YO DIGO SÍ A LA PAZ

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miércoles, 27 de enero de 2016

ORDÓÑEZ, PALOMINO, PRETEL, OTÁLORA Y MONTEALEGRE: SEPULTUREROS DE LA INSTITUCIONALIDAD

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

La consolidación de una institucionalidad[1] estatal que le sirva a la democracia y que tenga como norte la búsqueda del bien común, depende directamente de la estructura ética de los funcionarios y del tipo de relaciones que éstos establezcan, por ejemplo, con otras instituciones públicas, con particulares y con actores decisivos de la sociedad civil.

Con un  débil soporte ético y arrastrados por la doble moral de una sociedad patriarcal, premoderna y atravesada por un ethos mafioso, agentes de Estado como Alejandro Ordóñez Maldonado (Procurador General de la Nación), Rodolfo Palomino (Director General de la Policía Nacional), Jorge Pretel Chaljub (Magistrado de la Corte Constitucional), Jorge Armando Otálora (Defensor del Pueblo) y Luis Eduardo Montealegre (Fiscal General de la Nación), con sus actuaciones públicas y privadas configuran una enorme fuerza que no solo erosiona la legitimidad de sus cargos, sino que elimina el talante moral de una institucionalidad[2] que se supone que al estar al servicio del colectivo, construye una idea consensuada de bien común que le sirve a la democracia y al Estado para legitimarse.

Ordóñez, Palomino, Pretel, Otálora y Montealegre son enemigos de la institucionalidad que ellos representan y que han coadyuvado a crear, consolidar y difundir. Por sus andanzas, decisiones, actuaciones y por las interesadas relaciones que les preceden, las instituciones que representan motivan al grueso de la población a dudar del Estado como orden y forma de dominación que requiere, para ser aceptado, respetado y defendido, de demostraciones de pulcritud, diligencia, aplomo y seriedad.

El daño que estos cinco (5) funcionarios le han hecho al Estado es invaluable, de allí que urge redefinir los parámetros éticos y de moralidad pública bajo los cuales vienen funcionando la Procuraduría General de la Nación, la Policía Nacional, la Corte Constitucional, la Defensoría del Pueblo y la Fiscalía General de la Nación.

La espuria reelección de Ordóñez Maldonado[3] evidencia su proyecto ideológico con el que claramente sometió la institucionalidad del ente de control, a sus aspiraciones personales y a su moral cristiana. De tiempo atrás se viene oponiendo al sentido y al espíritu liberal de la Carta Política de 1991. De igual manera, convirtió a la Procuraduría en una trinchera ideológica desde donde atacó y se opuso al desarrollo jurisprudencial de la Corte Constitucional en temas como el aborto y el matrimonio igualitario, entre otros temas.

En lo que respecta al caso del General de la Policía, Rodolfo Palomino[4], la institucionalidad de una institución como la Policía quedó en cenizas ante las actuaciones del alto oficial que al parecer,  y según lo denunciado, hacen parte de su orientación sexual[5], por demás legítima, pero que no debió alinear con el cargo, la dignidad y el mando propios de su condición de oficial de la Policía Nacional. A ello se suman las denuncias periodísticas que darían a pensar en un posible enriquecimiento indebido e improbable de acuerdo con lo devengado durante sus años de servicio a la institución policial.

En cuanto al caso de Pretel[6], claramente impuso una interesada y mafiosa institucionalidad que terminó por enlodar el buen nombre de la Corte Constitucional, corporación que gozó de respeto, prestancia y admiración social gracias al talante ético de magistrados como Carlos Gaviria Díaz y José Gregorio Hernández, entre otros. Hoy, la institucionalidad derivada de dicha entidad deviene manchada por las actuaciones del magistrado Pretel.

El caso de Otálora[7], de igual manera, resulta ejemplar para determinar el grado de debilitamiento de la institucionalidad derivada que arrastraba la Defensoría del Pueblo y que de muchas maneras le garantizaba un buen nombre y única posibilidad para muchos colombianos de contar con una entidad que velara y defendiera  sus derechos. Las denuncias por acoso laboral y sexual no solo resultan ignominiosas, sino que coadyuvan a que el Machismo, como práctica cultural, se perpetúe.

Y lo que tiene que ver con el caso de Montealegre[8], la institucionalidad derivada de las acciones de la Fiscalía, durante su escandaloso periodo, viaja río abajo en medio suspicacias que derivaron, en un primer momento, de sus relaciones con Carlos Palacino (Saludcoop) y posteriormente, por los recelos, por decir lo menos, que generaron los millonarios contratos otorgados a la politóloga Natalia Springer.

De esta manera, Ordóñez, Palomino, Pretel, Otálora y Montealegre se erigen como eficientes matarifes y sepultureros de eso que a lo mejor desconocen: la institucionalidad. Sus débiles referentes éticos los convierten en ladinos y resbaladizos funcionarios que parecen seguir a pie juntillas la escuela desinstitucionalizante que “sembró” y afianzó Álvaro Uribe Vélez entre el 2002 y el 2010.




Imagen tomada de pulzo.com


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