Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
El escenario no podía resultar
más conmovedor: el estadio Atanasio Girardot, de Medellín, Colombia, repleto de
hinchas del fútbol, afligidos y en franca actitud de acompañamiento a los familiares de los jugadores
del equipo que enfrentaría al Atlético Nacional, en el primer partido de la
final (Copa Sudamericana), y que murieron en el siniestro aéreo registrado muy
cerca del aeropuerto de Rionegro.
Resulta difícil no conmoverse
ante semejante tragedia: un avión, en el que viajaba el equipo de fútbol
Chapecoense, del Brasil, se precipitó a tierra, con el saldo trágico que la
opinión pública, nacional e internacional, ya conoce.
La convocatoria a honrar, masivamente,
la vida de los jugadores que murieron en el siniestro aéreo, se explica por el
lugar que le hemos dado al fútbol, como deporte espectáculo. Anclado en lo más
profundo de las entrañas de millones de colombianos, el fútbol convoca, atrae,
distrae, mueve y conmueve a las masas, aupadas, claro está, por la fuerza
arrolladora y enceguecedora de los Medios masivos. Hasta allí una simple
constatación cultural.
En cualquier circunstancia en la
que la muerte se presente ante nosotros, a través de los Medios masivos,
queremos saber quién murió, cómo murió y por qué murió. Pero ello no se traduce,
inexorablemente, en que el insuceso de expiración de la vida, registrado bajo
la selectiva lógica noticiosa, haga que pasemos de la curiosidad, a la
solidaridad.
Prueba de lo anterior es el
asesinato selectivo de líderes sociales, indígenas, campesinos, defensores de derechos humanos y del medio
ambiente, así como de reclamantes de tierras y militantes de Marcha Patriótica.
La cifra da cuenta de más 70 ciudadanos asesinados, solo en 2016. A pesar del registro noticioso y de la
preocupación expresada del actual Gobierno, las demostraciones de solidaridad
no alcanzan ni para llenar una plaza pública. Y mucho menos, para llenar un
estadio de fútbol. He allí otra simple constatación cultural.
Me pregunto: ¿por qué resulta tan
aparentemente fácil llenar un estadio de fútbol (con cerca de 40 mil personas)
para rendir homenaje a los jugadores que perecieron a su llegada a Medellín y
tan relativamente difícil movilizarnos para defender la vida de compatriotas
que sobreviven en difíciles condiciones de vida, por la constante amenaza de
grupos al margen de la ley, en el contexto de un degradado conflicto armado y
de prácticas infames de múltiples violencias?
Intentaré responderme el
interrogante. En primer lugar, como ya se dijo líneas atrás, el lugar
preponderante que en nuestras vidas le hemos dado al fútbol, hace que
reduzcamos nuestra capacidad de asombro y las respuestas solidarias, a todo lo
que tenga relación directa con esa disciplina deportiva y deporte espectáculo. Así
entonces, la pasión por el fútbol serviría de coraza social y política no solo
para protegernos de los problemas de
violencia que a diario vive el país, sino para no reconocer las dimensiones
sociales, económicas, étnicas y políticas que subyacen a esas múltiples
violencias que exhibe Colombia históricamente.
En segundo lugar, la solidaria y
masiva respuesta de la gente del fútbol, de Medellín y de otras ciudades, se
entiende por el adolorido cubrimiento periodístico-noticioso de unas empresas
mediáticas que saben explotar económicamente la pasión por el fútbol, cada que
juega la selección Colombia de Mayores y en las transmisiones de los partidos
del rentado nacional. De allí que del cubrimiento noticioso se pueda colegir lo
siguiente: ¡es que se murió un equipo de
fútbol¡ y además, ¡iba a enfrentar
una final con el Nacional, el Rey de Copas¡ Es una verdadera tragedia, ¡porque el fútbol no tiene fronteras¡ Al
parecer, nada ni nadie más importante que la vida de los jugadores de fútbol.
Muchos elevaron a los jugadores fallecidos al estatus de Héroes, vencidos, eso
sí, por la fatalidad. El calificativo, claro está, no alcanzó para el resto de
los ocupantes de la aeronave siniestrada.
Y en tercer y último lugar,
podría explicarse la masiva reacción de dolor y de solidaridad en momentos de
dolor, porque cuando amplificamos nuestra condición de Hinchas del Fútbol,
identitariamente borramos a todos aquellos grupos humanos que histórica y
sistemáticamente han sido víctimas del acoso de los actores armados, en el
marco de un degradado conflicto armado interno. Lo anterior se alimenta por una
no declarada animadversión que como citadinos sentimos y profesamos contra
todos aquellos que sobreviven en el sector rural: afrocolombianos, campesinos e
indígenas, símbolos del atraso, de la
pereza y de la malicia de ese país que nos avergüenza.
Adenda: paz en la tumba para
todas las personas que viajaban en el avión siniestrado. Y para todos,
recordarles que la muerte es una certeza y que la vida es un sinuoso camino lleno
de incertidumbres y avatares, que termina cuando llega la hora de partir. Lo
demás, son veleidades, discursos y justificaciones.
Imagen tomada de europapress.es
1 comentario:
Somos un Instante el Inmenso Infinito por eso debemos aprovecharlo todos los Días, dejaremos una estela de Amor y buenos recuerdos !!
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