Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo
La libertad, como categoría y como derecho, siempre estará sujeta a elementos contextuales (políticos, económicos y socio-culturales) que, fijados como referentes, le dan un carácter relativo a este discutido, pero fundamental derecho.
La libertad, entonces, es fruto del devenir humano en sociedad y se ajusta a las condiciones consensuadas alrededor de lo que se considera crecimiento humano y si se quiere, del llamado progreso. La libertad, aplicada en diversos ámbitos y prácticas societales, la entiendo como una contingencia del devenir humano, en condiciones de no sometimiento de la voluntad individual, moderada, eso sí, por circunstancias contextuales sobre las cuales siempre habrá la posibilidad de someterlas a revisión y a cambio.
Sin duda, la especie humana ha avanzado hoy en términos de la ampliación de los derechos humanos, en especial en lo que concierne a la posibilidad de decidir cómo quiero vivir, con quién formo una pareja, cuándo ser padre o madre, o simplemente decidir no tener hijos; todo lo anterior da cuenta de una idea siempre relativa de libertad, por todo lo que se pone en juego cuando el ser humano actúa, vive y sobrevive bajo los parámetros societales y aquellos que fija el propio Estado.
Se relativiza la noción y el derecho de libertad desde el mismo momento en que fijamos un orden social, límites al actuar humano, establecemos normas y cuando aparecen relaciones de poder en las que alguien manda y otro, obedece.
Quiero mirar el asunto de la libertad en circunstancias políticas, económicas y socio-culturales que han tenido gran despliegue mediático en los últimos años y meses. Y esas circunstancias están dadas en el giro ideológico y político que varios países vecinos a Colombia han dado, y que de alguna manera nos permiten mirar cómo puede ser comprendida la libertad en contextos disímiles.
El giro hacia el socialismo del siglo XXI que dio Venezuela pone nuevamente en discusión libertades como la de expresión, de conciencia y la de prensa, en un complejo contexto en el que pareciera que se cede en estas libertades, para ganar en solidaridad, en equidad, a través del desmonte de antiguos privilegios de clase, asociados a unas élites que se enriquecieron a costa de los más pobres y que actuaron frente al Estado y la nación, sin una mínima comprensión del concepto de soberanía.
Ese estatismo, o ese capitalismo de Estado o la estatización de la ciudadanía que hoy llaman socialismo del siglo XXI, no son más que la expresión máxima de esa condición relativa de la libertad.
Desde la acción mediática externa, Venezuela es presentada hoy como un Estado que viola libertades sobre las cuales existe algún consenso alrededor de que deben garantizarse por encima de cualquier consideración ideológica, política y económica, en un mundo que pide a gritos vivir en democracia.
Lo que parece confirmarse con la interesada acción mediática de medios como CNN, RCN y Caracol en Colombia, es que efectivamente los regímenes llamados socialistas se caracterizan por la reducción de libertades consideradas como fundamentales para el ejercicio democrático del ciudadano, del que se espera que participe de la discusión amplia de asuntos públicos, en aras de aportar a la construcción de un entorno donde la vida humana se haga digna, en unas circunstancias donde la política y lo político sirvan para orientar la vida en sociedad.
Bueno, baste con recordar lo sucedido con el Estado gulag en la antigua URSS, en un complejo escenario de guerra fría, en el que se violaron libertades y el propio derecho a la vida.
Pero ahora tratemos de mirar el asunto de la libertad o de las libertades de conciencia, de expresión y de prensa, en el contexto de un país como Colombia, reconocido constitucionalmente como un Estado social de derecho, bajo las orientaciones de un modelo económico neoliberal.
Cuando se vive en democracia, casi de manera natural aparece la sensación de libertad en los ciudadanos que terminan obviando las condiciones de máxima inequidad que genera un modelo económico como el neoliberal.
Mientras que en un estado llamado socialista ciertas libertades dependen directamente de la acción estatal, que termina ampliándolas o reduciéndolas de acuerdo con sus propios intereses como Estado, en los llamados estados democráticos las libertades (de expresión, de conciencia y de prensa, por ejemplo) quedan sujetas al libre juego del mercado e incluso, de las posibilidades culturales, sociales, políticas y económicas de quienes en algún momento hacen uso público de esas libertades.
En un estado social de derecho como Colombia, que sobrevive a expensas de un modelo económico insolidario y propenso a la concentración de la riqueza, la sensación de máxima libertad está soportada en la inacción estatal y en las posibilidades reales que cada ciudadano debe alcanzar para lograr el disfrute de la libertad, en una carrera que exalta el individualismo.
