto político, fruto de una negociación política, con el que se pondría fin a un largo y degradado conflicto armado interno.

La paz deberá construirse y consolidarse en el tiempo a través de profundos cambios en las formas como el Estado viene operando y el tipo de relaciones que se han venido legitimando con la sociedad. En el fondo, ese anhelo de paz requerirá de un fuerte cambio cultural en las maneras como concebimos lo público, el Estado, el poder, la sociedad, el medio ambiente y en general, la vida en comunidad.

De esta forma, debemos comprender que si negociar una Agenda pactada a seis puntos nos pudo o nos puede parecer difícil, la implementación de los acuerdos será aún más difícil, complejo y delicado, dado que demandará grandes esfuerzos institucionales, económicos, sociales y políticos que hagan viables y alcanzables esos acuerdos. De allí que asegure que la paz aún está lejos, así el fin del conflicto esté cerca de firmarse.

Consecuente con la naturaleza de un conflicto armado interno que jamás alcanzó el carácter nacional, en las negociaciones de paz que se adelantan en territorio cubano se habla de paz territorial, esto es, una idea de paz diferenciada en consonancia con una realidad: el conflicto armado y sus dinámicas tuvieron disímiles expresiones y efectos en territorios, circunstancias estas que hacen pensar en la construcción de una paz igualmente diferenciada y a tono con necesidades particulares.

La paz se construye desde los territorios que más han sufrido la guerra[1]” ha dicho en reiteradas ocasiones  Sergio Jaramillo, miembro de la comisión del Gobierno que dialoga y negocia con los miembros de las Farc. No se trata de una frase más. Es, por el contrario, el norte de los escenarios de posacuerdos y posconflicto que se puedan concebir, implementar y consolidar, después de la firma del acuerdo con el que se pondrá fin al conflicto armado interno.

Mirada y entendida como una estrategia para la implementación de los acuerdos a los que lleguen Gobierno de Santos y cúpula de las Farc, la paz territorial demandará no sólo el fortalecimiento del Estado en las regiones en donde las dinámicas del conflicto afectaron la vida de comunidades campesinas, afro e indígenas, entre otras, sino el reconocimiento político de los enormes daños que de tiempo atrás viene dejando el centralismo bogotano. No somos el país descentralizado que muchos promulgan.

De no lograrse un redireccionamiento en la misión del Estado central, en relación con las demandas y realidades particulares de cada región, lo acordado en la mesa de La Habana no logrará implementarse y por ese camino, la paz se alejará como propósito político de reconciliación y de no repetición de los errores y de los crímenes cometidos en el pasado, que coadyuvaron a la expansión del conflicto armado interno.

Se va a necesitar que el Estado colombiano, débil, precario, cooptado y capturado por disímiles mafias clientelares y élites de poder incapaces de guiar los destinos de la Nación, se transforme en un orden social, político, económico y cultural acorde con las exigencias que lo acordado en La Habana demanda, en aras de consolidar la paz y la convivencia en todo el territorio nacional. Ese es y será el gran reto que desde las regiones se deberá emprender, claro está, con el concurso decidido de un “nuevo” centralismo bogotano.

La élite bogotana debe aceptar que falló en la guía de un Estado que no logró consolidarse en todo el territorio y que coadyuvó, en buena medida, a mantener una idea de regiones diferenciadas, con el claro propósito de impedir la consolidación de un proyecto de Nación incluyente. Claro que las élites regionales también aportaron a la consolidación de un país de regiones que en lugar de compartir mitos fundantes en torno a una idea de ser colombiano, parece compartir, sin mayor repudio, un ethos mafioso que ha contaminado la función pública, desde muy precisos intereses privados.

Dice el propio Enrique Santos Calderón,  que “no habrá transición hacia una paz estable y duradera si no se apoya en pactos políticos locales, regionales y nacionales y en amplios consensos sociales…[2]. ¿Tendrán las élites locales y regionales, incluyendo la bogotana, la capacidad para entender que una paz territorial demandará de ellos fuertes sacrificios para consolidar en sus territorios modelos de paz acordes con viejas demandas sociales y con las que acompañen la estructura discursiva de los acuerdos finales de La Habana? Esa es una pregunta que muy seguramente servirá para medir el talante democrático y el liderazgo de unas élites sobre las que recaen responsabilidades en el surgimiento y en la extensión en el tiempo del conflicto armado interno.

Así entonces, la paz territorial es, desde ya, la oportunidad para que grupos de poder, de interés y élites sean capaces de redireccionar y cambiar el destino de ese “nuevo barco” que llamado Colombia, se está reconstruyendo en ese astillero de La Habana; serán co-responsables tanto del naufragio, como del mantenimiento a flote de esa embarcación que lleva en su carga las llaves de la paz en perspectiva territorial. Amanecerá y veremos. Lo claro es que el camino hacia la consolidación de una paz estable y duradera,  estará lleno de trabas, obstáculos, enemigos y detractores. No será fácil.

Y no será fácil en la medida en que el componente de seguridad será definitivo para la implementación de los acuerdos de paz. Y no me refiero exclusivamente a la seguridad que brinden las fuerzas armadas estatales, sino a condiciones democráticas asociadas a la seguridad alimentaria, la participación política y el ejercicio seguro de derechos y libertades ciudadanas.  Por ello, la idea de una policía rural, de la que puedan hacer parte guerrilleros desmovilizados, será clave para reelaborar o recomponer los lazos sociales y las prácticas culturales que el conflicto armado interno y los actores armados afectaron negativamente. Mientras esa policía rural cumple esas y otras funciones, le corresponderá a las fuerzas militares continuar combatiendo a grupos de narcos, paras y disidencias farianas que intenten copar los territorios y continuar con actividades ilícitas y criminales (minería ilegal, contrabando y  narcotráfico, entre otras).




[1] Tomado de Santos Calderón, Enrique. Así empezó todo. El primer cara a cara secreto entre el Gobierno y las Farc en La Habana. Bogota, Intermedio Editores, 2014.  p. 128.

[2] Santos Calderón, Enrique. Así empezó todo. El primer cara a cara secreto entre el Gobierno y las Farc en La Habana. Bogota, Intermedio Editores, 2014.  págs 129-130.

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