YO DIGO SÍ A LA PAZ

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miércoles, 9 de septiembre de 2015

APUNTES SOBRE LA PAZ TERRITORIAL

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo


El Proceso de Negociación que adelantan las Farc y el Gobierno de Juan Manuel Santos Calderón en La Habana, plantea dos elementos novedosos, en relación con anteriores experiencias de diálogos de paz: el primero, el reconocimiento de las Víctimas, lo que implica el develamiento de las identidades y responsabilidades de los victimarios y el establecimiento de los mecanismos de reparación material y simbólica de quienes han sufrido las dinámicas de un largo y degradado conflicto armado interno; y el segundo elemento, la perspectiva de Paz Territorial, entendida como la oportunidad política y técnica que tendrá el Estado y la institucionalidad derivada de su accionar, para consolidarse, por fin, como un orden justo y capaz de garantizar condiciones de vida digna para todos; y convertirse, ojalá, en un faro ético y moral que coadyuve a la solución de viejos conflictos territoriales y a los nuevos que se pueden presentar una vez se implemente lo que acuerde en La Habana.  

Con la apuesta de una Paz Territorial se buscará la consolidación del Estado como orden social, cultural, político y económico y guía moral, en los territorios en donde por su histórica debilidad y ausencia, permitió que grupos al margen de la ley disputaran su autoridad y de esta forma se facilitara el desplazamiento de millones de colombianos y se generaran disputas entre comunidades  y grupos de poder, por la propiedad de la tierra y la explotación de los recursos naturales.

Así entonces, la Paz Territorial se asume como un proceso de consolidación del Estado como un orden político viable, en franco diálogo con las aspiraciones y derechos de las comunidades afectadas por las dinámicas del conflicto armado interno. En ese sentido, la Paz Territorial plantea la revisión de las relaciones Estado-comunidades locales, que  permitieron la construcción de un empobrecido sentido de lo Público, de arriba hacia abajo. Una vez revisada y comprendida ese tipo de relación, con la Paz Territorial deberá ser posible repensar ese sentido de lo Público, esta vez de abajo hacia arriba. Con un nuevo sentido de lo Público quizás sea posible una nueva ciudadanía, en la que los ciudadanos se hacen responsables de sus obligaciones, al tiempo que aprenden a exigir el cumplimiento y el respeto de sus derechos.

Ese será el nuevo marco institucional, social y cultural que la Paz Territorial exigirá para la consolidación de una paz estable y duradera  y la convivencia en los naturales escenarios de posconflicto que deberán diseñarse una vez se firme el fin del conflicto y se plantee la implementación de los acuerdos de La Habana.

De esta forma se reconoce el carácter novedoso de la Paz Territorial: “Esta referencia a la dimensión territorial de la paz es novedosa y tiene un enorme potencial para buscar soluciones democráticas a viejos y nuevos conflictos por la tierra y el territorio, que son particularmente graves. De allí la necesidad de propiciar un debate amplio y plural sobre los sentidos de la paz territorial, pues se trata de una problemática que suscita grandes controversias, en la medida en que cada sector de la sociedad busca un orden territorial diferente, según sus intereses y sus relaciones con este. El primer desafío de la paz territorial tiene que ver con la terminación del conflicto y la reparación de los daños. El enfrentamiento armado se ha expresado como una guerra irregular de larga duración que afecta a todo el país, pero cuyas dinámicas y consecuencias son diferenciadas y especialmente desproporcionadas sobre los territorios y los pobladores rurales.[1]

Así entonces, la Paz Territorial se constituye en el camino posible y deseable sobre el cual deberá caminar la nueva institucionalidad estatal y las que se deriven de las relaciones del Estado con la “vieja” institucionalidad privada, que de muchas maneras es responsable por el surgimiento de los grupos subversivos y el escalamiento del conflicto armado interno. Superada la guerra interna, el reto mayúsculo para el país, los colombianos, las élite de poder regional y en particular la élite bogotana, empresarios, los llamados “Cacaos”, los ex guerrilleros, campesinos y comunidades afrocolombianas e indígenas, entre otros, es reconstruir las relaciones entre el Estado y la Sociedad, sobre la base de un principio que resulta definitivo: proscribir el ethos mafioso que se instaló en las formas en las que opera el Estado y el grueso de actores sociedad civil, con la anuencia de gran parte de la sociedad.

No será fácil transformar ética y moralmente una sociedad atravesada por la mezquindad, la torpeza y la falta de criterio de las élites tradicionales y de los grupos emergentes que hoy han ganado espacio dentro del Estado. El reto es enorme.

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