YO DIGO SÍ A LA PAZ

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jueves, 15 de noviembre de 2012

LA POLÍTICA EN EL ENFRENTAMIENTO ENTRE UN EX MINISTRO Y UN EX PRESIDENTE

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

Parte de los graves problemas que afronta el lábil, precario y por momentos, inexistente[1] Estado colombiano, es el lugar que los colombianos le han dado a la política y a su correlato, lo político. Las múltiples e históricas violencias son los mejores exponentes de los problemas que como sociedad arrastramos alrededor de cómo nos representamos la política y en general, los asuntos públicos. Igualmente, el papel del político colombiano, en relación con las formas tradicionales con las que suele asumir el sentido de la política, se sostiene en la relación parasitaria que los políticos establecen con la política, esto es, cuando al decir de Weber, nos preguntamos o reflexionamos si el prototipo del político colombiano vive de la política o para la política[2].

En una nación como Colombia en la que la política, en el sentido propuesto por Hannah Arendt, se ha construido no para estar juntos en la diferencia, sino y por el contrario, para subsistir rodeados de miedos, enfrentamientos e incertidumbres, el resultado no podría ser más desalentador: una  enorme incapacidad para garantizar una mejor vida para todos alrededor de unas ideas de igualdad, bienestar y felicidad. Dice Arendt que “…la política organiza de antemano a los absolutamente diversos en consideración a una igualdad relativa y para diferenciarlos de los relativamente diversos…”[3]. 

Quizás la mayor responsabilidad de esa negativa circunstancia recaiga en líderes políticos, en los propios partidos políticos como estructuras de poder, que hoy enfrentan una profunda crisis ideológica que los inhabilita como agenciadores del sentido de lo público que acompaña a la política. Igualmente, pero en mayor grado, hay que señalar como máximos responsables a los Presidentes, figuras emblemáticas de unidad nacional que no alcanzan a dimensionar el sentido de la política, porque ellos mismos manosean el concepto en una praxis en donde sobresalen el clientelismo y el carácter megalómano y mesiánico que muchos alimentan desde antes de llegar a este cargo de poder.

Reciente y nuevamente, los medios masivos y las redes sociales se ocupan del rifirrafe entre el ex presidente AUV y su ex ministro de Defensa, Gabriel Silva Luján. El cruce de epítetos tiene un trasfondo político que deja entrever no sólo la pobreza con la que ambos asumieron el sentido de la política cuando fungieron como altos funcionarios del Estado, sino una enfermiza masculinidad desde donde suelen actuar los políticos (hombres) en la arena pública (política), en donde claramente asuntos de Estado quedan pulverizados o reducidos a simples actos de deslealtad por razones de conveniencia política, en este caso del ex ministro Silva Luján hacia quien de tiempo atrás exhibe un sinuoso sentido de la lealtad. 

Los dos son efectivos funcionarios que con sus acciones directas e indirectas y a través de sus manidos discursos, han logrado vaciar de sentido la política, hasta hacer de ella una mera herramienta útil y eficaz para las estratagemas que han usado para llegar al Estado, servirse de él, cooptarlo, debilitarlo y hacer de éste un mero engranaje administrativo capaz sólo de dar cuenta de los intereses de ellos mismos y de las  reducidas élites de poder que históricamente vienen sosteniéndolo y ampliando, según sea necesario, su labilidad como referente de orden, de justicia y de acción política del que los colombianos esperamos mejores ejecutorias y eficaz presencia simbólica. 

Igualmente, tanto AUV y Silva Luján exponen, a una frágil opinión pública, formas discursivas propias de una masculinidad alimentada más por la fuerza física y el carácter violento aceptado y exigido por la cultura machista y dominante desde donde ellos brotaron. Ambos se equivocan al reducir asuntos propios de la política y del Estado a un enfrentamiento verbal que ni siquiera es ideológico y político, sino que tiene una profunda raíz egocéntrica.

Pero quizás Colombia, en sentido político, no sea más que eso, es decir, un escenario de polarización y de enfrentamientos masculinizados (machismo), propio de verdugos y fieros enemigos, que manosean la política y por ese camino, palpan la capacidad de los colombianos de resistir ante la incapacidad de nuestros políticos para dignificar la política y por esa vía, la vida de todos aquellos que sobrevivimos en este territorio. 


[1] En momentos históricos precisos y en circunstancias contextuales (territoriales) el Estado colombiano no existe más que como una mera maquinaria administrativa, lo que lo invisibiliza como referente de orden social, político, económico y cultural, compartido y aceptado por todos aquellos, nacionales y residentes, que viven dentro del territorio nacional. 

[2] Weber, Max. El político y el científico. México: Ediciones Coyoacán, 2008. p. 17.

[3] Arendt, Hannah. ¿Qué es la política? Barcelona: Ediciones Paidós, 1997. p. 47.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Uribito:



Te veo muy aplomado y, con buen tino. Creo que en este artículo has conceptualizado y, a partir de allí, comentado lo que es la politiquería nacional en versión personalísima.



¡Buena esa!



Luis F