Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Mientras que la senadora Claudia
López Hernández piensa en convocar y, lógicamente, hacer parte de una coalición
política de cara a las elecciones presidenciales de 2018, el proceso de desarme
de las Farc inició con un desinterés generalizado por parte de los colombianos,
debido a que el periodismo no está cubriendo la dejación y entrega de armas a la ONU como un hecho trascendental
para el país.
Es en ese contexto en el que la
combativa Congresista señala que la Paz no es el tema o el argumento[1] que
convoca a los colombianos, y que por el contrario la corrupción, la salud, la
seguridad ciudadana y el empleo, si son temas y asuntos que preocupan al
electorado habilitado para votar en 2018 y en general al pueblo colombiano. Si
la Paz, como dice López, no es un argumento de peso y un asunto que convoque
electoralmente, ello confirmaría la naturaleza marginal[2] del
conflicto armado interno y el lugar secundario que cientos de miles de
compatriotas le están dando a un hecho histórico: la desaparición de las Farc
como guerrilla y el surgimiento de un nuevo partido político.
Es probable que Claudia López
tenga razón en que el tema de la Paz no preocupa al grueso de los colombianos,
en especial a los millones de compatriotas que viven en ciudades capitales. Por
esa circunstancia contextual, hay que discutir alrededor del concepto de Paz
que la Senadora tiene, dado que lo dicho por la Congresista pareciera
soportarse en una idea de Paz reducida al fin del conflicto armado y
específicamente, a la desaparición de las Farc como guerrilla.
El señalamiento de López Hernández
parece estar articulado a su estrategia político-electoral de sacar a las Farc
de la agenda política-electoral, dado que por largos 50 años esta guerrilla
aportó, significativamente, a la elección de presidentes que buscaron o
prometieron acabar militarmente con dicha organización armada ilegal, o en su
defecto, negociar con su dirigencia el fin del conflicto armado. Hábilmente,
Claudia López niega la importancia de la Paz como asunto público y su potencial
poder electoral, entendida exclusivamente como el fin de la guerra con las
Farc, para que su nombre y el de quienes le acompañen en la coalición, no sean
vistos por sectores de derecha y ultraderecha, como “cercanos” o
“simpatizantes” a y con las Farc y en
tiempos de polarización ideológica y política, como seguidores y áulicos de Presidente
que se desgastó políticamente al sentarse a negociar el fin de la guerra con
las Farc.
Deslindarse de esa Paz alcanzada
con las Farc puede terminar negando las circunstancias históricas y objetivas
que legitimaron el levantamiento armado en los años 60 y por esa vía, proponer,
desde una cacareada coalición, cambios menores en las formas como operan el Estado,
la sociedad y el mercado dentro de un territorio que aún el Estado no controla
y mucho menos, ha podido erigirse como un orden justo y legítimo.
La lectura que hace Claudia
López, apoyada en el resultado de una encuesta de opinión, facilitaría la
llegada a esa pretendía coalición, de
sectores de poder económico y político de Derecha, dispuestos a hacer reformas y proponer algunos cambios en las
reglas de juego, sin que ello toque estructuralmente las correlaciones de
fuerza sobre las que históricamente se funda el actual régimen de poder.
En esa dirección, la Paz
territorial sería marginada de la discusión política y electoral, para darle
paso a otros temas urgentes como son el desempleo, la inseguridad y la salud,
eso sí, todos articulados a la vida urbana. De esta forma, el proyecto de
Gobierno resultante de esa coalición
política que desde ya reduce la Paz a la desaparición de las Farc,
extendería en el tiempo la lucha entre dos mundos separados por el clientelismo,
el centralismo bogotano y sus correlatos regionales: el urbano y el rural.
Por el contrario y desafiando el
carácter plebiscitario que muy seguramente se le dará a las elecciones de 2018,
hay que insistir en posicionar el discurso de la Paz, haciendo énfasis en que
se necesitan con urgencia transformaciones en las lógicas y en las formas como
operan el Estado, la sociedad y el mercado, en un país desigual como lo es
Colombia. Y por ese camino, el discurso de la Paz y su comprensión, pasan por ampliar
la democracia, proscribir la doctrina de seguridad nacional, desmontar las
estructuras mafiosas y criminales que se han enquistado en el Estado, y exigirle a la clase política tradicional, a
la empresarial (en especial a los empresarios del campo), a las Iglesias y a
los militares, el establecimiento de unos mínimos éticos y de responsabilidad
social y política, que no solo permitan honrar la palabra empeñada en el
Acuerdo Final firmado en el teatro Colón de Bogotá, sino avanzar en la
transformación cultural que demanda un país y una sociedad que sueñan con la
construcción real de escenarios de posconflicto.
La senadora Claudia López no
puede obviar que tanto el fin del conflicto armado con las Farc y su proceso de
conversión en partido político se están dando en medio de una débil
institucionalidad, permeada, además, por un entronizado y legitimado ethos mafioso. Esa es la discusión que
hay que dar, porque en el devenir institucional se puede reconocer el talante
ético de los agentes estatales, pero sobre todo, la apuesta ética de los
particulares que, por ejemplo, contratan con el Estado.
No podemos deslindar de la
construcción de una paz estable y duradera de asuntos públicos y hechos que la
hacen inviable: la corrupción público-privada, el desempleo y un sistema de
salud oprobioso. Resulta (in) conveniente separar la construcción de la Paz de
hechos fácticos como el desempleo, la inseguridad ciudadana y los problemas de la salud porque ésos están
inexorablemente anclados a unas relaciones entre el Estado, la sociedad y el
mercado, pensadas desde la mezquindad de una clase oligárquica que se ha
favorecido del conflicto armado interno y que tiene profunda resistencia a todo
proyecto político que busque implementar de manera efectiva, eficiente y eficaz
lo acordado en La Habana. Sin duda, estamos ante una idea de “Paz electoral”
que solo entiende la Senadora en un temprano ejercicio de cálculo político.
Adenda 1: En otro ejercicio de cálculo político, la Senadora
Claudia López en su momento deberá tomar distancia del alcalde mayor de Bogotá,
si desea contar con el apoyo de ese sector que desaprueba la gestión de Enrique
Peñalosa.
Imagen tomada de Olapolítica.com
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