YO DIGO SÍ A LA PAZ

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lunes, 10 de agosto de 2015

DISQUISICIONES SOBRE LA INSTITUCIONALIDAD (I)

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

Cuando hablamos de institucionalidad, hacemos referencia, en doble vía, a las acciones y decisiones tomadas por quienes dirigen u orientan instituciones públicas (estatales) y privadas (particulares), así como al tipo de representaciones sociales (RS) e imaginarios que en torno a dichas acciones y decisiones, disímiles actores de la sociedad civil construyen, reproducen y transmiten por diferentes medios, alrededor del funcionamiento de esas instituciones estatales y privadas, consideradas, funcional y legalmente, como fundamentales para el devenir del país, en términos de las relaciones Estado-Mercado- Sociedad.

La institucionalidad, entonces, se hace evidente cuando las instituciones operan en sus ámbitos de acción, legal y procedimental, y en el contexto de una sociedad que moral y éticamente se alimenta de su funcionamiento, especialmente, de aquellas instituciones que se consideran faros determinantes que iluminan tanto la vida institucional interna, como la que trasciende a la vida societal. Dentro del Estado, la figura presidencial, los jueces y magistrados, profesores y los políticos profesionales, hacen parte de ese grupo importante de agentes públicos que aportan, negativa o positivamente, al fortalecimiento de las instituciones estatales y a la exposición de una institucionalidad, que bien puede ser negativa o positiva.

La institucionalidad es la expresión discursiva de las instituciones que “hablan” a través de sus decisiones, acciones y discursos que tienen trascendencia en el ámbito de lo público y que a su vez, terminan alimentando la intra institucionalidad, es decir, aquella que no trasciende social y políticamente, pero que con el tiempo, termina edificando una imagen y aportando a la construcción de Representaciones Sociales (RS), compartidas colectivamente.

Así entonces, las instituciones “hablan”, se expresan a través de decisiones, actos administrativos, y a través de acciones que están soportadas procedimental y legalmente, y reconocidas en un marco constitucional específico.

Aquellas instituciones que funcionan y operan bajo condiciones y circunstancias regladas, que siguen procedimientos reconocidos y sobre los cuales existen aparentes y expresados consensos sobre su utilidad y necesidad, dan vida a un tipo de institucionalidad que bien puede reconocerse como fuerte o positiva. Lo contrario sucede con aquellas instituciones que, al operar bajo decisiones y acciones asociadas al carácter autárquico, megalómano y mesiánico de sus directores, presidentes o principales voceros, consolidan una institucionalidad débil o negativa.

Ejemplos de institucionalidad negativa o débil, constituyen las actuaciones, decisiones y discursos del Procurador Ordóñez y de la Procuraduría, en tanto dicha entidad funciona sometida al dañino y moralizante liderazgo del Jefe del Ministerio Público. De igual manera, el silencio del Consejo de Estado y el evidente desinterés e incapacidad de varios de sus magistrados, para juzgar la espuria reelección de Ordóñez Maldonado, debilitan la función ejemplarizante de la justicia y la credibilidad de los ciudadanos en el aparato mismo de justicia.

Estamos los colombianos ante una institucionalidad que se debilita por los compromisos clientelistas de varios de los magistrados comprometidos en la tarea de revisar la legalidad de la reelección del Procurador y por supuesto, por el ejercicio del poder de un funcionario que confundió sus funciones como Jefe del Ministerio Público, con la prédica de su moral religiosa, atada a una idea de Estado confesional que claramente no se corresponde al tipo de Estado que hoy existe en Colombia.

Recientemente los casos de corrupción conocidos en Comfenalco Valle, constituyen un ejemplo de institucionalidad negativa, en el contexto de las relaciones entre el Estado y entidades particulares. El fallo[1] sancionatorio de la Procuraduría contra el director, Felice Grimoldi, que lo  inhabilita por 10 años para ejercer cargos públicos, expone ética y moralmente a un sector de la clase dirigente del Valle, que tendrá que explicar qué pasó con las actuaciones de su gerente[2]. Lo que se espera es que Grimoldi dé un paso al costado y que la Junta Directiva de Comfenalco lo remplace cuanto antes. Las dos decisiones, en algo disminuirían el negativo impacto institucional que sufre la entidad por los hechos de corrupción denunciados. De no darse tal situación, la institucionalidad saldrá afectada en materia grave, por las actuaciones de quienes orientan el funcionamiento de dicha entidad.

Así entonces, la institucionalidad, como discurso, devela y desnuda, el comportamiento y la ética que acompaña a las decisiones, acciones y a la misión de las instituciones que operan en ámbitos privados y estatales, y con trascendencia pública, en el contexto de una sociedad que, de disímiles maneras, se alimenta ética y moralmente de su funcionamiento.  

