YO DIGO SÍ A LA PAZ

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miércoles, 11 de enero de 2017

EL INCOMPRENDIDO

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo


Suele bastarle al periodismo y a los periodistas un titular para enaltecer o arruinar la imagen de un personaje público. Ese es, digamos, el pretendido poder con el que el periodismo y los reporteros cubren hechos de especial trascendencia y con el que se espera que los tratamientos periodísticos tengan efectos reales en lo que se conoce como la opinión pública.

El título de una nota periodística suele servir para calificar o evaluar una acción, decisión o unos hechos. Recientemente, la revista Semana abrió su edición 1809[1] con la imagen del alcalde Mayor de Bogotá, Enrique Peñalosa. La fotografía del burgomaestre está acompañada de la frase “El incomprendido”. 

Con este titular, quien escribió la nota y el editor que la revisó, al parecer llegaron a la conclusión de que efectivamente la gestión del Alcalde no ha sido comprendida y que aún él, como ser humano, no goza del afecto generalizado de los bogotanos, porque es un incomprendido.

Quien decide leer el texto, espera encontrar los elementos de juicio suficientes para corroborar que efectivamente Peñalosa es un incomprendido. La conclusión propuesta por el autor de la nota, con el apoyo del editor, cumple la función de anular las críticas, los errores e incluso, la ineficacia de las acciones emprendidas en su primer año de Gobierno al frente de los destinos de la Capital del país. No caben las críticas hacia una persona cuando esta, según la prensa, es incomprendida.

Leí con atención el texto en mención y no encontré esos elementos de juicio que me permitieran validar la “tesis-conclusión” propuesta en el titular de la revista Semana, en el sentido en el que Peñalosa efectivamente es un incomprendido. Por el contrario, encuentro un artículo poco profundo en el análisis de la gestión del Alcalde.

Pero hay un aparte del texto que generó molestias y comentarios en varias redes sociales. Dice así: “Para comenzar, como sucede en la mayoría de las reelecciones, su imagen está desgastada. El Peñalosa peliblanco del siglo XXI no es el mismo que el pelinegro del siglo XX. Sin embargo, sus defectos de personalidad siguen siendo los mismos. Es percibido como arrogante, intransigente y mal comunicador. Su conocido talante obsesivo lo lleva a echar para adelante los proyectos e ideas que ha acumulado durante décadas y cree que ponerlas en práctica es más importante que buscar un reconocimiento inmediato. Eso lo dicen todos los políticos, pero en el caso del actual alcalde de Bogotá es cierto. Se ha desgastado en discusiones inútiles como la de sus títulos universitarios[2] y también ha menospreciado las sensibilidades legítimas de algunos sectores que defienden la continuidad de proyectos sociales iniciados por Petro, o como el de los ambientalistas en relación a los proyectos que cubrirán partes de la famosa reserva Van der Hammen…”

El citado párrafo sirve para entender la intención política y periodística del titular de reducir la gestión de Peñalosa, a un asunto de personalidad incomprendida. Sin duda, un reduccionismo que solo sirve al propósito de salvaguardar la imagen de un político históricamente “mimado” por la prensa bogotana, por su origen de clase y su filiación política.

Digamos que ese reduccionismo puede resultar periodísticamente explicable y aceptable, pero lo que no se puede aceptar es que el redactor y el editor de la revista Semana minimicen lo que bien puede constituirse en un delito (delito falsedad ideológica en documento público). En el texto se lee: “Se ha desgastado en discusiones inútiles como la de sus títulos universitarios”.

No puede calificarse como inútil una discusión que varios medios masivos bogotanos  dieron en torno a la verdad de los títulos universitarios obtenidos por el alcalde Peñalosa. Por el contrario, se trata de un delicado asunto que pone en entredicho la ética del burgomaestre y por supuesto, la posibilidad de que haya cometido un delito.

El diario EL ESPECTADOR en su momento señaló lo siguiente: “En la campaña pasada, nuevamente se vendió la idea de que Enrique Peñalosa era el gerente que podía darle esperanzas Bogotá, un tecnócrata y no un político. Pues bien, lo que soporta ese halo técnico son las credenciales académicas del Alcalde, las cuales al parecer han sido maquilladas durante más de 30 años. Bien sea por omisión o por un intento de engañar a sus votantes hay claros indicios de que el tal doctorado de Peñalosa no existe, y esto contradice sus perfiles públicos desde Wikipedia hasta las solapas de sus libros… Más allá de cualquier postura política, guardar silencio ante ese error es una omisión inaceptable para cualquier funcionario público. Esto ha sido un engaño deliberado a la opinión pública para reforzar la idea de gran gerente que ha vendido Peñalosa durante toda su carrera. El Alcalde le debe a la ciudadanía una respuesta inmediata a esta denuncia, porque lo que la evidencia prueba es que Peñalosa no es doctor y ha repetido por más de tres décadas que sí lo es”[3].
Así entonces, la nota publicada en la revista Semana termina ayudando a la imagen de Peñalosa, en momentos en los que enfrenta un fuerte movimiento social y político que busca revocar su mandato. Y lo hace no solo a través de un titular generoso y con una inexistente relación con lo expuesto en el texto, sino minimizando la inaceptable conducta de ocultar o de mentir alrededor de unos estudios universitarios que, según lo expuesto por la prensa, Enrique Peñalosa no realizó. Como faro de la moralidad pública, a un funcionario no se le puede aceptar que mienta con su formación como lo hizo Enrique Peñalosa. 
En la línea expositiva del artículo de Semana, discutir sobre la ética no solo resulta desgastante, sino inútil. Inconveniente mensaje para una sociedad que de muchas maneras permitió la entronización de ese ethos mafioso[4] con el que “funcionan” las relaciones Estado-Mercado-Sociedad. Ethos Mafioso que también se coló en las redacciones de varios medios masivos. 
Adenda: no creo que la nota tenga visos de publirreportaje en estricto sentido, pero si puede observarse la intención de la revista de minimizar las decisiones adoptadas por el Alcalde.


[2] El subrayado y las negrillas son mías.




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