Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Con la muerte del ‘Mono Jojoy’ el gobierno de Santos respira tranquilo, después de los duros golpes que recibieron las tropas oficiales de manos de las Farc y que alcanzaron a generar dudas por la distancia política y discursiva que Santos marcó con Uribe desde las primeras horas de su posesión como Presidente de Colombia (2010- 2014). Sin duda, se trata de un triunfo militar del gobierno colombiano, en su tarea de avanzar en la reducción de la capacidad operativa de las Farc, hasta obligarlas a sentarse en una mesa de diálogo en la que el Estado colombiano llegué con ventajas sobre la agrupación irregular.
Es clara la felicidad del Presidente Santos, de las fuerzas militares y de policía, así como la que ya expresan líderes empresariales, y en general la que evidencian, desde que se confirmó el hecho militar y noticioso, los colombianos que reconocían a la figura del guerrillero de marras como un sanguinario y despiadado combatiente.
Pero más allá de la exhibición del trofeo de guerra, estos hechos noticiosos espectaculares tienen efectos inmediatos en los estados de opinión pública: exacerban la conciencia episomediática de los colombianos, que a su vez tiene un efecto superior: olvidar las circunstancias históricas que legitimaron -y que legitiman aún para muchos- el levantamiento y la permanencia en armas de las guerrillas colombianas.
El gobierno de Santos se aprovechará de los medios masivos que, presos de sus criterios de noticiabilidad, le ayudarán a construir una sensación colectiva de seguridad que hará por momentos olvidar los graves problemas de pobreza extrema, de desempleo y subempleo crecientes y por supuesto, de inseguridad ciudadana, e incluso, el caso reciente de la banda de exmilitares que vendían armas a las Farc. También pasarán a un segundo plano las investigaciones de la parapolítica y las recientes capturas de congresistas comprometidos con la empresa criminal dispuesta por las AUC, cuyo objetivo estratégico se cumplió: penetrar y cooptar al Estado y posicionarse en la opinión pública como héroes por la lucha antisubversiva, que huelga decir, terminó sirviendo a los intereses de empresarios del campo (palmicultores y empresas mineras, entre otros), cómplices del desplazamiento forzoso de millones de colombianos.
Sobre esa misma conciencia episomediática, el Estado colombiano intenta legitimarse, apoyado en la mirada ahistórica de la noticia y la que de forma natural acompaña a los criterios de noticiabilidad (los valores/noticia) con los cuales periodistas y medios suelen abordar los hechos de una realidad que tiene múltiples matices, pero que justo por la acción valorativa de los medios, se reduce al discurso oficial de un gobierno y de un Estado, interesados en encubrir los desaciertos de un modelo económico y político que sólo beneficia al mandatario de turno y a las élites que sostienen el orden social establecido.
A la conciencia episomediática hay que oponerle un ejercicio periodístico analítico, responsable discursivamente. Un periodismo capaz de informar sin que ello implique someter la práctica informativa y el propio lenguaje periodístico, al discurso y a la ideología de las fuerzas militares. No es sano que el periodista reproduzca expresiones como dado de baja, en la que claramente se hace una distinción: el ejército da de baja y las Farc asesinan, cuando en la práctica, unos y otros asesinan defendiendo un uniforme, una causa, un ideal.
Para las complejas circunstancias que vive Colombia, bien valdría la pena que medios, periodistas, gremios o círculos de periodistas y facultades de periodismo, entre otros, discutieran la viabilidad de continuar informando bajo la óptica de unos criterios de noticiabilidad que en ocasiones sostienen un proceso de desinformación que se inicia en las fuentes, se continúa en los medios que recogen sus versiones, y finaliza con unas audiencias incapaces de comprender qué es lo que realmente sucede, porque la miríada de titulares apuntan a lo mismo y tratan de ocultar una falla del periodismo colombiano: la falta de análisis। Para el caso que nos ocupa, por ejemplo, se destacan titulares como: “Esta es mi bienvenida a las Farc”: Santos (El Espectador.com) o este otro: “El símbolo del terror ha caído”: Santos (El Tiempo.com).
Con la muerte del ‘Mono Jojoy’ el gobierno de Santos respira tranquilo, después de los duros golpes que recibieron las tropas oficiales de manos de las Farc y que alcanzaron a generar dudas por la distancia política y discursiva que Santos marcó con Uribe desde las primeras horas de su posesión como Presidente de Colombia (2010- 2014). Sin duda, se trata de un triunfo militar del gobierno colombiano, en su tarea de avanzar en la reducción de la capacidad operativa de las Farc, hasta obligarlas a sentarse en una mesa de diálogo en la que el Estado colombiano llegué con ventajas sobre la agrupación irregular.
Es clara la felicidad del Presidente Santos, de las fuerzas militares y de policía, así como la que ya expresan líderes empresariales, y en general la que evidencian, desde que se confirmó el hecho militar y noticioso, los colombianos que reconocían a la figura del guerrillero de marras como un sanguinario y despiadado combatiente.
Pero más allá de la exhibición del trofeo de guerra, estos hechos noticiosos espectaculares tienen efectos inmediatos en los estados de opinión pública: exacerban la conciencia episomediática de los colombianos, que a su vez tiene un efecto superior: olvidar las circunstancias históricas que legitimaron -y que legitiman aún para muchos- el levantamiento y la permanencia en armas de las guerrillas colombianas.
