Por Germán Ayala Osorio
Las denuncias mediáticas acerca de la posible infiltración de células guerrilleras en la Universidad Distrital de Bogotá hay que mirarlas en detalle, pero por sobre todo, con duda, pues en estos asuntos todas las fuentes tienen intereses, especialmente si una de éstas es la senadora uribista Gina Parody. Y más aún, cuando el régimen de derecha lo que busca es macartizar a quienes piensan distinto, estableciendo una peligrosa relación amigo- enemigo.
En primer lugar, la tarea de los encapuchados genera sospechas en la medida en que el ocultamiento de sus rostros, el lenguaje utilizado y las acciones propias de sus intervenciones no dejan lugar para el diálogo, para la confrontación de las ideas. Hay allí un problema original. Y es así, para encapuchados que siguen tanto los postulados de las guerrillas como el de los paras. No puede haber confianza en el diálogo cuando uno de los interlocutores aparece armado o encapuchado. La horizontalidad y el equlibrio se rompe, de la misma manera que se rompe cuando las diferencias conceptuales y discursivas se intentan dirimir poniendo armas en la mesa.
El asunto entonces no está en permitir o no que las ideas circulen dentro de las Universidades públicas o privadas, sino más bien las formas en que ellas se discuten, se presentan, e incluso, como se reciben. Bienvenidas, entonces, las ideas de simpatizantes del paramilitarismo y de la subversión, siempre y cuando quienes propongan su discusión, tengan el discurso, los argumentos y los elementos de juicio para sostener un diálogo respetuoso, que expliquen con suficiencia, el por qué apoyan el asesinato, la barbarie, la estupidez, el crimen y el maltrato de paracos y guerrilleros.
Lo que hay que rechazar es la violencia política que no hemos superado en Colombia y que obliga a unos y otros, a expresar sus ideas políticas ocultándose detrás de un pasamontañas o de un arma. El problema de fondo es ese.
Tan equivocado ordenar que los tanques irrumpan en las universidades, como la forma de protestar de estudiantes, egresados o de agitadores profesionales que intervienen en las protestas. Equivocados, también, quienes a través del panfleto y la arenga, le huyen a la discusión y al diálogo sincero, abierto y con los menores dobleces posibles. En esa misma dirección, no es con la quema de buses que se resuelven los problemas y las diferencias; interesante sería un debate abierto, con las garantías de que las fuerzas oscuras del Estado no perseguirán a quienes expongan sus ideas en contra del actual régimen político y en general, contra el modelo económico.
Ya se escuchan voces que recomiendan la intervención o la militarización de las Universidades estatales para salvaguardar los buenos principios, la moral y el deber ser de los centros educativos. ¿Por qué esas mismas voces no rechazan con vehemencia la penetración del narcotráfico en altas esferas de la sociedad colombiana? ¿Por qué no hay denuncias abiertas, por ejemplo de la senadora Parody, acerca de lo que viene sucediendo en la Casa de Nariño, con las develadas visitas de paracos, emisarios y mafiosos, a funcionarios del Gobierno de Uribe?
Nada más peligroso para este país de pasiones que dichas voces tengan eco en rectores, en comandantes de policía y ejército, haciendo que la Universidad pase de ser un campo de discusión de ideas, a un escenario en donde la razón camina de la mano de guacharacas, pistolas y fusiles.
Esa es la herencia negativa que nos dejaron liberales y conservadores, paracos y guerrilleros, incapaces todos, de discutir sin agredirse, sin desaparecer a quien abiertamente no comparte sus ideas.
La Universidad debe ser un centro de pensamiento en el que sea posible el cruce respetuoso de las ideas, la discusión de posturas divergentes, apelando tan solo a la retórica para persuadir y demostrar a mi enunciatario, que la razón está de mi lado. Y estos principios deben recogerlos directivos, docentes y estudiantes para construir, entre todos, una sociedad pluralista, democrática y respetuosa de la diferencia y de las formas de pensar de los Otros.
Adenda:
En primer lugar, la tarea de los encapuchados genera sospechas en la medida en que el ocultamiento de sus rostros, el lenguaje utilizado y las acciones propias de sus intervenciones no dejan lugar para el diálogo, para la confrontación de las ideas. Hay allí un problema original. Y es así, para encapuchados que siguen tanto los postulados de las guerrillas como el de los paras. No puede haber confianza en el diálogo cuando uno de los interlocutores aparece armado o encapuchado. La horizontalidad y el equlibrio se rompe, de la misma manera que se rompe cuando las diferencias conceptuales y discursivas se intentan dirimir poniendo armas en la mesa.