Lo sucedido en Colombia con el seguimiento ilegal a magistrados, periodistas y políticos de la oposición, perpetrado desde el DAS y ordenado por el propio gobierno de Uribe, indica que la libertad en sociedades capitalistas puede quedar a merced de los intereses de un gobierno abiertamente enemigo de las libertades de conciencia, de prensa y expresión.
Así mismo, la sobre información mediática y los tratamientos noticiosos espectaculares, amañados e interesados, son una forma sutil de limitar libertades y derechos.
Parafraseando a Zuleta, soy libre de estudiar donde quiera, pero aparece el problema del dinero para pagar una matrícula en una universidad privada y otro asunto menos vistoso: la competencia discursiva para ingresar y mantenerme en una institución de calidad.
Entonces, la libertad como derecho, siempre carga con un factor de limitación asociado no sólo a la acción estatal, bajo cualquier modelo económico y político, sino a la comprensión y al dimensionamiento que los ciudadanos puedan hacer de dicho derecho.
Hay que decir que el mismo Estado (pretendidamente socialista o capitalista) ya fija, con su existencia, límites a la libertad en tanto posibilidad humana de decidir qué hacer con la vida. La cultura también limita la libertad, aunque contradictoriamente, puede permitir su ampliación en tanto esa cultura, junto a factores políticos y económicos, se reconoce como un estadio superior especialmente cuando hablamos de países desarrollados, economías fuertes o sociedades avanzadas.
En cualquier sentido, mirar la libertad necesita de referentes que nos permitan preguntarnos qué tan libre soy donde vivo, pero también, de qué mi sirve mi libertad y para qué la uso. Hay que reconocer eso sí, que hay seres humanos que por razones endógenas y exógenas aceptan restricciones a ésta, bien por claras conveniencias o por problemas de comprensión, asociados a la incapacidad cognitiva, baja autoestima o simplemente, por falta de criterio. Otro factor más que hace de la libertad un asunto difícil de asir, de alcanzar.
La libertad, como categoría y como derecho, siempre estará sujeta a elementos contextuales (políticos, económicos y socio-culturales) que, fijados como referentes, le dan un carácter relativo a este discutido, pero fundamental derecho.
La libertad, entonces, es fruto del devenir humano en sociedad y se ajusta a las condiciones consensuadas alrededor de lo que se considera crecimiento humano y si se quiere, del llamado progreso. La libertad, aplicada en diversos ámbitos y prácticas societales, la entiendo como una contingencia del devenir humano, en condiciones de no sometimiento de la voluntad individual, moderada, eso sí, por circunstancias contextuales sobre las cuales siempre habrá la posibilidad de someterlas a revisión y a cambio.
Sin duda, la especie humana ha avanzado hoy en términos de la ampliación de los derechos humanos, en especial en lo que concierne a la posibilidad de decidir cómo quiero vivir, con quién formo una pareja, cuándo ser padre o madre, o simplemente decidir no tener hijos; todo lo anterior da cuenta de una idea siempre relativa de libertad, por todo lo que se pone en juego cuando el ser humano actúa, vive y sobrevive bajo los parámetros societales y aquellos que fija el propio Estado.
Se relativiza la noción y el derecho de libertad desde el mismo momento en que fijamos un orden social, límites al actuar humano, establecemos normas y cuando aparecen relaciones de poder en las que alguien manda y otro, obedece.
Quiero mirar el asunto de la libertad en circunstancias políticas, económicas y socio-culturales que han tenido gran despliegue mediático en los últimos años y meses. Y esas circunstancias están dadas en el giro ideológico y político que varios países vecinos a Colombia han dado, y que de alguna manera nos permiten mirar cómo puede ser comprendida la libertad en contextos disímiles.
El giro hacia el socialismo del siglo XXI que dio Venezuela pone nuevamente en discusión libertades como la de expresión, de conciencia y la de prensa, en un complejo contexto en el que pareciera que se cede en estas libertades, para ganar en solidaridad, en equidad, a través del desmonte de antiguos privilegios de clase, asociados a unas élites que se enriquecieron a costa de los más pobres y que actuaron frente al Estado y la nación, sin una mínima comprensión del concepto de soberanía.
Ese estatismo, o ese capitalismo de Estado o la estatización de la ciudadanía que hoy llaman socialismo del siglo XXI, no son más que la expresión máxima de esa condición relativa de la libertad.
Desde la acción mediática externa, Venezuela es presentada hoy como un Estado que viola libertades sobre las cuales existe algún consenso alrededor de que deben garantizarse por encima de cualquier consideración ideológica, política y económica, en un mundo que pide a gritos vivir en democracia.
