YO DIGO SÍ A LA PAZ

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miércoles, 23 de septiembre de 2015

DOS PROCESOS DISTINTOS

Por Germán Ayala Osorio, comunicador social y politólogo

Quienes se oponen a las negociaciones de paz suelen comparar el proceso de sometimiento de los paramilitares en 2005, con el Proceso de Paz que avanza en La Habana entre las Farc y el Gobierno de Santos.

Ya en el ejercicio de comparar subsiste un enorme error, dado que no se pueden contrastar esos dos eventos políticos. Las razones y las circunstancias que impiden cualquier cotejo, saltan a la vista, pero es bueno recordarlas ahora que se anuncia un posible acuerdo entre las partes que negocian en Cuba, en el tema de la justicia transicional.

La primera razón o circunstancia tiene que ver con la naturaleza misma de los procesos en cuestión. La desmovilización, entrega y encarcelamiento por un máximo  de ocho años (Ley 975 de 2005) para los líderes paramilitares, se dieron en el contexto de una acción de sometimiento a la justicia de la cúpula de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). No se trató de un proceso de paz propiamente dicho por cuanto el Gobierno de Uribe Vélez no dialogó y negoció con un enemigo interno, por cuanto esas fuerzas jamás atacaron y desconocieron la autoridad y disputaron la soberanía del Estado. Por el contrario, el paramilitarismo surge de las entrañas del Establecimiento y sus estructuras armadas, operaron conjuntamente con las dispuestas por el Estado para enfrentar a las guerrillas.

En lo que tiene que ver con la naturaleza del Proceso  que se adelanta en La Habana, hay que señalar hasta la saciedad que se trata de una negociación política entre dos enemigos. Es decir, la guerrilla de las Farc representa ese enemigo interno que se opone a la autoridad del Estado y le disputa el control  territorial. De ese carácter de enemigo interno se desprende el estatus político de esa guerrilla,  a su vez derivado de las acciones propias tipificadas dentro de la lógica y el sentido dado al Delito Político. Lo contrario sucedió con los paramilitares, cuyo carácter político siempre quedó en duda, justamente porque su lucha armada no estaba dirigida a atacar al Estado y buscar la toma del poder como si eran las pretensiones de la guerrilla que hoy negocia el fin del conflicto con el Gobierno de Santos.

Por lo anterior, no se pueden comparar dos episodios totalmente distintos en su naturaleza. Otro asunto es que los líderes paramilitares hayan aceptado, en el contexto de esa decisión autónoma de someterse a la justicia, penas privativas de la libertad por un máximo de ocho años. Y otro asunto muy distinto es que el Gobierno de Uribe incumpliera lo pactado con los jefes paramilitares y al final tomara la decisión de extraditarlos hacia los Estados Unidos para que respondieran por delitos de narcotráfico y no por las 1.166 (58,9%) masacres que esos jefes ordenaron perpetrar, según se lee en el Informe ¡Basta ya!

Aquellos que no aceptan la posibilidad de que los miembros de la cúpula de las Farc no paguen un día de cárcel por los delitos cometidos, exhiben un peregrino argumento: los paramilitares pagaron, unos ocho años, y otros tantos están extraditados y sometidos a largas condenas. Extradición que sirvió, sin duda, para ocultar la verdad de las formas como operaron los paramilitares y de los apoyos económicos y políticos que recibieron de miembros poderosos de la sociedad civil y de las élites políticas comprometidas con ese fenómeno.

Para responder a ese argumento, hay que decir que hoy las Farc están negociando con el Gobierno de Santos y por efectos de Justicia Transicional, habrá penas alternativas a la privación de la libertad. Eso sí, los ciudadanos colombianos tienen todo el derecho de no aceptar y de no compartir el sentido y los alcances de esa negociación, pero lo que no pueden hacer es comparar esos dos eventos, por las circunstancias aquí expuestas. 

Los Paramilitares se sometieron a la justicia y sus líderes fueron timados por un Gobierno que buscó acallar la verdad sobre los señalados vínculos y simpatías con el fenómeno paramilitar. Es más, ese mismo Gobierno aceptó que por arte de birlibirloque, los combatientes de las AUC pasaran de 12[1] mil, a más 32 mil. Es claro que en ese proceso de 2005, se “colaron” narcotraficantes gracias a la “venta de franquicias” que los propios jefes paras negociaron con traficantes de drogas que se “desmovilizaron” siendo, en apariencia, paramilitares.

Se suma a lo anterior que de ese proceso de sometimiento de los paramilitares poco dejó en términos de Verdad, Justicia y Reparación. Y menos aún, en lo que corresponde a No Repetición, por cuanto hoy el Estado y la sociedad no saben a ciencia cierta en dónde están los combatientes de las AUC que en 2005 entregaron sus armas al Gobierno de Uribe Vélez.

Frente al proceso de paz que se adelanta en La Habana, hay que decir que los acuerdos hasta el momento firmados, dan cuenta del compromiso de las Farc y del Gobierno de centrar sus esfuerzos para que haya Verdad, Justicia, Reparación y garantía de No Repetición. Habrá que esperar que se creen las instituciones suficientes y una fuerte institucionalidad derivada para honrar lo acordado.

Así, entonces, caen en un error quienes insisten en comparar dos procesos políticos distintos.




Foto: tomada de internet. Propiedad de EL PAÍS. www.elpais.com.co


[1] El entonces Jefe de las AUC, Carlos Castaño, en entrevista con Darío Arizmendi, señaló que tenía 12 mil hombres en armas. La entrevista se transmitió en la época en la que Pastrana Arango dialogaba con las Farc en la zona de distensión del Caguán. 

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