El asunto entonces no está en permitir o no que las ideas circulen dentro de las Universidades públicas o privadas, sino más bien las formas en que ellas se discuten, se presentan, e incluso, como se reciben. Bienvenidas, entonces, las ideas de simpatizantes del paramilitarismo y de la subversión, siempre y cuando quienes propongan su discusión, tengan el discurso, los argumentos y los elementos de juicio para sostener un diálogo respetuoso, que expliquen con suficiencia, el por qué apoyan el asesinato, la barbarie, la estupidez, el crimen y el maltrato de paracos y guerrilleros.
Lo que hay que rechazar es la violencia política que no hemos superado en Colombia y que obliga a unos y otros, a expresar sus ideas políticas ocultándose detrás de un pasamontañas o de un arma. El problema de fondo es ese.
Tan equivocado ordenar que los tanques irrumpan en las universidades, como la forma de protestar de estudiantes, egresados o de agitadores profesionales que intervienen en las protestas. Equivocados, también, quienes a través del panfleto y la arenga, le huyen a la discusión y al diálogo sincero, abierto y con los menores dobleces posibles. En esa misma dirección, no es con la quema de buses que se resuelven los problemas y las diferencias; interesante sería un debate abierto, con las garantías de que las fuerzas oscuras del Estado no perseguirán a quienes expongan sus ideas en contra del actual régimen político y en general, contra el modelo económico.
Ya se escuchan voces que recomiendan la intervención o la militarización de las Universidades estatales para salvaguardar los buenos principios, la moral y el deber ser de los centros educativos. ¿Por qué esas mismas voces no rechazan con vehemencia la penetración del narcotráfico en altas esferas de la sociedad colombiana? ¿Por qué no hay denuncias abiertas, por ejemplo de la senadora Parody, acerca de lo que viene sucediendo en la Casa de Nariño, con las develadas visitas de paracos, emisarios y mafiosos, a funcionarios del Gobierno de Uribe?
Nada más peligroso para este país de pasiones que dichas voces tengan eco en rectores, en comandantes de policía y ejército, haciendo que la Universidad pase de ser un campo de discusión de ideas, a un escenario en donde la razón camina de la mano de guacharacas, pistolas y fusiles.
Esa es la herencia negativa que nos dejaron liberales y conservadores, paracos y guerrilleros, incapaces todos, de discutir sin agredirse, sin desaparecer a quien abiertamente no comparte sus ideas.
La Universidad debe ser un centro de pensamiento en el que sea posible el cruce respetuoso de las ideas, la discusión de posturas divergentes, apelando tan solo a la retórica para persuadir y demostrar a mi enunciatario, que la razón está de mi lado. Y estos principios deben recogerlos directivos, docentes y estudiantes para construir, entre todos, una sociedad pluralista, democrática y respetuosa de la diferencia y de las formas de pensar de los Otros.
Adenda:
Se equivoca el señor Rector cuando valida el uso del pasamontañas y de las capuchas. Él mismo está negando claridad al diálogo, y por ese camino, elimina la confianza que se debe dar entre quienes creen tener algo que decir y entre aquellos que desean, sin intimidaciones, escucharlos. Ahora, si el asunto es que no existen garantías de seguridad en la Universidad para dialogar y discutir asuntos públicos, lo que debe hacer el Rector Ossa Escobar es exigirlas al Estado. Ante todo, que exista transparencia para discutir asuntos políticos, pero especialmente, condiciones simétricas para hacerlo. Las armas, las capuchas, las arengas, los gritos, los insultos, los señalamientos y los monólogos son los principales generadores de la asimetría con la que hoy dialogamos en Colombia. Y son los elementos preferidos de aquellos que han crecido en la oscuridad.
1 comentario:
Soy nuevo en este medio pero con ganas de aprender a diferenciar lo bueno de lo malo mi pregunta es como se debe protestar en un pais donde estar en contra del gobierno es una lapida al cuello no estoy deacuerdo con los encapuchados pero creo que ellos sienten que si dan su cara se vuelven objetivo militar de este gobierno.
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