Las instituciones y la(s) institucionalidad (s) producida (s) y recreada (s) por cada una de ellas, se debilitan por razones operativas asociadas al carácter autocrático de sus dirigentes, voceros y por las circunstancias del contexto político, económico y social, que pueden provocar el redireccionamiento misional de varias instituciones e incluso, el reemplazo de aquellas que en momentos precisos y coyunturales, se les reconoció un progresivo y evidente debilitamiento. Sin duda, ejemplos claros de liderazgos autárquicos que han afectado la institucionalidad estatal, los constituyen el hoy Procurador Ordóñez Maldonado y Uribe Vélez, cuando fungió como Presidente de la República (2002-2010).

La institucionalidad, desde una perspectiva cultural, hace parte sustantiva de la tradición, que vehiculiza las prácticas sociales y le da el carácter de perenne a aquellas instituciones, especialmente del Estado, que están ahí para garantizar no solo su funcionamiento, sino su presencia y vigencia simbólica como un tipo de orden político, social y económico cuya legitimidad deviene natural u obtenida por la operación coordinada, efectiva, eficiente y eficaz de aquellas instituciones que conforman el Estado como tal.

Lo claro es que hay funcionarios públicos y agentes privados a los que poco les interesa el valor simbólico que acompaña a las acciones institucionales, bien del Estado o de las empresas privadas que actúan en lo público y se relacionan con este y en muchos casos, lo remplazan por su notable debilidad o porque dichas relaciones son fruto de acciones de cooptación y captura del Estado, por parte de sectores de poder particular.  

II.



La institucionalidad recoge los elementos y factores culturales que rodean los ejercicios de la función pública (operación del Estado) y los de la función particular (operación privada de actores de la sociedad civil en el Mercado). Ejercicios estos, cuyos resultados se expresan en condiciones y circunstancias que garantizan, de un lado, la legitimidad del Estado y, del otro, coadyuvan o no, a la consolidación de una idea más o menos universal de lo público (lo que nos interesa a todos).

Con un Estado débil y precario como el colombiano, que opera bajo la influencia de un ethos mafioso que disímiles élites de poder y el grueso de la sociedad comparten, la institucionalidad deviene igualmente endeble y deleznable por la acción simbólica de ese ethos mafioso y por supuesto, por el sentido negativo y empobrecido que de lo Público tienen los colombianos, en el momento, por ejemplo, de exigir sus derechos, discutir asuntos de interés general, o reflexionar en torno a otros que comprometen las relaciones entre el Estado y la sociedad.

En todo lo anterior, los medios de comunicación juegan un papel importante dado que de forma permanente el discurso periodístico-noticioso recoge los elementos y las circunstancias en las que la institucionalidad estatal y particular (privada) se manifiestan, a través de funcionarios públicos, proyectos de infraestructura, opiniones de voceros de actores de la sociedad civil, políticas públicas, así como otros hechos jurídicos y políticos.

Los líderes mesiánicos suelen debilitar las instituciones y afectar negativamente la legitimidad derivada o proyectada. Tal situación puede revelar con claridad, las intenciones democráticamente restrictivas de aquellos que sienten que son los “elegidos” y los únicos capaces de gobernar o liderar procesos; de igual manera, pueden observarse las fracturas de los consensos reglados sobre los cuales las instituciones suelen apoyar sus procedimientos, decisiones y actuaciones.

Por supuesto que la institucionalidad estatal y las institucionalidades privadas derivadas de los actores de la sociedad civil que interactúan entre sí y con el Estado, son fruto de las relaciones y de los factores de poder que actúan dentro del Estado, fuera de él o que simplemente, hacen viable jurídica y políticamente un orden constitucional.

En cuanto al poder, decía Foucault que el poder no está localizado en el aparato de Estado, y nada cambiará en la sociedad si no se transforman los mecanismos de poder que funcionan fuera de los aparatos de Estado, por debajo de ellos, a su lado, de una manera más minuciosa, cotidiana”.

Más complejo resulta sostener una operación institucional proclive a la consolidación del Estado e incluso, a garantizar su legitimidad, cuando se reconoce el funcionamiento de un Estado paralelo que aparece por la acción administrativa y política de redes de corrupción o de grupos de poder que por todos los medios buscan cooptar y capturar el Estado para someterlo a las pretensiones individuales y grupales de unos pocos.

La operación del Estado colombiano da vida, de forma cotidiana, a un Estado paralelo, que es maniobrado por grupos de poder, legal e ilegal, que de disímiles maneras debilitan no solo el sentido de lo Público y de lo público-estatal, sino la confianza que el ciudadano de forma natural deposita en el Estado, para sentirse seguro y en espera de que este lo guíe moralmente, al igual que al resto de los asociados.


Así entonces, en un doble sentido, el Estado es una abstracción y como tal, en algunos casos no se le pueden endilgar responsabilidades, pero también el Estado se erige como un símbolo de poder en el que la ciudadanía suele confiar, de ahí que sus disfuncionalidades terminan erosionando, por ejemplo, el poder presidencial y los de otras entidades gubernamentales que ayudan a hacer aterrizar lo que para muchos es una entidad metafísica, por fuera de cualquier posibilidad de confrontación política y discursiva. 


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