Lo que parece confirmarse con la interesada acción mediática de medios como CNN, RCN y Caracol en Colombia, es que efectivamente los regímenes llamados socialistas se caracterizan por la reducción de libertades consideradas como fundamentales para el ejercicio democrático del ciudadano, del que se espera que participe de la discusión amplia de asuntos públicos, en aras de aportar a la construcción de un entorno donde la vida humana se haga digna, en unas circunstancias donde la política y lo político sirvan para orientar la vida en sociedad.
Bueno, baste con recordar lo sucedido con el Estado gulag en la antigua URSS, en un complejo escenario de guerra fría, en el que se violaron libertades y el propio derecho a la vida.
Pero ahora tratemos de mirar el asunto de la libertad o de las libertades de conciencia, de expresión y de prensa, en el contexto de un país como Colombia, reconocido constitucionalmente como un Estado social de derecho, bajo las orientaciones de un modelo económico neoliberal.
Cuando se vive en democracia, casi de manera natural aparece la sensación de libertad en los ciudadanos que terminan obviando las condiciones de máxima inequidad que genera un modelo económico como el neoliberal.
Mientras que en un estado llamado socialista ciertas libertades dependen directamente de la acción estatal, que termina ampliándolas o reduciéndolas de acuerdo con sus propios intereses como Estado, en los llamados estados democráticos las libertades (de expresión, de conciencia y de prensa, por ejemplo) quedan sujetas al libre juego del mercado e incluso, de las posibilidades culturales, sociales, políticas y económicas de quienes en algún momento hacen uso público de esas libertades.
En un estado social de derecho como Colombia, que sobrevive a expensas de un modelo económico insolidario y propenso a la concentración de la riqueza, la sensación de máxima libertad está soportada en la inacción estatal y en las posibilidades reales que cada ciudadano debe alcanzar para lograr el disfrute de la libertad, en una carrera que exalta el individualismo.
Lo sucedido en Colombia con el seguimiento ilegal a magistrados, periodistas y políticos de la oposición, perpetrado desde el DAS y ordenado por el propio gobierno de Uribe, indica que la libertad en sociedades capitalistas puede quedar a merced de los intereses de un gobierno abiertamente enemigo de las libertades de conciencia, de prensa y expresión.
Así mismo, la sobre información mediática y los tratamientos noticiosos espectaculares, amañados e interesados, son una forma sutil de limitar libertades y derechos.
Parafraseando a Zuleta, soy libre de estudiar donde quiera, pero aparece el problema del dinero para pagar una matrícula en una universidad privada y otro asunto menos vistoso: la competencia discursiva para ingresar y mantenerme en una institución de calidad.
Entonces, la libertad como derecho, siempre carga con un factor de limitación asociado no sólo a la acción estatal, bajo cualquier modelo económico y político, sino a la comprensión y al dimensionamiento que los ciudadanos puedan hacer de dicho derecho.
Hay que decir que el mismo Estado (pretendidamente socialista o capitalista) ya fija, con su existencia, límites a la libertad en tanto posibilidad humana de decidir qué hacer con la vida. La cultura también limita la libertad, aunque contradictoriamente, puede permitir su ampliación en tanto esa cultura, junto a factores políticos y económicos, se reconoce como un estadio superior especialmente cuando hablamos de países desarrollados, economías fuertes o sociedades avanzadas.
En cualquier sentido, mirar la libertad necesita de referentes que nos permitan preguntarnos qué tan libre soy donde vivo, pero también, de qué mi sirve mi libertad y para qué la uso. Hay que reconocer eso sí, que hay seres humanos que por razones endógenas y exógenas aceptan restricciones a ésta, bien por claras conveniencias o por problemas de comprensión, asociados a la incapacidad cognitiva, baja autoestima o simplemente, por falta de criterio. Otro factor más que hace de la libertad un asunto difícil de asir, de alcanzar.
1 comentario:
El presupuesto de tu escrito es que existe la libertad. Lo comparto. No se puede negar la libertad porque decirlo significa negar nuestra responsabilidad ante la Ley, negar que sea posible la infracción, que sea posible el pecado, que sea posible la enfermedad, negar la libertad es negar el bien y el mal. Significa declarar la inutilidad de la moral, de la ética, del Estado. A los grupos hegemónicos les conviene afirmar que tenemos libertad, porque así nos pueden pasar cuenta de cobro. Lo afirman ellos, lo afirmamos nosotros, tenemos libertad.
Pero, ¿Si será cierto que existe la libertad?, tenemos libertad para poner en duda la libertad, eso ya es algo, pero no lo podemos cuestionar muy duro porque nos cae toda la fuerza del poder represivo. Está prohibido negar que exista la libertad.
Podemos negar que exista Dios, pero hoy no podemos negar que exista la libertad porque es ir contra cierta ideología de la dominación.
Juan Diego
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