El gobierno de Santos se aprovechará de los medios masivos que, presos de sus criterios de noticiabilidad, le ayudarán a construir una sensación colectiva de seguridad que hará por momentos olvidar los graves problemas de pobreza extrema, de desempleo y subempleo crecientes y por supuesto, de inseguridad ciudadana, e incluso, el caso reciente de la banda de exmilitares que vendían armas a las Farc. También pasarán a un segundo plano las investigaciones de la parapolítica y las recientes capturas de congresistas comprometidos con la empresa criminal dispuesta por las AUC, cuyo objetivo estratégico se cumplió: penetrar y cooptar al Estado y posicionarse en la opinión pública como héroes por la lucha antisubversiva, que huelga decir, terminó sirviendo a los intereses de empresarios del campo (palmicultores y empresas mineras, entre otros), cómplices del desplazamiento forzoso de millones de colombianos.
Sobre esa misma conciencia episomediática, el Estado colombiano intenta legitimarse, apoyado en la mirada ahistórica de la noticia y la que de forma natural acompaña a los criterios de noticiabilidad (los valores/noticia) con los cuales periodistas y medios suelen abordar los hechos de una realidad que tiene múltiples matices, pero que justo por la acción valorativa de los medios, se reduce al discurso oficial de un gobierno y de un Estado, interesados en encubrir los desaciertos de un modelo económico y político que sólo beneficia al mandatario de turno y a las élites que sostienen el orden social establecido.
A la conciencia episomediática hay que oponerle un ejercicio periodístico analítico, responsable discursivamente. Un periodismo capaz de informar sin que ello implique someter la práctica informativa y el propio lenguaje periodístico, al discurso y a la ideología de las fuerzas militares. No es sano que el periodista reproduzca expresiones como dado de baja, en la que claramente se hace una distinción: el ejército da de baja y las Farc asesinan, cuando en la práctica, unos y otros asesinan defendiendo un uniforme, una causa, un ideal.
Para las complejas circunstancias que vive Colombia, bien valdría la pena que medios, periodistas, gremios o círculos de periodistas y facultades de periodismo, entre otros, discutieran la viabilidad de continuar informando bajo la óptica de unos criterios de noticiabilidad que en ocasiones sostienen un proceso de desinformación que se inicia en las fuentes, se continúa en los medios que recogen sus versiones, y finaliza con unas audiencias incapaces de comprender qué es lo que realmente sucede, porque la miríada de titulares apuntan a lo mismo y tratan de ocultar una falla del periodismo colombiano: la falta de análisis। Para el caso que nos ocupa, por ejemplo, se destacan titulares como: “Esta es mi bienvenida a las Farc”: Santos (El Espectador.com) o este otro: “El símbolo del terror ha caído”: Santos (El Tiempo.com).
Los tratamientos espectaculares que le hacen hoy a la muerte del Mono Jojoy alimentan sentimientos de venganza en los guerreros golpeados, que muy seguramente intentarán recuperarse dando un golpe a las fuerzas militares, aprovechando un descuido o un error táctico.
Este golpe a las Farc es un triunfo parcial de un gobierno comprometido en librar una guerra que cree posible ganar. Y debería servirle al Estado en su conjunto, para de una vez por todas atacar esas circunstancias históricas que justificaron el nacimiento de las Farc y que a todas luces le han impedido alcanzar la legitimidad necesaria que logre impedir que muchos colombianos vean como una opción para salir adelante y obtener reconocimiento social, su ingreso a las filas farianas.
Estos hechos noticiosos polarizan a las audiencias y nublan las miradas sistémicas y holísticas que debemos hacer sobre esta guerra interna que el mismo gobierno de Santos insiste en desconocer tal y como lo hizo Uribe en su política de seguridad democrática, en la que se sustituye la categoría conflicto armado interno, por la de amenaza terrorista.
Para contrastar y contrarrestar los efectos mediáticos en una opinión pública incapaz de hacer disquisiciones frente a otros asuntos públicos distintos al de la guerra misma, se necesita del ejercicio de medios alternativos que alejados de los valores/noticia, propongan lecturas más complejas, serias y descontaminadas que las que hoy nos ofrecen los medios masivos ante un triunfo militar que exhibe una condición humana que insiste en producir satisfacción alrededor de la muerte.
Nota: publicado en la revista Cierto, www.revistacierto.com; http://www.revistacierto.com/Jojoy%20tratamientos%20noticiosos.htm
2 comentarios:
Hola profe, su texto, me evoca la discusión del día de ayer con mis estudiantes de sociología de la comunicación…. Pues es claro, que la formación de estos profesionales requiere de cambios estructurales en el modo como se encuentran estructurados los planes de estudio… pensar en el tratamiento que los medios de comunicación dan a noticias como la que usted refiere, lleva a plantear la necesaria formación de sujetos capaces de ver más allá del titular noticioso, que sobre pasen el ejercicio de la dramatización o la circulación circular (en palabras de Bourdieu) en la que usualmente ellos se quedan. Por su puesto, esto implica un ejercicio de autorreflexión de nosotros como profesores y co-responsables de dichos procesos formativos.
Carmen Jimena
Hola Uribito:
Yo no conformaría, a propósito de la noticia, el binomio valor/noticia, sino más bien, noticia/banalización, por la connotación del lenguaje. Banalizar el hecho, desde el gobierno y desde la llamada "opinión del público sobre lo público" implica, necesariamente, desconocer la historia que, en tu artículo, pretendes recuperar.
Te veo mejorando, Uribito.
Un abrazo,
Luis F.
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