YO DIGO SÍ A LA PAZ

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viernes, 16 de diciembre de 2016

POR UN NUEVO ETHOS

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

Las reacciones  de rechazo de cientos de miles de colombianos por el atroz crimen cometido contra Yuliana Samboní, bien podrían abocar en una fuerte reflexión colectiva en torno a las circunstancias contextuales que rodean este caso. Para que ello suceda, habría que contar con el liderazgo del Gobierno nacional o de una entidad estatal  en particular, que descifre lo que social, política y culturalmente está detrás del execrable crimen y que se quedará por fuera y oculto, una vez se imponga la pena al confeso asesino, Rafael Uribe Noguera, con todo y el carácter vindicativo que esta tendrá en este caso y en otros.

Ya varios columnistas han señalado puntos y perspectivas de análisis sobre el execrable crimen. Desde una lectura de clase que “justificaría y explicaría” el crimen cometido por Rafael Uribe Noguera, un adinerado arquitecto, pasando a otra interpretación en la que se advierte como factor determinante, su condición de Macho, hombre blanco, occidental, que asesina a una menor indígena, desplazada y pobre.

El crimen de Yuliana Samboní se torna sonoro y llamativo a una opinión pública que, cautiva y presa de lo que dicen, matizan y niegan los Medios masivos (la gran prensa bogotana), parece ser incapaz de hacer cruces de hechos y circunstancias que permitan modificar sustancialmente la forma como cotidianamente nos relacionamos. Y es así, porque insisto en que esa opinión pública se mueve alrededor de una toma de conciencia que se torna episomediática[1]. En un tiempo, pocos se acordarán de la muerte de la menor y de Uribe Noguera, su perfumado  y educado verdugo.

Quizás, entonces, sea tiempo de revisar el consumo cultural que del cuerpo de la Mujer y de lo femenino venimos haciendo en esta sociedad machista. Y el crimen de Yuliana Samboní bien debería de hacernos reflexionar en torno a la forma como nos representamos a la Mujer. Su cosificación, por la acción del lenguaje y de otras prácticas o dispositivos culturales, como la publicidad sexista, es el primer acto de violencia que la misma sociedad que hoy desea linchar a Rafael Uribe Noguera, o que pide cadena perpetúa o la castración química, valida y legitima  a diario cuando guarda silencio frente a la publicidad sexista que exhibe a la Mujer como una mercancía o un objeto de incontrolable deseo. 

En esa línea, propongo que revisemos el lugar que la sociedad colombiana le ha dado y negado a la Mujer. Muy seguramente al revisar el asunto, encontramos una historia de sometimiento, anulación y violencia que muchos no se atreven a reconocer en el crimen cometido contra Yuliana Samboní. No hacerlo constituye un error y un obstáculo que debe ser superado rápidamente. Por ello es importante una acción estatal y privada en aras de proponer un proyecto cultural para el país, ahora que se habla de paz y reconciliación.  

Y ese proyecto cultural debe soportarse en un cambio profundo en las relaciones Estado, Sociedad y Mercado y en particular, en las formas relacionales que se han construido entre Hombres y Mujeres, y entre Niños y Niñas. No basta con rechazar los actos de violencia intrafamiliar en los que las mujeres resultan abusadas y golpeadas. Hay que avanzar hacia la consolidación de un ethos distinto, dejando atrás ese ethos mafioso y criminal que dejó ver Uribe Noguera y sus hermanos. Ethos mafioso y criminal que orienta e ilumina las vidas y las actuaciones de muchos de los miembros de nuestras élites. No se trata exclusivamente de la familia Uribe Noguera. Basta, para muchos miembros de las élites, con hacer una llamada para desaparecer a una persona que les resulta incómoda, dañar o conseguir un negocio, hacerse a un cargo, desviar un contrato o simplemente, evitar la acción de una autoridad pública.

Así entonces, es la oportunidad para que el Ministerio de Educación lidere la discusión, junto a las universidades y otros sectores societales, para avanzar en la construcción de ese nuevo proyecto cultural que nos ayude a proscribir ese ethos mafioso y criminal que la sociedad colombiana a diario valida y justifica, a pesar de las muestras de dolor y rabia por crímenes como el de Yuliana Samboní.



Imagen tomada de univisión.com

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