Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
Las múltiples maniobras y mecanismos de control social dispuestos por esta sociedad postindustrial exhiben, sin tapujos, a la desconfianza y al miedo como elementos sustanciales sobre los que las relaciones humanas cobran sentido hoy, en un sistema capitalista que exacerba el individualismo, el consumo y reduce la esfera pública a los intereses del ciudadano-cliente.
Controlar nunca fue, como lo es hoy día, una actividad lucrativa y necesaria para quienes reproducen entre los seres humanos el miedo y la desconfianza, subproductos de un modelo económico que al tiempo que explora caminos de felicidad, momentáneos y acordes con la finita condición humana, exacerba sentimientos y comportamientos humanos que al ser potencialmente execrables, conducen necesariamente a la generación de prácticas de control social, de parte del Estado, de fuerzas de poder incrustadas en la sociedad civil y de toda clase de grupos de interés.
Creadora de cultura, como ninguna otra especie, la condición humana va inventándose todos los días. No sólo inventa mundos posibles, también necesidades y modos de suplirlas, pero también crea y re-crea enemigos y espacios de riesgo que deben ser neutralizados e intervenidos desde la lógica del control y del sometimiento de todo discurso, actuación o circunstancia contextual que pueda comprometer la legitimidad de una autoridad, de un discurso o de un grupo de poder, cuya función es reproducir un sistema capitalista poderoso y atractivo, capaz de hacer pensar a millones de seres humanos que él mismo es un punto de partida y de llegada, sobre el cual no puede haber dudas sobre sus ventajas y beneficios globales. Es decir, antes y después de él, no es posible imaginar la felicidad.
La cultura, como cobijo de la finita condición humana, justifica las acciones de control social, político, policivo y económico de disímiles actores de poder, legales e ilegales, que deambulan defendiendo intereses que pueden ser grupales (privados) y colectivos (público-estatales) y reproduciendo el sistema capitalista, así muchos de ellos, sobre todo los ilegales, actúen proclamando su desmonte y el consecuente remplazo por un sistema que no exacerba el individualismo y el consumo desmedido, pero que históricamente apela al control ideológico de los ciudadanos, en una suerte de estatización del individuo, nuevamente visto como un potencial riesgo para la estabilidad del sistema.
Así entonces, la obra del sociólogo e investigador Hernando Uribe Castro se constituye en un provocador referente conceptual, para quien desee transitar caminos analíticos alrededor del territorio y el espacio socio geográfico, puntales claves para el ejercicio de prácticas de control social, militar, económico y político, naturalizadas por la inercia del poder, pero que se fundan en el miedo que genera el otro, en especial cuando sobre aquel alguien establece, simétrica o asimétricamente, relaciones de poder que bien pueden terminar en la dominación o dando vida y respuesta a preguntas como qué, cómo, por qué y a quién se obedece en específicas condiciones contextuales.
El sociólogo Uribe Castro llama la atención sobre el miedo que se respira en calles y barios de la ciudad de Cali. Convertido en un factor social de enorme trascendencia, el miedo deambula hecho discurso. Se ve, se expresa y cobra vida en el lenguaje, en los actos de habla de los ciudadanos. En aquellos que hablan a sotto voce, como si fueran víctimas de dictaduras militares, en las tempranas horas para resguardarse, en las maneras en las que se gozan y se apropian los jóvenes y los adultos los espacios públicos (ándenes y parques), el miedo es el protagonista de una sociedad que ha asumido el miedo como un factor clave para establecer relaciones, que pueden o no reproducirlo, pues logran muchas de ellas trascender en solidaridad, y en ‘trucos’, conscientes o inconscientes para obviar su presencia.
De todas formas, el miedo está ahí como evidencia de una ciudad violenta, de un país sumergido en ella por largo tiempo, de un Estado precario e incapaz de asegurar la vida y la honra de sus asociados. Las rejas en los barrios populares, las concertinas y la vigilancia privada en conjuntos residenciales, la policía por cuadrantes y las históricas ‘fuerzas oscuras’ capaces de actuar en cualquier momento sobre la integridad de los ciudadanos, representan no sólo la incapacidad de un Estado premoderno, sino de una sociedad que ha engendrado una cultura acorde con la apuesta de un proceso de globalización económica, en donde justamente sobre la generación de miedo, de incertidumbres y la pérdida de la soberanía estatal y popular se fincan las relaciones sociales, soportadas a su vez en un individualismo exacerbado y en un consumo, que incluso, sirve para reproducir el miedo en los ciudadanos, a través de la compra de armas de defensa personal y de rejas y sistemas de seguridad para defenderse de otros ciudadanos; y en lo que toca al Estado, adquiere los más avanzados sistemas de vigilancia, de control y afina estrategias para defenderse de sus propios asociados para vigilar los espacios y los territorios tradicionalmente señalados como anómicos y peligrosos.
El texto de Uribe Castro ilustra circunstancias y hechos fácticos que evidencian con claridad que el miedo, el espacio y el control social son elementos constitutivos de una sociedad cada vez más compleja y temerosa. Se trata, pues, de una obra que bien vale la pena leer detenidamente, para buscar y encontrar en ella explicaciones a fenómenos cotidianos que claramente señalan las particulares características de un Estado y de una sociedad sujetos a los poderosos intereses de actores y factores de poder económico, internos y externos.
Lo que no es sujeto de control por parte del Estado y grupos de interés, se convierte en un riesgo latente, que puede, incluso, trazar caminos hacia el vacío de poder. Y para las actuales circunstancias contextuales, no es recomendable y menos aún, viable, que las fuerzas del mercado y las lógicas del sistema capitalista dejen sueltos, sin control, lugares fácilmente conquistables por fuerzas contrarias, así como espacios y territorios acéfalos, presas de grupos, legales e ilegales, que en precisos momentos, pueden intentar revaluar o no aceptar las prácticas culturales que son consecuencia de una única forma de ver el mundo y la vida humana.
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